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¿Tiene algo que decir Nietzsche a los cristianos de hoy?

NIETZSCHE
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Miguel Pastorino - publicado el 22/01/21
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La lectura de los llamados “maestros de la sospecha” es considerada como purificadora y necesaria para el crecimiento y la madurez en la feUn pensador tan grande y controvertido como Friedrich Nietzsche (1844-1900), tuvo y siempre tiene mucho para decir sobre nuestras ideas y creencias, además de que es inmensa su influencia y la diversidad de sus intérpretes.

Su retórica deslumbrante, su estilo provocador, su demoledor cuestionamiento de los fundamentos de la tradición occidental y particularmente de la modernidad filosófica, así como del cristianismo de modo agudo e irónico, lo hacen por demás muy atractivo para muchos lectores, generación tras generación.

Se lo idolatra a veces excesivamente con lecturas poco críticas, aunque también hay detractores que no están dispuestos a concederle nada bueno, ambos extremos se mueven en reduccionismos que no permiten a los defensores ver la fragilidad de todo proyecto filosófico, ni tampoco a los detractores valorar la grandeza de algunas de sus intuiciones.

La necesidad del diálogo

Al leerlo, el lector se ve obligado a enfrentarse a sí mismo y a sus convicciones más profundas. Como a muchos autores incomodos, hay quienes lo leen para encontrar lo que legitime sus propios prejuicios y quienes ya lo leen con animo de refutación antes de intentar comprenderlo. No soy un experto en su pensamiento, ni he leído sus obras completas, pero considero que es alguien con quien no hay que dejar de dialogar.

En el estudio de la filosofía es fundamental dialogar con los autores, en el sentido más profundo del “diálogo”: ser capaz de recibir al huésped inquietante para repensar las propias ideas y en el caso del creyente, la propia fe. El diálogo es real cuando la palabra la tiene el otro y salimos de la circularidad de los propios prejuicios. Es un ejercicio que nunca termina y siempre es liberador. Eusebi Colomer escribió al respecto: “El auténtico diálogo de la verdad parte del convencimiento sincero de mi verdad, pero exige, igualmente, el esfuerzo heroico por colocarme en el punto de vista del interlocutor y, de esta forma, fecundar mi verdad en la parte de verdad que hayo puede haber en el otro” (1967).

Al igual que los grandes pensadores del ateísmo de los siglos XIX y XX, Nietzsche entiende que Dios es el gran obstáculo a la libertad y a la felicidad del hombre.



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Crítica a la idea que tiene de Dios

De allí que se vuelve muy interesante revisar críticamente qué idea de Dios hay detrás de sus escritos. Nos encontraremos sorpresivamente con una caricatura del cristianismo y ciertamente quienes somos cristianos estaremos de acuerdo con Nietzsche más de lo que imaginamos en la crítica a una religión deshumanizante y a una imagen de Dios que en realidad es un ídolo monstruoso al que la vale la pena demoler “a martillazos”.

Una imagen infantilizante de Dios y opresiva, que no pocas veces se ha predicado en la historia del cristianismo, porque de hecho, la amarga critica de muchos autores surge de la experiencia concreta de formas patológicas de la religión. El gran teólogo cristiano Romano Guardini escribió que no se puede creer en un Dios “que quita al hombre el espacio de vivir, la plenitud de lo humano, el honor de la existencia. De ahí brota el ateísmo postulatorio: Si he de existir yo, él (Dios) no puede existir”.

En este breve artículo solo esbozaremos unas pocas claves que ayuden a mostrar la necesidad de dialogar con él, porque un profundo comentario de su crítica a la religión merecería cientos de artículos.


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¡Dios ha muerto!

Es la expresión más conocida de Nietzsche, pero no es una simple declaración de ateísmo, sino una expresión mucho más profunda. Kierkegaard ya había escrito sobre “La muerte de Dios” en uno de sus “Discursos cristianos”, demostrando que la “muerte de Dios” supondría también “la muerte del hombre”, como mucho tiempo después escribirá Foucault en “Las palabras y las cosas”.

El drama de Occidente

Se trata de la ausencia de valores, de un fundamento donde apoyar la vida en común, es el drama de Occidente anunciado por Nietzsche hace ya más de un siglo:

«El hombre moderno cree experimentalmente a veces en este, a veces en aquel valor, para abandonarlo después; el círculo de los valores superados y abandonados es siempre muy vasto; constantemente se advierte más el vacío y la pobreza de valores; el movimiento es incontenible —si bien se ha intentado frenarlo con gran estilo—. Finalmente, el hombre se atreve a una crítica de los valores en general; reconoce el origen; conoce demasiado para no creer más en ningún valor; he aquí el pathos, el nuevo escalofrío… Esta que les cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que sucederá, lo que no podrá acontecer de manera diferente: el advenimiento del nihilismo» (F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, 1885-1889).

