Betsie Hollants fue una de las muchas mujeres brillantes que no fueron lo suficientemente reconocidas por el feminismo de la primera mitad del siglo XX ni por toda su extensa labor como luchadora contra las injusticias sociales.
Betsie quiso siempre hacer encajar en su vida en particular y en la sociedad en general, su fe católica con la defensa de la igualdad de las mujeres así como con una intensa labor para unir a distintos pueblos con diferentes creencias y tradiciones.
Elizabeth Maria Hollants van Uytfan nació el 27 de enero de 1905 en la localidad belga de Turnhout.
Su infancia estuvo marcada por la muerte de su madre, dejando a su padre viudo con siete hijos.
Al poco tiempo, Hubert Hollants se volvía a casar con una tía de Betsie con quien aumentaron la familia con tres hijos más. Siendo ella una de las mayores, ayudó a cuidar de todos sus hermanos.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Hollants huyó hacia la frontera para refugiarse en los Países Bajos.
Allí, la pequeña Betsie empezó a ayudar a unos religiosos que editaban un periódico para belgas que, como ellos, se habían exiliado.
Cuando acabó la guerra, Betsie estudió en el colegio jesuita de las Hermanas de Nuestra Señora donde cursó filología alemana.
Al terminar su formación, empezó a trabajar como maestra en el Colegio de las Canonesas del Santo Sepulcro de su ciudad natal.
Poco tiempo después, fue contratada como asistente de un profesor de derecho de la Universidad Católica de Lovaina y entró en contacto con la democracia cristiana.
En aquellos años, Betsie trabajó también en distintos rotativos católicos, siendo la única mujer en la plantilla de redactores.
En la época de entreguerras, consciente de la complicada situación política y social que abocarían a Europa a un nuevo conflicto, Betsie puso sus esfuerzos en trabajar contra el racismo y la incomprensión entre los pueblos.
La Segunda Guerra Mundial trastocó su vida pero no su esencia.
Betsie se posicionó desde el primer momento en contra del nazismo y de la deriva antisemita que estaba oscureciendo la vida en Europa.
Además de trabajar como editora de un periódico clandestino, Betsie, escondida en un monasterio, se volcó de lleno en ayudar a esconder a judíos en conventos y con familias católicas que conocían su labor.
Al finalizar la guerra, continuó con su trabajo como periodista en Bélgica y en Nueva York, donde se trasladó en 1945.
Allí trabajó como corresponsal de la radio flamenca pública.
Durante dieciséis años permaneció en los Estados Unidos desde donde viajó a Grecia y a Bélgica en alguna ocasión por cuestiones de trabajo.
En 1961, a sus cincuenta y seis años, llegó a la localidad mexicana de Cuernavaca, donde empezó a colaborar con Ivan Illich, fundador del Centro de Formación Intelectual (CIF, por sus siglas en inglés), estableciendo relaciones con organizaciones de todo el mundo relacionadas con el activismo católico y la democracia cristiana.
Años después, Betsie convirtió el Centro de Investigación para el Desarrollo de América Latina en una organización feminista desde la que empezó a trabajar en favor de los derechos de las mujeres en toda Latinoamérica.
En la actualidad, el CIDAL se conoce como el CIDHAL, Comunicación, Intercambio y Desarrollo Humano de América Latina, un centro de documentación sobre la situación de las mujeres latinoamericanas, siendo pionero en la publicación de los primeros textos conocidos como estudios de género.
El CIDHAL se define como “una organización civil feminista fundada por Betsie Holland que desde 1965 trabajamos para promover y difundir los derechos humanos de las Mujeres”.
En la última etapa de su vida, Betsie Holland se centró en la discriminación que también sufrían las personas mayores, enfermas y a menudo incomprendidas en su dolor.
La VEMEA (Vejez en México: Estudios y Acción), fundada en 1984, quiso reivindicar los derechos de los mayores y durante sus diez años de existencia, trabajó para paliar la soledad física y emocional de los ancianos de la sociedad.
Poco tiempo antes de morir, Betsie alcanzaba uno de sus sueños, consagrarse como religiosa.
Lo hizo en la comunidad de Canónigas de San Agustín de la Congregación de Nuestra Señora. Con sus sueños y sus proyectos de vida cumplidos, Betsie Holland fallecía en 1996.