Una mirada honrada hacia nosotros mismos es diferente a no amarnos a nosotros mismos como lo hace DiosEn algún lugar, escondida en el disco duro de mi computadora, hay una novela fallida que escribí hace unos 15 años. No me importaría mucho si se perdiera para siempre, pero sin embargo, lo sentiría como una pérdida tremenda. Sí, la escritura y la trama son terribles y no es una buena novela, pero es mi novela.
Escondida en su cajón digital acumulando polvo, su existencia es similar a sacar una navaja y grabar mi nombre en el tronco de un árbol para demostrar que estuve aquí. Viví. Escribí. Aunque me de vergüenza enseñarla.
Mi novela es la peor, pero la razón por la que la menciono es porque, cuando pienso en ella, siento una necesidad abrumadora de criticarme a mí mismo. ¿Cómo pude haber escrito eso? ¿Sé siquiera escribir? Si la gente supiera que existe, ¿volverían a leer mis ensayos?
Tuve que aceptar estas preguntas y ponerlas en perspectiva. Hay una delgada línea entre admitir honradamente que la novela no es muy buena y criticarme constantemente, lo que me lleva a una ansiedad y a dudas continuas.
La autocrítica es una parte necesaria del autoconocimiento y del conocimiento de nuestras limitaciones. Nadie quiere engañarse sobre lo que se le da bien y lo que no. Sin embargo, no es inusual que la autocrítica se vuelva vergonzante e hipercrítica. Nos paraliza. ¿Y si esa novela fallida hubiera iniciado un ciclo interminable de vergüenza que me convenciera de que nunca sería un escritor aceptable?
Cuando la crítica nos paraliza
Veo que la autocrítica se apodera de mis hijos. Llegan a creer una cierta idea sobre sí mismos, que son malos para las matemáticas o que no pueden tocar el piano, y eso los sabotea. Como padre, es frustrante porque sé que la idea que han llegado a creer sobre sí mismos es falsa. Lo veo con tanta claridad y, sin embargo, soy como ellos.
Muchos otros que conozco son de la misma manera, porque internalizamos narrativas críticas sobre nosotros mismos que distorsionan nuestra autocomprensión. Nos hemos dicho tantas veces “eres malo en esto”, o “no puedes hacer aquello”, que ahora lo creemos casi con fervor religioso. Es un proceso que solo puede terminar en parálisis. Si no se puede hacer nada bien, es mejor no intentar nada en absoluto.
Eso es exactamente lo que la autocrítica descontrolada nos motiva a lograr: nada en absoluto. La verdadera vergüenza es que el guión constante que se desarrolla en nuestras mentes y que señala todas nuestras deficiencias y defectos es poco imaginativo. Asume la peor interpretación posible de un mundo en el que nada funciona del todo, cada partida de ajedrez termina en tablas, cada esfuerzo es un vergonzoso fracaso. No queda emoción, ni sueños ni ambiciones. Es aburrido.
También es seguro. Curiosamente, creo que es por eso que nos volvemos adictos a la autocrítica. A veces es casi placentero. Nos hace sufrir, pero también nos protege de la desilusión. La autocrítica es limitante, pero cómoda. Casi me pregunto si tenemos miedo, miedo de luchar, miedo de celebrar nuestras victorias.
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Misericordia con uno mismo
Recuerdo la primera vez que escribí un ensayo y se lo envié a un editor. Estaba convencido de que el editor leería la primera línea, se reiría y la borraría. Ese sería el comienzo y el final de mi carrera como escritor. Pero armé mis nervios y me arriesgué a fracasar. Y sí, querido lector, fracasé. Ese ensayo no se publicó.
Luego escribí otro y se publicó. He publicado ya cientos de ensayos, pero cada vez que hago clic en el botón enviar en mi correo electrónico para enviar uno a un editor, estoy convencido de que será rechazado por completo. O que los lectores se reirán de mí. O que obtendré comentarios desagradables en respuesta.
Esas cosas a veces suceden, pero lo que he aprendido es que la mayor parte de la reacción negativa anticipada está en mi cabeza, y los editores y lectores son indefectiblemente generosos y amables.
Esta bondad me ha revelado el secreto para superar la autocrítica adictiva y malsana. El secreto es pensar en mí mismo de la forma en que otras personas piensan en mí. Por alguna razón, somos más duros con nosotros mismos que con otras personas. Cuidamos a otras personas mejor de lo que nos cuidamos a nosotros mismos. Estamos más inclinados a extender la misericordia y el perdón a los demás.
Es un error negarse a tener piedad. No, no eres perfecto. Yo tampoco. Sé misericordioso de todos modos. Sé compasivo. Si es todo lo que puedes hacer, oblígate a saber que hay personas que te aman mucho y un Dios que te ama mucho. ¿Quiénes somos para decirle a Dios que está equivocado? ¿Quiénes somos para decirles a todos los que nos quieren que, no, de hecho, no tenemos talento y que están todos equivocados?
Así que sé misericordioso contigo mismo y acepta tanto la victoria como la derrota. La autocrítica constante nos frena. Es hora de que lo dejemos atrás y saltemos a la vida con entusiasmo. Tal vez algún día sea lo suficientemente valiente como para escribir una nueva novela.