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Las palabras de Jesús tocan hoy mi alma. Me conmueven esas palabras llenas de vida y esperanza:
El grano ha de morir en la tierra para dar fruto. Es el camino del desprendimiento de mi propio yo para poder seguir a Jesús. El camino del servicio, para servir con Él.
Está claro lo que tengo que hacer. ¿Por qué no lo hago? No quiero morir como la semilla. La muerte habla de ponerle un punto final a mis sueños y deseos. Morir a mis caprichos, a mis sueños, a lo que yo quiero y mi amor propio intenta conseguir. Renunciar siempre duele.
Morir a lo mezquino
Esta pregunta resuena en mi corazón. ¿Qué es lo que yo quiero de verdad? No quiero morir. Ni en el sentido real ni en el figurado de la palabra. No quiero que mi vida cambie. No quiero perder nada de lo que atesoro.
Y hoy Jesús, a las puertas de la Semana Santa, me habla de muerte. El que no muere no tendrá vida eterna. En eso consiste revivir cada año la Semana Santa.
Significa que me tengo que adentrar en el corazón herido de Jesús para recorrer con Él las calles de Jerusalén.
Morir a mi egoísmo, a mis deseos mezquinos, a mis planes pensando sólo en mi bienestar. A las ideas que tengo sobre mí mismo. Morir a los caprichos que guardo dentro de mí como un deseo molesto e incómodo.
Morir es lo contrario a vivir y yo estoy hecho para la vida, no para la muerte. No quiero morir, nunca lo he querido.
Optar por la verdadera vida
Y Jesús me pide que lo intente, que me deje hacer por Él. Que opte por Él, que es la vida.
Y para eso tendré que renunciar a lo que no me deja vivir en libertad. El otro día leía:
Me gustó esta mirada. Quiero tomar lo que tengo ante mí, lo que la Providencia me ofrece. Sin miedo, sin pesar, sin angustia, sin ansiedad.
Y precisamente eso que súbitamente tengo entre mis manos será lo que me va a hacer feliz. Será mi camino de plenitud. Esta mirada sobre la vida me consuela y llena de esperanza.
Semana Santa renovadora
La Semana Santa es un adentrarme en el misterio de mi propia muerte para salir victorioso en una vida más grande, mucho mejor que le que llevaba hasta ahora.
Esta forma de mirar las cosas me llena de esperanza.
Me amo a mí mismo, es cierto, pero no quiero que mi amor propio impida que pueda entregarme a los demás.
Sueño con un amor que se da sin reservas en un servicio desinteresado, generoso y grande. Una forma de servir personal y única. Que viva preocupado por las personas que Dios me confía. Sin miedo a perderme en ese amor concreto que Dios me pide.
No podré amar a todos, eso es imposible, pero sí amaré en lo personal a aquellas personas concretas por las que tengo que entregar la vida.
Y moriré un poco a mí mismo para vivir pensando en ellas, en lo que desean, en lo que quieren. ¿Qué quieren realmente ellas? ¿Qué sueñan?
Vivir muriendo
A veces estará en oposición a lo que yo quiero. ¿Qué es lo que yo quiero? Creo que no siempre coincidirá. Los deseos puede que sean opuestos, distintos, y entrarán en colisión.
Entonces tendré que elegir la muerte a lo mío para que surja la vida. La renuncia a mis planes para que el cielo se llene de estrellas como esa señal de esperanza que Dios me regala.
Quiero vivir mi vida muriendo. Quiero vivir sirviendo a aquellas personas que más necesitan mi entrega. No tengo miedo a servir y a morir porque después viene la vida y Dios me regala un corazón nuevo, renovado, lleno de su presencia que todo lo transforma.
Y la promesa de Jesús me tranquiliza. Él estará conmigo porque está con el que sirve, con el que muere por amor, con el que pierde la vida amando. Está conmigo que me pongo a servir a aquellos que me confían su amor.
Y entonces tengo paz. Él no se aleja de mí y yo puedo habitar en Él para siempre.