El Papa Francisco constató hoy que “a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o para otros – no sucede. ¡Este tipo de experiencia la hemos vivido muchas veces!”. Lo explicó en la Audiencia General de este miércoles, 26 de mayo, en el Patio de San Dámaso del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa, continuando el ciclo de catequesis sobre la oración, centró su reflexión en el tema: "La certeza de ser escuchado" (Lectura: Mc 5,22-24.35-36).
Francisco indicó que parece escandaloso el silencio de Dios: “Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el incumplimiento nos parece escandaloso”.
“Hemos rezado, rezado por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá, y luego se ha ido. Cuando una mamá reza por su hijo enfermo, ¿Por qué a veces parece que Dios no escucha?
Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los Evangelios. Las narraciones de la vida de Jesús están llenas de oraciones.
Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, en cambio en algunos otros casos es diferida en el tiempo. Parece que Dios no responde.
Cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro y no ha sucedido nada, luego con el tiempo las cosas se resuelven, pero según la manera de Dios, la manera divina, no según lo que nosotros queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo.
Aprendamos esta paciencia humilde de esperar la gracia del Señor, esperar el último día. Muchas veces el penúltimo es muy feo, porque los sufrimientos humanos son muy feos, pero el Señor está, y al final Él resuelve todo”.
Ha sido una mañana soleada en Roma. El Papa se detuvo por varios minutos a conversar con los peregrinos y fieles, que con mascarilla, se congregaron en el Patio de San Dámaso para escuchar su predicación. Tomó maté (bebida típica argentina), bendijo fotos de familiares, niños y esposos vestidos de ceremonia.
Esta vez, guardó menos distancia física. Personas con banderas, rosarios, flores y peticiones esperaban el paso del Papa, mientras recorría el corredor que lo separaba de esa multitud colorida y alegre.
El Papa afirmó que parece escandaloso el silencio de Dios ante las intenciones de oración más pías:
“Por ejemplo, por las guerras: rezamos por el fin de las guerras, estas guerras en muchas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que llevan años en guerra, ¡años! Los países atormentados por las guerras, rezamos y no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto?”
«Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada» Si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr Mt 7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones?
Todos hemos tenido experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este padre, de esta madre, y luego se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia común a todos nosotros".
El Obispo de Roma nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico.
“La oración no es una varita mágica: es un diálogo con el Señor.De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quien sirve a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr n. 2735)”.
“He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos.
Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).
Y el apóstol Pablo nos recuerda que ni siquiera sabemos lo que conviene pedir (cf. Rm 8,26). Pedimos nuestras necesidades, nuestros deseos, las cosas que queremos, "pero ¿es esto más conveniente o no?".
El Papa explicó “cuando oramos debemos ser humildes: esta es la primera actitud para ir a la oración”.
“El apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir (cfr Rm 8,26)”, advirtió.
“De la misma manera que es costumbre en muchos lugares que las mujeres se pongan un velo o cojan agua bendita para rezar en la iglesia, así debemos decirnos a nosotros mismos, antes de rezar, qué es lo más conveniente, para que Dios me dé lo más conveniente: Él lo sabe.
Cuando rezamos debemos ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza”.
El Pontífice también advierte que se puede “rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra.
Es fácil escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si ellos están efectivamente con Dios”.
“En la oración- afirmó el Papa- , es Dios quien nos debe convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios.
Es la humildad. Voy a rezar, pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida lo que es conveniente, pide lo que será mejor para mi salud espiritual”.
Sin embargo, - dijo el Papa - un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los Evangelios.
Los pasajes de la vida de Jesús están llenos de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas; está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas enfermos... Todas son oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.
El Papa indica que “a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros casos esta se difiere en el tiempo”.
Y cita el pasaje de la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr Mt 15,21-28).
También tiene la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva: no hay que echar el pan a los perros, a los perritos. Pero a esta mujer no le importa la humillación: la salud de su hija importa. Y continúa: "Sí, hasta los perritos comen lo que se cae de la mesa", y esto le gustó a Jesús. Valor en la oración”.
En algunas ocasiones la solución del drama no es inmediata.
“También en nuestra propia vida, cada uno de nosotros tiene esta experiencia. Hagamos un poco de memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digamos, y no ha ocurrido nada. Luego, con el tiempo, las cosas se acomodaron pero según el camino de Dios, el camino divino, no según lo que queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo”.
Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de la hija de Jairo (cfr Mc 5,21- 33). Hay un padre que corre sin aliento: su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús.
El Maestro acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo fe”: la fe sostiene la oración. Y de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a oscuras, con la única llama de la fe”.
Por último, el Papa indica que “Jairo tuvo que caminar en la oscuridad, con sólo la llama de la fe. Señor, dame fe. ¡Que crezca mi fe! Pide esta gracia, para tener fe”.
“Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve montañas. Pero, tened fe en serio. Jesús, ante la fe de sus pobres, de sus hombres, cae derrotado, siente una especial ternura, ante esa fe. Y escucha.
También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece permanecer sin ser escuchada. El Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el capítulo final, porque al tercer día está la resurrección: el Mal es señor del penúltimo día, nunca del último”, añadió.
El Papa pide recordar bien. “Ahí, en el penúltimo día está la tentación donde el mal nos hace entender que ha ganado: "¿Lo has visto?, ¡he ganado!". El mal es el señor del penúltimo día: en el último día está la resurrección. Pero el mal nunca es el señor del último día: Dios es el señor del último día.
“Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación”.
Francisco insistió: “Aprendemos esta humilde paciencia de esperar la gracia del Señor, de esperar el último día. Muchas veces, el penúltimo día es muy feo, porque el sufrimiento humano es feo. Pero el Señor está ahí y en el último día lo resuelve todo”.
La Audiencia General concluyó con el rezo del Pater Noster y la Bendición Apostólica.