Luis Gonzaga trabajó incansablemente por los enfermos en Roma, cuidando a los que estaban muriendo a causa de una epidemia. Pero, al cuidarlos, Luis contrajo la enfermedad, y murió a la edad de 23 años.
Mientras estaba en su lecho de muerte, escribió esta sincera carta a su madre, asegurándole su destino final. Es una carta hermosa y nos recuerda que aunque la muerte puede ser triste, también es una fuente de gran alegría que perdura por la eternidad.
"Ha de ser inmensa tu alegría, madre"
Pido para ti, ilustre señora, que goces siempre de la gracia y del consuelo del Espíritu Santo.
Al llegar tu carta, me encuentro todavía en esta región de los muertos. Pero un día u otro ha de llegar el momento de volar al cielo, para alabar al Dios eterno en la tierra de los que viven.
Yo esperaba poco ha que habría realizado ya este viaje antes de ahora. Si la caridad consiste, como dice san Pablo, en alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran, ha de ser inmensa tu alegría, madre ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla jamás.
Te he de confesar, ilustre señora, que al sumergir mi pensamiento en la consideración de la divina bondad, que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento digno de su inmensidad, ya que él, a cambio de un trabajo tan breve y exiguo, me invita al descanso eterno y me llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta negligencia he buscado, y me promete el premio de unas lágrimas, que tan parcamente he derramado.
Considéralo una y otra vez, ilustre señora, y guárdate de menospreciar esta infinita benignidad de Dios, que es lo que harías si lloraras como muerto al que vive en la presencia de Dios y que con su intercesión puede ayudarte en tus asuntos mucho más que cuando vivía en este mundo.
"Volveremos a encontrarnos en el cielo"
Esta separación no será muy larga; volveremos a encontrarnos en el cielo, y todos juntos, unidos a nuestro Salvador, lo alabaremos con toda la fuerza de nuestro espíritu y cantaremos eternamente sus misericordias, gozando de una felicidad sin fin.
Al morir, nos quita lo que antes nos había prestado, con el solo fin de guardarlo en un lugar más inmune y seguro, y para enriquecernos con unos bienes que superan nuestros deseos.
Todo esto lo digo solamente para expresar mi deseo de que tú, ilustre señora, así como los demás miembros de mi familia, consideréis mi partida de este mundo como un motivo de gozo, y para que no me falte tu bendición materna en el momento de atravesar este mar hasta llegar a la orilla en donde tengo puestas todas mis esperanzas.
Así te escribo, porque estoy convencido de que esta es la mejor manera de demostrarte el amor y respeto que te debo como hijo.
Un hombre purificado
San Luis Gonzaga es el patrón de los jóvenes y de los que luchan por la pureza. Su ejemplo de castidad sigue siendo una inspiración.