Padecía una neurosis provocada por mi libido exacerbada. Solo recuperaba cierta paz cuando la vivencia del sufrimiento era tan profunda que lograba contenerme por un tiempo. Mas luego recaía sumergiéndome de nuevo en un angustioso ciclo.
Un día, un buen amigo alcohólico y yo, asistimos a una institución de ayuda a personas con adicciones. Los escuchamos hablar en primera persona y frente a un grupo acerca de cómo su vulnerabilidad los había invadido en su totalidad. Luego los asistentes recibieron orientación acerca de medicamentos para desintoxicación, de terapias psicológicas, disciplina, y de redes de apoyo de compañeros de infortunio.
Me llamo poderosamente la atención el que a aquellos seres depauperados se les propusiera apelar a las fuerzas del espíritu, como compañeras insustituibles en su lucha contra su mal.
Eso me recordó una voz, que, en mis escasos momentos de serenidad, susurraba en mi interior diciéndome: “Creo en ti… persevera”.
Solo que, entonces, no lograba distinguir si era solo un diálogo conmigo mismo o con un “alguien” como real y misteriosa presencia en mi interior… luego lo comprendería.
Cada vez estaba más consciente de que padecía disfunciones en mi personalidad que podían etiquetarse como complejos, baja autoestima, malos hábitos… Sumado a todo ello había en mí un incontrolable impulso por el placer, que me hundía en un aturdimiento y narcotización sexual.
Y fui comprendiendo, que mis complejidades y la proliferación de mi libido sexual, se alimentaban mutuamente forjando la angustia de mis angustias, y que, si no pedía ayuda, sería finalmente derrotado.
Por ello, venciendo mi vergüenza, volví a aquella institución y hablé delante de todos, siendo escuchado con respeto, para luego recibir la ayuda psicoemocional de experiencias compartidas.
Aun así, seguía con derrotas, más me levantaba para pedir perdón y recuperar la calma interior para poder escuchar la suave voz, con la que me comprometía a recomenzar una y otra vez.
Y se me fue dando autoconocimiento. Eso me proporcionaba cada vez más armas para luchar contra mi adicción. Era un proceso en el que, paradójicamente, era capaz de sentir cada vez más vergüenza sin desesperarme.
Sabía que le iba ganando terreno al mar.
Fue cuando me enteré de que aquel buen amigo, que padecía de alcoholismo, se había quitado la vida, dejando una nota en la que reconocía haber perdido familia, trabajo, amigos... y se había encontrado sin fuerzas.
Me contaron que lo había matado la desesperanza, pues se había confiado solo a los medios humanos. En ese momento, habiendo vivido en el filo de la navaja, yo comenzaba a creer en mí y en mi recuperación, porque escuchaba la voz de ese “alguien” que jamás me había abandonado.
Me descubrí pensando que un enfermo compulsivo como lo era yo le hubiera querido decir a mi amigo que siempre existe la posibilidad de encontrar cómo agradecer el don de la vida, y volver a empezar. Que, por encima de las negras nubes de la tormenta, seguía brillando el sol.
Y que con humilde disposición podría escuchar en el silencio de su interior una voz diciéndole: "Creo en ti… persevera".
Mi amigo era un buen hombre, que, como yo, había sido tocado por la debilidad, y ahora rezo por él confiando en la infinita misericordia de Dios.
En mi nuevo presente voy conquistando nuevos espacios de paz y libertad interior, en una lucha conmigo mismo, en la que voy aprendiendo a vencer mis sentidos y a no perder la paz cuando las circunstancias externas imponen cierta dificultad.
A edificar mi templanza y fortaleza, sin confiar solo en mis propias fuerzas.
Con todo, sé que mi enfermedad estará siempre latente, y el demonio no descansa, pero he vuelto a mi fe, para escuchar siempre esa voz que en el silencio me habla, y que solo es posible escuchar con el espíritu en paz.
La voz de Alguien que cree en mí.
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