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Después de dos años y medio sumergida hasta el fondo en la sórdida realidad de los abusos sexuales en la Iglesia católica al frente de la asociación Betania, María Teresa Compte puede considerarse voz acreditada de las víctimas.
Una voz que habla de la necesidad de asumir el problema, de reconocer que se ha hecho daño -y mucho-, denunciar la injusticia, expresar el arrepentimiento, proteger, prevenir y reparar. También de convertir la indignación en creatividad para la reconstrucción.
Compte explica cómo es el abuso sexual en la Iglesia católica y las razones por las que es especialmente grave.
– Católicos sanando el abuso sexual en la Iglesia... Explícanos: ¿Qué hace Betania?
Betania es una asociación civil que lleva dos años y medio funcionando. Somos 19 personas trabajando en el día a día en acogida, atención psicoterapéutica, orientación legal, acompañamiento espiritual, procesos de reparación,...
Tenemos un número de teléfono (0034 600 874 393) y una dirección de correo electrónico a los que contactan las personas afectadas para una primera acogida.
Tenemos atención diaria cinco días de la semana y un servicio permanente. Respondemos a las demandas en función de lo que las personas nos piden.
A veces no hay una demanda específica y acompañamos esta primera llamada para desvelar en la medida de lo posible la situación, orientar, clarificar,...
Se trata de ir viendo lo que las personas necesitan y quieren. Y por supuesto trabajamos con documentos que nos obligan a guardar un compromiso profesional de confidencialidad.
Derivamos cuando hace falta y atendemos las necesidades que existan. Así se inicia un proceso.
Algunos procesos se resuelven rápido porque se trata de demandas muy específicas. Y otros son más largos, porque las demandas no están muy claras, son procesos que no se pueden resolver fácilmente,...
Hacemos un seguimiento, trabajamos el tiempo que haga falta hasta que se pueda cerrar definitivamente.
Betania atiende específicamente a víctimas de abusos sexuales cometidos en contextos religiosos o en entornos religiosos.
Atendemos a cualquier persona que nos llame desde cualquier lugar.
– ¿Cómo ha cambiado la Iglesia en los últimos años respecto al tema del abuso?
Es un proceso lento. Se han hecho cosas y quedan cosas por hacer.
Los primeros informes públicos sobre abusos en contexto religioso son de mediados de los años 80 en los Estados Unidos. No es un problema por tanto que hayamos descubierto hace dos días.
Pero nos está costando asumir el problema, conocer la naturaleza del problema y sobre todo tener conciencia de la magnitud del daño.
Se están dando pasos, se han tomado medidas sobre todo de orden legislativo interno, de protección, de prevención,... pero nos está costando tomar conciencia de cuánto daño hace el abuso.
Creo que todavía no somos muy conscientes de la magnitud del daño espiritual.
Evidentemente los abusos sexuales provocan un trauma grave que afecta la dimensión psíquica, emocional, física de la persona.
El trauma, el estrés postraumático,... los efectos de la violencia sexual están estudiados.
Pero a todos esos daños, cuando los abusos se producen en el contexto religioso, se suma el daño espiritual.
Y eso es a veces lo menos estudiado y a lo que menos atención hemos prestado. Y es muy importante darse cuanta de que junto a todos los otros efectos, se suma además el trauma espiritual.
El trauma religioso afecta a su fe, a su relación con Dios, a los sentimientos de culpa, a la autoestima,...
Al final los abusos son un atentado contra el cuerpo y contra el alma. Y esa es una especificidad de la que igual no somos todo lo conscientes que deberíamos ser.
Hablar de ello es muy importante. Con transparencia, con mucha humildad. Porque mientras no hablemos...
Cuando vamos a misa los domingos no sabemos si entre las personas que están con nosotros hay víctimas, pero nunca hablamos de ellas. En una homilía o en las peticiones.
Por tanto ellas no existen. Entonces no incorporamos a nuestro lenguaje pastoral y litúrgico ni su dolor, ni la injusticia, ni la contricción ni la necesidad de reparación.
