La conversión implica el desapego del pecado y de la mundanidad, y su objetivo final, es la comunión y amistad con Dios. Lo explica el Papa en el Ángelus
La conversión implica el desapego del pecado y de la mundanidad
Tal como enseñaba el Bautista, que en el desierto de Judea proclamaba “un bautismo de conversión para perdón de los pecados”, convertirse, explicó Francisco “significa pasar del mal al bien, del pecado al amor de Dios”, tanto en la vida moral como espiritual. En aquel entonces, “recibir el bautismo era un signo externo y visible de la conversión” de quienes escuchaban la predicación del Bautista y “decidían hacer penitencia”. Sin embargo, el bautismo “era inútil sin la voluntad de arrepentirse y cambiar de vida”.
Juan el Bautista, un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial”, señaló Francisco, “es el ejemplo de este desapego del pecado y de la mundanidad”.
El objetivo de la comunión y amistad con Dios
Pero el Papa también habló del “otro aspecto” de la conversión, que es “el final del camino” constituido por “la búsqueda de Dios y de su reino”:
Este objetivo “no es fácil”, añadió el Santo Padre, “porque son muchas las ataduras que nos mantienen cerca del pecado: inconstancia, desánimo, malicia, mal ambiente y malos ejemplos”. A veces – continuó – el impulso que sentimos hacia el Señor es demasiado débil y parece casi como si Dios callara; nos parecen lejanas e irreales sus promesas de consolación, como la imagen del pastor diligente y solícito, que resuena hoy en la lectura de Isaías. Es entonces cuando se siente la “tentación” de decir que es “imposible convertirse de verdad”: ese desánimo, dijo el Papa, “es arena movediza de una existencia mediocre”.
Una “gracia” que hay que pedir con fuerza
“¿Qué podemos hacer en estos casos?”, preguntó el Papa Francisco. “En primer lugar, recordar que la conversión es una gracia”, afirmó, y, como “nadie puede convertirse con sus propias fuerzas” “hay que pedirle a Dios con fuerza que nos convierta”.
Al concluir su reflexión, el Sumo Pontífice oró para que María Santísima, a quien pasado mañana celebraremos como la Inmaculada Concepción, “nos ayude a desprendernos cada vez más del pecado y de la mundanidad, para abrirnos a Dios, a su palabra, a su amor que regenera y salva”.
Ninguna pandemia ni crisis puede apagar la luz de Dios
Tras el rezo mariano, el Pontífice pidió que, en estos días, en los que en tantos hogares se preparan el árbol de Navidad y el pesebre “para la alegría de chicos y grandes”, vayamos más allá de estos “signos de esperanza”, es decir, a su significado: a Jesús, el amor de Dios que Él nos reveló y a la bondad infinita que hizo resplandecer en el mundo.