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El deporte nos enseña valores fundamentales y por eso desde los Papas hasta los santos nos invitan a practicarlos, no sólo como diversión y sus beneficios a nivel físico, sino también como vehículo de enseñanza.
Ahora que empiezan los Juegos Olímpicos en Tokio, me pareció interesante compartirles esta bonita historia que sucedió en los Juegos de Berlín de 1936. Fue una edición bastante controversial y que ha pasado más a la historia por el triunfo del afroamericano Jesse Owens (en plena Alemania nazi) en la competencia de salto, que por esta anécdota que definitivamente refleja lo que es el verdadero espíritu deportivo.
Como una vez dijo San Juan Pablo II: "el deporte es una escuela de promoción humana y espiritual".
Dos japoneses, Sueo Oe y Shuhei Nishida, competían en la disciplina de salto con pértiga. Después de horas de competencia que se alargaron hasta la noche, el primer lugar lo ganó el norteamericano Earle Meadows con un impresionante salto de 4.35 metros.
El dilema vino con el segundo y tercer lugar, y es aquí donde aparecen estos atletas japoneses y otro norteamericano, Bill Sefton, pues los tres saltaron 4.25 metros, la segunda mejor altura después de Meadows.
En 1936, no se permitían los empates en el podio. Los tres hicieron una nueva prueba y el norteamericano fue el primero en quedar “eliminado” (cuarto lugar). Oe y Nishida, que además de colegas eran grandes amigos, se negaron a seguir compitiendo por respeto al otro y porque además ya era demasiado de noche y no había casi luz.
El comité olímpico le pidió al propio equipo japonés que decidiera entonces quién se llevaría la de plata y quién la de bronce. Después de una larga discusión, decidieron que Nishida se llevara la de plata, ya que era mayor en edad y había alcanzado los 4.25 metros en un solo intento; mientras que a Oe le había tomados dos (regla que luego se implantaría incluso para otras disciplinas). Pero esto fue una decisión que los atletas se enteraron en plena premiación y les tomó por sorpresa.
Cuando Sueo Oe y Shuhei Nishida regresaron a Japón fue evidente que, aunque respetaron la decisión, no estaban de acuerdo. Así que picaron sus medallas por la mitad y las llevaron a un joyero para que las uniera, quedando cada uno con una medalla mitad plata y mitad bronce.
Al saberse esta historia, la gente las empezó a llamar “las medallas de la amistad” y se hicieron famosos por ello.
Al año siguiente, Oe batió el récord de Japón (que estuvo vigente por 21 años) y en 1939 se alistó en el ejército en plena Segunda Guerra Mundial. Murió en batalla en 1941 a sus 27 años. Actualmente, su medalla de la amistad se encuentra exhibida en el museo del estadio olímpico de Tokio.
Nishida siguió compitiendo e incluso ganó una medalla de bronce a sus 41 años en los Juegos Asiáticos. Fue árbitro internacional, presidente de la Federación Japonesa de Atletismo y miembro honorario del Comité Olímpico nipón. Falleció en 1997 a los 86 años, por un ataque al corazón.
Sin duda, ambos fueron ejemplo que la amistad es la victoria más importante que podemos conseguir y no hay recompensa en metal lo suficientemente valiosa como para ponerla en riesgo.