Como homenaje a san José por librar a su esposo de la horca y permitirle una muerte digna, Felipa de Rivas construyó hace 189 años un templo que hoy es un santuario visitado por miles de devotos. Al lugar llegan a pedirle favores y agradecer los milagros recibidos.
Se trata del santuario de San José, ubicado en el Valle del Cauca, en el occidente de Colombia. Una tierra de verdes paisajes y agradable clima, en donde se asentaron ricas familias españolas como la del hacendado Fernando Rivas y Felipa. Estas personas fueron muy respetados en la región.
La historia no cuenta por qué salieron de su país o si él había cometido algún delito grave que mereciera la pena de muerte. Lo que sí se sabe es que un buen día llegó un pregonero anunciando que había sido condenado a la horca por la Corona española. Al enterarse, la señora salió de prisa a la capilla de su hacienda. Entonces se arrodilló a pedirle durante horas a san José que librara a su esposo de ir a la horca y de la vergüenza que esto representaba. A cambio de la indignante condena, imploró al santo que le permitiera una muerte por causas naturales.
El milagro le llegó el día antes de que se ejecutara la condena. Fernando falleció después de varios días con una fiebre muy alta, un profundo malestar físico que en ese tiempo era conocido como “calentura”. En agradecimiento, ella destinó parte de su riqueza para levantar un templo en honor al padre de adoptivo de Jesús. Lo hizo en uno de los mejores lugares de su extensa hacienda. Fueron los esclavos negros que trabajaban para la familia en cultivos de caña de azúcar y otras labores agrícolas quienes transportaron los materiales y participaron en la construcción durante largos meses.
Felipa encargó a Barcelona la imagen especial de san José y pidió recomendaciones de expertos en arte colonial español, tanto en arquitectura como en ornamentación. El santuario, construido con las especificaciones de la época de la colonia que finalizó hacia 1810, fue inaugurado el 19 de marzo de 1832. Y seis años después, el obispo de Popayán concedió indulgencias por la intercesión de san José, las cuales en su publicación original aún se conservan.
Objetos de oro, pinturas antiguas y otros ornamentos originales sobrevivieron a las guerras civiles que padeció Colombia, pero no a la maldad de ladrones que se hicieron pasar por monjes cartujos y los robaron. Pero no es lo único que se ha perdido del antiguo templo. También se perdieron elementos arquitectónicos que fueron tapados, destruidos o reemplazados por sacerdotes que desconocían su valor histórico y artístico.
Así lo relata el padre Gildardo Vélez, quien fue designado en 1992 como párroco de Nuestra Señora del Carmen del corregimiento de Holguín. Aquí la parroquia a la cual pertenece el santuario de San José. El encargo incluía la recomendación de que no dejara caer el santuario.
Añadió que al llegar encontró muchos problemas, como las goteras y la humedad que estaban dañando el techo. También las modificaciones que le habían hecho al templo.
El sacerdote empezó a investigar con la gente del pueblo y por su propia cuenta sobre los orígenes de la construcción. Descubrió que el piso original, de ladrillo, había sido tapado con baldosas. Además, el cielo raso original estaba cubierto con caña brava, las puertas laterales habían sido clausuradas y los nichos tapados de manera burda.
Él mismo fue quitando las baldosas y el cemento con el que habían ocultado los umbrales y el altar. Lo mismo el púlpito y la pintura que cubrían la madera. Todo eso lo hizo con la ayuda de un arquitecto y un equipo de trabajo de la región.
“En el santuario conocí bien a san José y aprendí a amarlo, especialmente, a través de los testimonios de los nativos. Por eso, a ojos cerrados recomiendo su devoción, y digo: pídale algo y prométale que va a peregrinar al santuario y verá que se lo concede”, comentó el padre Vélez.
Hoy este sacerdote está a cargo de una parroquia en el municipio de Cartago, también en el Valle del Cauca, y le tiene encomendado a san José el proyecto de creación de una parroquia nueva, ante lo cual –dice– el santo ya le ha hecho varios favores. El párroco actual, Ainer Osorio, asegura que con el ‘Año de san José’ la devoción ha aumentado y que ahora llegan peregrinaciones de varias ciudades de Colombia y de otros países como Estados Unidos.
"Después de que estuvimos cerrados casi siete meses, ahora estamos celebrando misas los sábados, domingos y miércoles, días josefinos por excelencia", señala.
Por su parte, Lyda Giraldo, la encargada de cuidar el santuario, asegura que llegan peregrinos de muchos lugares para rogar a san José por sus necesidades y dar gracias por las gracias concedidas. Una de ellas es Luisa Fernanda Maya, una gran devota.
Por la renovación del templo, los milagros conocidos y el año en su honor los sacerdotes, devotos y la comunidad, confían que esta será una gran oportunidad para conocer una bella historia de fe y uno de los pocos santuarios que hay en Colombia en honor a san José.