Eso no las ayuda, a desvelar sus sufrimientos.
Sí se está trabajando en la prevención, con códigos de conducta... Pero el problema no es solo la prevención, sino la reparación de lo que ya ha pasado.
Personas que llevan 40 años sin comulgar, sin entrar en una iglesia o sentándose en el último banco. ¿Qué hacemos con ellas?
Los abusos las han expulsado de la Iglesia. ¿Cómo lo reparamos?
Es importante que escuchemos. Hay que escuchar los testimonios. Eso sí, sin exponer a las víctimas.
Y nos quedaríamos alucinados de su generosidad. Y cuando se enfadan, es porque han pedido ayuda muchas veces y no la han recibido.
A veces hablan para liberarse pero también para evitar que vuelva a pasar.
– ¿Qué has aprendido de tu servicio a las víctimas?
De ellas aprendemos todo lo que sabemos. Nos explican lo que sucedió, cómo, qué recursos usaban sus agresores, cuáles son las dinámicas que se usan para perpetrar el abuso.
Nos cuentan el daño, el sufrimiento, lo difícil que es recuperarse y sus necesidades.
Gracias a los testimonios se puede pensar sobre el tema, planificar, intervenir, reparar, corregir y prevenir.
Sin su testimonio no sabríamos lo que pasa.
Se aprende lo fuertes que son. Se aprende de su fortaleza. Porque hay que ser muy fuerte para haber resistido y para desvelar lo sucedido.
Cuando los abusos se producen en un entorno de confianza espiritual desvelarlo se hace doblemente difícil.
Se aprende que lo que buscan es fundamentalmente la reparación del daño. Las víctimas no son vengativas.
Y algo muy importante que se aprende de ellas: su compromiso para que esto no siga sucediendo.
Cuando desvelan la verdad, lo hacen porque quieren que se sepa la verdad, quieren que se haga justicia.
Están buscando alguien que las escuche, que las reconozca, pero todas al final acaban diciendo lo mismo: que esto no vuelva a suceder.
Quieren conocer la verdad, pero también demandan algo que apunta al futuro: que deje de pasar.
Luego cada una tiene su propia realidad y necesidades. No todas necesitan lo mismo.
Aprendes el valor de la verdad. Lo importante que es que se aclare la verdad. Que se las reconozca, no solo que se las escuche.
Que se reconozca que lo que se hizo contra ellas es algo injusto y que deje de suceder.
No es lo mismo haber sufrido abusos y estar hoy desempeñando una profesión porque se ha tenido un contexto que le ha permitido a la persona sobrevivir de una manera ordenada y tener hoy un entorno más o menos estable, que una persona que quizás hoy tenga una incapacidad laboral absoluta.
A veces pensamos en "la" víctima, como si hubiera un tipo, pero hay personas distintas. El daño puede ser el mismo pero cada una necesita cosas diferentes. Porque son personas diversas con necesidades diversas como todos.
Se aprende de la generosidad. Cuando una persona comparte un traume profundísimo es generosa.
Son personas que necesitan. Han sufrido una injusticia y necesitan un acompañamiento que haga posible que se recuperen, que se reconstruyan, porque los abusos destruyen la vida, y la comprometen.
Se aprende el valor del tiempo. Porque son procesos largos que no se resuelven fácilmente. De un compromiso sostenido en el tiempo.
Cuando se da una palabra de que se ayudará, debe sostenerse en el tiempo.
También se aprende de la dureza del proceso, porque son procesos muy duros.
Se aprende a mirar el mal de frente. Pero también de la capacidad humana de reconstruirse, de las fortalezas humanas, de la capacidad de las personas de ponerse de pie, del valor de la esperanza.
Una chica me decía que cuando pasa por situaciones duras piensa: "ya he caminado un kilómetro más".
Se aprende el valor de la indignación, de lo que significa indignarse por una injusticia cometida.
Y de lo importante que es convertir la indignación en un sentimiento creativo. Sacar fuerzas de esa indignación para acompañar un camino de reconstrucción.
