Esconder la vida por vergüenza, por miedo, por comodidad es lo peor que puedo hacerLa parábola de los talentos me habla de lo que valgo, de lo que tengo que dar y hacer. Me habla de la confianza de Dios en mí.
Me quiere y ha puesto en mis manos el poder de la vida. Me ha dado un número de talentos, de dones.
A menudo no valoro los talentos que tengo, ni la misión confiada. Miro a mi alrededor y veo gente mucho más capaz, con más talentos y capacidades. Y me indigno con ese Dios arbitrario que da según su antojo.
Hoy me pide Dios que me fije en lo que hay en mí, en la misión que sólo a mí me ha confiado, porque confía en mí y eso es lo importante. Esa confianza plena en lo que haré yo con lo que me ha dado.
Invertir mejor que guardar
Puedo invertir mis talentos, puedo hacerlos producir. Seré más o menos fecundo, eso le importa menos a Dios porque la fecundidad es suya, no mía.
Está en mi mano, lo sé, pero lo olvido. Cuando me va mal echo la culpa a las circunstancias, a la fragilidad de esta vida.
Otras veces tengo miedo a perder y escondo bajo tierra el tesoro que llevo en mi corazón. Como si tuviera miedo al fracaso, al rechazo, al olvido.
Guardo para conservar, no sabiendo que, al hacerlo así, lo estoy perdiendo todo. Vana ilusión la mía que pretende conservar ocultando, enterrando.
Esconder la vida por vergüenza, por miedo, por comodidad es lo peor que puedo hacer.
¿Conoces tu valor?
¿Quién soy yo? ¿Para qué me ha creado Dios? ¿Qué misión me ha confiado? Tengo sólo unos años por delante, una vida que sólo tengo que perder para ganarlo todo.
Parece fácil. Pero no es sencillo descubrir mi valor. Comentaba el padre José Kentenich:
Mientras más me vea como un don especial de Dios, tanto más me entregaré a Él”.
Me tengo que ver como un don especial de Dios. Tengo que pensar que lo que yo soy, lo que valgo, lo que hago, lo que pienso, lo que digo, todo eso que soy en mis silencios y en mis actos es algo único.
Sólo yo puedo hacer así las cosas y no me comparo con otros. No pienso en los talentos que otros han recibido. Pienso sólo en los míos y me siento especialmente afortunado, amado y querido por Dios.
Él sabe quién soy y lo que puedo llegar a dar si amo, si me entrego.
La fuerza para dar
Pero también sabe que necesito recibir amor para comenzar a darme. En esos dones que descubro en mi interior aprecio su amor inmenso.
Me ha dado talentos para que los haga crecer, para que den fruto para muchos y sacien la sed de amor del mundo. Ha puesto en mí una verdad para que la entregue.
No quiere que me relaje y olvide el don recibido. Y yo no quiero escuchar de sus labios: “Eres un empleado negligente y holgazán”.
Dios entiende que fracase, que mi forma de ser, mi talento, mi don no sea comprendido por los hombres. Sabe que la cruz puede ser mi destino. Sabe que no siempre me resultará lo que emprenda.
Pero lo que siempre quiere Dios es que no escatime esfuerzos. Que no sea un holgazán. Que no descuide mi tiempo porque no sé la hora en la que tendré que rendir cuentas.
Él viene a mí y espera verme dando lo que me entregó un día confiado. Quiere que sepa quién soy y lo que llevo guardado en mi alma. Me gustaría escuchar siempre de sus labios:
Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”
Me gusta esa mirada de Dios sobre mí. Esa mirada que ve que soy fiel en lo poco, en la entrega de mi talento, de mi vida. Sabe que soy pequeño pero también que lo he dado todo por amor. Eso basta.
Yo puedo aportar un grano de arena al desierto, una gota de agua salada al mar. No importa lo pequeño de mi aporte. Lo que quiere es que no sea cobarde.
El mejor inversor
¿Qué talentos ha puesto Dios en mi alma? ¿Dónde están mis fuerzas? ¿Cuáles son mis debilidades? Incluso de debajo de las piedras saca Dios la vida.
¿Cuáles son mis heridas y dolores que dan vida a otros? En la pobreza de mi historia sagrada veo una riqueza de la que beber cada día. Dios puede hacer que mis heridas sean fecundas. Eso es lo más maravilloso de su amor.
Las decisiones que voy tomando en la vida son importantes. Me hago responsable de lo que decido, del camino que elijo.
Y sigo adelante sin mirar atrás, sin miedo al fracaso. Esas decisiones, también las que tomo de forma equivocada, son fuente de vida. Dios puede sacar vida de la muerte, salud de la enfermedad.
[1] Herbert King Nº 3, El mundo de los vínculos personales