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La literatura griega antigua —ya sea homérica o prehomérica— es relativamente generosa en la descripción de sus personajes. Ciertamente, las antiguas epopeyas no parecen tener mucho interés en los retratos físicos minuciosos, más bien se centran en los rasgos morales principales de sus protagonistas, aunque sabemos por algunas líneas de La Ilíada que Aquiles presumía de cabello “dorado” (xanthos), que los ojos de Atenea eran “brillantes” (glaukopis, en el original) como los de un búho o que el heraldo de Odiseo, Euribates, era “caído de hombros” y de piel oscura (melanokhroos). Por supuesto, todo esto es sujeto de acalorado debate entre los académicos: ¿cómo vamos a traducir xanthos, por ejemplo, teniendo en cuenta que etimológicamente se relaciona con xouthos, una palabra también empleada para describir a Aquiles y que señala su rapidez al mismo tiempo que su notable volatilidad emocional?
En comparación con la literatura clásica griega, las narraciones bíblicas parecen escasas, carentes de detalle, que dejan mucho a la imaginación de los lectores en la descripción de sus personajes principales. Aun teniendo en cuenta que la Biblia en sí es un complejo cúmulo de diferentes fuentes y géneros literarios y que afirmar algo que se aplique a toda la Biblia a menudo es erróneo, podemos atrevernos a decir que los autores bíblicos comparten una falta de interés generalizada en ofrecer detalles sobre el aspecto de sus muchos héroes y villanos. La Biblia no describe, por ejemplo, ninguno de los rasgos físicos de Moisés o de David. Solamente sabemos del primero que quizás fuera tartamudo (o que no hablaba realmente el mismo idioma que el del pueblo al que guiaba a través del desierto) y que el segundo era más bajo que Goliat, el gigante, lo cual no es decir gran cosa, la verdad. Es cierto que, al observar algunos nombres y aprender su significado etimológico, pueden descifrarse algunas cosas. Esaú, por ejemplo, podría significar “rojizo” o “hirsuto”, sugiriendo que era tal vez tanto velludo como un poco pelirrojo.
Pero así es la Biblia hebrea. Por sorprendente que parezca, el Nuevo Testamento dice poquísimo (de hecho, casi nada) sobre cómo era el aspecto de su personaje protagonista, Jesús, y mucho menos sobre el aspecto de los apóstoles. Por eso, los artistas han tenido que apoyarse, desde el mismo amanecer de la cristiandad, en el canon artístico de su época en vez de en el testimonio escrito de las primeras comunidades cristianas cuando tenían que representar a su Mesías en iconos o frescos. Los mismo pasa con María, ya que las escrituras tampoco ofrecen muchos detalles sobre su apariencia.
Uno de esos artistas —según cuenta la tradición— es también el autor de uno de los Evangelios. La tradición cristiana ha atribuido a Lucas muchos talentos diferentes. Uno de ellos es el de ser un pintor excepcional y autor del primerísimo “retrato” de María en persona. Es considerado como el más literario de todos los evangelistas, no solo se le atribuye la autoría del Evangelio según Lucas y los Hechos de los Apóstoles, sino que las Iglesias orientales lo consideran el “iconógrafo” original, el responsable de “escribir” el primer icono de la Santísima Virgen María. Un antiguo relato explica que, durante el siglo V, una emperatriz bizantina llevó un icono atribuido a san Lucas desde Jerusalén hasta Constantinopla. El monasterio de Hodegon se construyó para enclaustrarlo y, más tarde, todas las copias de este icono se conocieron como Hodegetria. La mayoría cree que la imagen original se perdió durante la Edad Media.
Se trata del mismo Lucas que también fue compañero y escriba de Pablo durante sus viajes por el Mediterráneo predicando el evangelio. De camino a su juicio en Roma en el año 60, Pablo naufragó frente a la costa noroeste de Malta y pasó allí los innavegables meses de invierno. Durante su estancia, convirtió al gobernador de la isla, Publio (el primer obispo y primer santo de Malta), curó a los enfermos y conquistó almas a favor de Cristo, estableciendo así las primeras raíces del cristianismo maltés. Lucas cuenta la historia (nótese que está escrita en primera persona del plural, “nosotros”) de esta manera en Hechos 28:
Desde entonces —y hasta el día de hoy— los malteses se encuentran entre los católicos más apasionados del mundo. Con una tradición ininterrumpida de dos milenios de rica herencia cristiana (la comunidad cristiana maltesa es tan antigua como las de Éfeso, Jerusalén, Corinto y Roma, gracias al providencial naufragio de Pablo), es normal que el país tenga más de una iglesia por kilómetro cuadrado. De hecho, hay suficientes capillas e iglesias en el archipiélago para que vayas a misa en una diferente, casi cada día, durante un año entero: nada menos que 359 en total. Incluso la más pequeña de las islas del archipiélago maltés, Comino (conocida por sus maravillosas lagunas costeras de azul cristalino), tiene una capilla ¡para sus menos de cinco residentes!
La mayoría de las iglesias están dedicadas a la Virgen María y algunas de ellas son conocidas por ser lugares donde se han concedido innumerables gracias especiales milagrosas a muchas personas a lo largo de los siglos. Los múltiples exvotos que cubren una de las paredes del santuario de Nuestra Señora de Mellieha por oraciones respondidas —desde notas manuscritas a diminuta ropa de bebé e incluso un casco de moto— confirman el caso, y los peregrinos viajan en tropel tanto para rezar a la Virgen por una gracia especial como para agradecerle por las gracias ya recibidas. La próxima vez que planees hacer una visita a un santuario mariano, asegúrate de tener en cuenta el de Madonna Tal-Ħerba en Birkirkara, el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Ta’ Pinu, en Gozo, o el antiguo Santuario de la Inmaculada Concepción de Qala, por mencionar solo tres de las muchas y magníficas iglesias marianas del país.
El hecho de que Lucas naufragara con Pablo en el archipiélago maltés podría explicar por qué hay artefactos históricos y tradiciones orales que ofrecen evidencias de una devoción mariana muy temprana extendida por estas islas. A Lucas no solo se le atribuye tradicionalmente la autoría de la primera imagen mariana de la cristiandad: su Evangelio es el más mariano de todos y está repleto de las semillas de lo que más tarde se convertiría en desarrollos teológicos marianos completos. De hecho, las tradiciones maltesas consideran que es probable que Lucas hablara a los isleños sobre la Madre del Salvador. Las múltiples capillas diferentes a lo largo de todo el paraje maltés son prueba de que Malta fue, desde el principio, un centro inequívoco de devoción mariana. De hecho, después de que Constantino declarara el cristianismo como la religión del Imperio, muchos templos neolíticos se convirtieron en iglesias dedicadas a Cristo y sus santos. Los que estaban dedicados a diosas fueron felizmente consagrados a la Santísima Virgen por una población que, muy probablemente —insisto, según la tradición oral— ya era devota suya.
No te pierdas la galería fotográfica a continuación para descubrir algunas de las iglesias más hermosas, imágenes marianas y tradiciones religiosas del archipiélago maltés.