Es un trabajo muy cooperativo. No puede hacerlo una persona sola. Hace falta alguien que escuche, que oriente, que ayude a la. recuperación psicológica, que ayude a entender a esa persona que sus derechos fueron lesionados. Un equipo que es lo que nosotros intentamos crear.
Como en cualquier compromiso vital determinante, se aprende en el día a día, en cada nueva situación.
Hay una constante en las víctimas, en mi experiencia: nunca pensé que eso que estaba pasando fuera verdad.
La confusión es brutal.
– ¿Por qué son tan graves los abusos en un contexto religioso?
Abusos perpetrados en colegios, en internados, en una relación de acompañamiento espiritual, en seminarios, en grupos de jóvenes, campamentos de verano,...
Las relaciones que se establecen entre las personas que acuden a un centro religioso son fundamentalmente de confianza, en función del ministerio que la otra persona desempeña.
Nuestras instituciones son reflejo de aquello y Aquel a quien servimos. La confianza se establece en ese sentido.
Cuando se perpetra el abuso en un contexto religioso se traiciona el deber de cuidado, de velar por el interés del otro, de manera muy perversa.
Porque los abusos que suceden en estos contextos se producen en la mayor parte de los casos en relaciones que ya son de confianza.
Por tanto de lo que se abusa es de esa confianza, en una relación que se va sexualizando poco a poco no para el bien del que padece el abuso sino al servicio del que lo perpetra, que en lugar del buscar el bien del otro busca otras cosas: aumentar su poder, su control, sus ansias de dominio,..
Eso produce una transformación total de la relación.
Imaginemos el trastorno que produce enfrentarse a alguien en quien tú confías porque crees que va a velar por tu bien y que de repente ejerce sobre ti un poder desmesurado hasta el punto de someterte, manipularte, maltratarte, abusar de ti, violentando además tu sexualidad.
Y que quien lo está haciendo sea alguien que expresa lo sagrado, un mediador de lo divino.
Además en el ámbito católico sucede algo distinto. No estamos hablando de meros símbolos religiosos, sino de un poder sacramental que para los católicos es algo evidente, real.
Todo esto provoca una devastación brutal. Genera perplejidad. Es como cuando una madre o un padre abusan de sus hijos.
El abuso intrafamiliar -de un padre, una madre,...- es antinatural porque te traiciona abusando de tu confianza, de esta relación natural de cuidado y protección. En el ámbito de la Iglesia sucede algo muy parecido.
También en la Iglesia concebimos la comunión eclesial como una familia. Hablamos de maternidad y paternidad espiritual. Nos llamamos hermanos... Todos esos elementos juegan en el abuso.
Al no conocer realmente la magnitud hablamos por aproximación, pero hoy sabemos que históricamente la mayor parte de las víctimas de abuso en la Iglesia han sido menores.
Existen en seminarios, en noviciados. Aunque la mayor parte de los agresores son varones, también hay agresoras mujeres.
Estamos ante un fenómeno muy complejo, muy invasivo, muy doloroso, dañino y devastador.
Porque nadie espera que un sacerdote, un catequista, un profesor de religión, abuse, use el poder en beneficio propio y contra tu bien, tu dignidad.
Lo que esperas es que busquen tu bien, que te cuiden. La traición y el desconcierto es brutal.
El agresor suele usar la desvinculación moral. La víctima acaba cargando con el peso de lo que está sucediendo.
Porque los agresores no reconocen lo que sucede y tienen una capacidad increíble de desvincularse de los efectos del daño. Eso aumenta más la confusión.
La víctima ve al agresor en función de su ministerio y eso genera mucha confusión.
Y cuando se trata de sacerdotes, con poder para perdonarlos pecados, la devastación es mucho mayor.
Porque esa persona predica algo que no cumple y la capacidad de perdonar la usa para cargar las culpas sobre el otro. Esto pasa mucho sobre víctimas mujeres.
Todo esto son mecanismos muy complicados que provocan la aparición de muchos fantasmas, demonios internos, problemas de identidad, adicciones,...