El análisis futbolístico de la Copa América que acaba de concluir puede dejar mucha tela, de la que ya se encargarán los medios especializados, y cómo no, cada analista casero sudamericano. Del abordaje socio-político y los vaivenes sobre la organización, también. Pero hay imágenes y mensajes de esta "Copa América de la Pandemia" que revelan valores de lo que el fútbol ha sido, es y puede ser.
Detrás de cada jugador, una familia. Con los parientes normalmente camuflados entre las tribunas, el aislamiento de las burbujas puso de manifiesto que los jugadores, los deportistas, sin importar los millones en sus cuentas, son miembros de una familia. Leonel Messi al terminar la final creó su propia burbuja en la soledad del campo de juego para hacer una videollamada y hacer presente a sus hijos, mostrándoles la medalla, y a su esposa, que lo recibió en Rosario en una escena de amor solo de películas. Al mismo tiempo el arquero estrella Emiliano Martínez se deshacía en elogios y agradecimientos a su esposa por el parto de su segundo hijo, al que no pudo asistir por estar en la concentración, en su trabajo.
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La imagen de Messi y Neymar abrazados por, literalmente, minutos, es de las más fuertes que jamás haya regalado el deporte de alta competencia. Porque aún siendo dos de los más grandes futbolistas de todos los tiempos, los Michael Jordan y Magic Johnson de su era, uno dejó por un momento sus lágrimas de alegría y el otro de tristeza para simplemente abrazar y estar con el amigo. La imagen posterior sentados riendo, como si lo que acababan de concluir hubiese sido un rato de fútbol entre solteros y casados, es para la historia. Es solo un juego bonito.
Con la proeza concluida, la gran mayoría de los futbolistas argentinos corrieron a abrazar a Messi. En palabras de Martínez, estaban más contentos por lo que la victoria de Messi con los colores de la selección significaba que por lo que el campeonato significaba para ellos mismos.
La sensación de que por talento, por resistencia, por resiliencia, Messi lo merecía, sobrevoló toda la Copa América. Algo parecido con Ángel Di María, cuya carrera es hermana a la de Messi, que ante cada final había sufrido un revés, pero que en esta ocasión pudo concretar el gol de la victoria.
Contaba Mateo Bruni, director de la oficina de prensa de la Santa Sede, que el Papa Francisco estando internado y ante la victoria de Argentina, tras 28 años sin campeonatos, o de la sufrida Italia, que no clasificó al último Mundial y encadenó desde entonces una impactante racha, reflexionaba: “Sólo así, ante las dificultades de la vida, se puede poner siempre en juego, luchando sin rendirse, con esperanza y confianza”.
Hubo tobillos ensangrentados. Por momentos, la metáfora bélica ganaba a la deportiva. Pero era un juego, y competían: No hubo partidos sin abrazos, risas, reencuentro entre colegas que comparten equipos particularmente en el viejo continente, e incluso reconocimientos espontáneos a la trayectoria e idoneidad como el diálogo entre el entrenador de Ecuador Gustavo Alfaro y el brasileño, Tite: “Siga luchando porque esto es suyo y va a terminar siendo campeón del mundo. Acuérdese lo que le digo. Pelee contra eso, usted dignifica esto, por favor se lo pido”.
La Copa América sin distracciones en las tribunas permitió oír este tipo de diálogos, y contrastarlo, por ejemplo, con las conversaciones de los foros políticos de mandatarios que tuvieron lugar los mismos días previos a la final.
En la Copa América sin público hubo más atención a todo tipo de gestos y comentarios, incluso las picardías propias del mundo amateur presentes en el profesional que pueden herir muchas sensibilidades cuando los colores representados son los nacionales. Y más allá del desafío a la inteligencia que también se pone en juego en una cancha, el engaño propio del juego, las ironías posteriores que hacen al folclore deportivo, hubo en la Copa América esas palabras de más, gestos en muchas selecciones que debieran encauzarse.
Pero el abrazo final entre Messi y Neymar muestra que no se debe trasladar fuera del juego lo que pasa dentro del juego. Y que la oportunidad de multiplicar los valores de la vida desde el deporte tiene que valer mucho más que la ceguera apasionada que confronta y enemista.