Nietzsche, con su estilo demoledor, llega a un callejón sin salida y su resumen del nihilismo es «la muerte de Dios», es decir, la pérdida del suelo en el que se sostenía la cultura occidental. Es la constatación de la pérdida de la dimensión de trascendencia, la anulación de todos los valores tradicionales, la pérdida de todos los ideales. Y así lo describe Heidegger en Caminos del bosque: «El nihilismo, considerado en su esencia, es más bien el movimiento fundamental de la historia de Occidente. Este revela un curso tan profundamente subterráneo, que su desarrollo no podrá determinar sino catástrofes mundiales».

¿Se puede vivir sin Dios?

Pero los intérpretes muestran grandes diferencias en el modo de interpretar el anuncio de la muerte de Dios en el personaje del loco, en “La gaya ciencia” (1882). Donde más ha profundizado en el tema es en “Así habló Zaratustra” (1883-1885).

Aunque parece celebrar la muerte de Dios y la necesidad de crear un hombre nuevo, también parece advertir sobre la oscuridad de un mundo que se desploma, sin norte ni sur, en el que no se sabe hacia dónde dirigirse.

Nietzsche introduce así la sospecha en el corazón de la cultura y cómo la muerte de Dios supone una radical transformación de la idea de hombre, de nuestras concepciones del bien y el mal, de la historia y de la vida. Nada será fácil a partir de la muerte de Dios, sino que “comienza la tragedia”.

Para Zaratustra la muerte de Dios es una buena noticia, es el comienzo de una nueva humanidad. Pero se constata que será muy difícil vivir sin Dios y liberarse de su recuerdo. Anticipa que se sentirá nostalgia del viejo dios y que la libertad pura y solitaria que nace después de la muerte de Dios es difícil de vivir y solo los más valientes podrán conquistarla. Nietzsche muestra la soledad y el vértigo que produce vivir sin el suelo que nos sostenía.

Dios y la libertad humana

Para Nietzsche la fe conduce a la sumisión del hombre, porque entiende a Dios como el gran rival de la libertad humana. El asesinato de Dios no es algo espontáneo, sino necesario e intencional, provocado por el resentimiento ante la mirada acusadora. Pero sus asesinos no sienten todavía el vértigo de su ausencia, es algo que ha ocurrido, pero no todavía no se han visto todas sus consecuencias.

El ateísmo de Nietzsche es una rebelión contra una imagen de Dios que disminuye al ser humano, que lo limita en sus posibilidades de realización. Dios es para el filósofo alemán el símbolo de todas las máscaras y la condensación de todo el resentimiento que envenena la vida y la inocencia humana. El hombre ha sido convertido en un burro de carga de los señores de todo tipo, se le ha introducido el sentimiento de culpa inventando la noción de pecado, se le ha sometido a todo tipo de opresiones y represiones, se le ha creado un cielo para que se olvide de los placeres de la tierra. El máximo responsable de esta humillación del hombre es el cristianismo y la metafísica platónica que esconde.

¿Cuál cristianismo? ¿Cuál dios?

El cristianismo atacado en la obra de Nietzsche es en gran parte la versión luterana que conoció, con su antropología pesimista de la “naturaleza corrompida”, marcado por un gran moralismo y una fuerte centralidad en el pecado. Además, confundió cristianismo con platonismo y a veces con maniqueísmo o gnosticismo.

Su crítica es acertada contra toda forma de reducción moralista de la fe, o de una religión negadora de la vida, atada al sufrimiento como valor en sí mismo, de un dios demasiado antropomorfizado, como “el ojo que todo lo ve”, como un dios controlador y castrador. Pero tampoco su crítica abarca ni alcanza a la mayor parte del cristianismo.

Muchos que han tenido una mala experiencia con el cristianismo se identificaron con sus escritos y hallaron un camino de liberación de una religión opresiva y asfixiante. También es cierto que son muchos los que, sin conocer el cristianismo, piensan conocerlo a través de autores como Nietzsche quedando atrapados en las geniales caricaturas que él plasmó para denunciar lo que consideraba detestable, pero desconocen los núcleos fundamentales de una fe profundamente liberadora.

Autoanálisis crítico

Por otra parte, muchos cristianos han encontrado en Nietzsche un pensamiento aleccionador para las comunidades de creyentes donde las experiencias de transmisión de la fe y sus representaciones de Dios exigen un autoanálisis crítico del daño que provocaron en la vida de las personas cuando se inventan un dios que infantiliza y oprime, que anula y desgasta, que llena de culpas y de miedos, que a fin de cuentas es un dios en las antípodas del auténtico cristianismo.

No en vano el Concilio Vaticano II reconoce que muchas formas de ateísmos son un producto del mal testimonio de los cristianos o de la presentación deformada de los contenidos de la fe.

La lectura de los llamados “maestros de la sospecha” como Nietzsche, ha sido considerada por grandes teólogos cristianos del siglo XX, como Henri de Lubac, como purificadora y necesaria para el crecimiento y la madurez en la fe, para desmantelar imágenes mentales, ídolos que deben destruirse para abrirnos a una fe que nos libere de todo lo que deshumaniza al hombre, de todo lo que busque anular su libertad, de todo lo que deforme al cristianismo de sus ejes fundamentales.

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