Los padres de este superviviente decidieron apostar por su vida pese a que les recomendaban ponerle fin a un embarazo con dos virus. El covid-19 es uno.
Esta “no es una historia de coronavirus” como afirma Albert, el padre del pequeño Max, un auténtico superviviente que nació el pasado 1 de noviembre en Tarragona (España). “Es la historia de 9 meses que han sido los más complicados de nuestra vida para mi mujer y para mí”. La pareja tiene otro hijo, Artur, de 1 año.
Todo empezó a finales de febrero, cuando Marta estaba embarazada solo de 4 semanas y, ante la fiebre persistente y el dolor abdominal, ingresó en el Hospital de Sant Pau de Barcelona. Tardaron unos días en dar con el diagnóstico: hepatitis por infección de citomegalovirus.
Si el virus pasaba de la madre al embrión, las consecuencias podrían ser irreversibles. Y el personal sanitario puso sobre la mesa el aborto, la posibilidad de interrumpir el embarazo. A Marta le llegaron incluso a decir: “Si le habéis concebido de manera natural, ya tendréis otro, mujer”.
Pero Albert y Marta lo tenían claro: en ningún momento dudaron y la posibilidad de abortar nunca estuvo sobre la mesa. Eso sí, mucho miedo e incertidumbre. Como dice Marta “el miedo te absorbe y te hace pensar cosas que nunca imaginarías”.
Recibió el alta del hospital a los 15 días de ingresar y con una analítica peor que antes. Se van a casa. Es 13 de marzo, día en el que confinan el país por culpa de otro virus procedente de China. Los hospitales están saturados de enfermos de covid-19.
Marzo y abril se hacen eternos. Y un día llaman de nuevo del hospital: resulta que uno de los resultados de una analítica reciente de Marta tiene indicadores compatibles con el coronavirus. Por esta razón entran a formar parte de un estudio del covid-19 en embarazadas y la nueva ginecóloga que les asiste es puro optimismo y positividad: “Max es un superviviente”, les dice.
Tienen la posibilidad de realizar una amniocentesis para comprobar si el virus se ha transmitido de la madre al feto, pero deciden no hacerla. Independientemente del resultado, ellos iban a seguir adelante.
Pasan las semanas y la evolución es normal, aunque siguen muy preocupados por la afectación o no de Max. Pero ellos son optimistas y más cuando les anuncian que después de revisar unos datos, el resultado de marzo era un falso positivo por coronavirus de Marta, ¡Un virus menos al que vencer!
La familia se traslada por trabajo a Tarragona y el embarazo está llegando a término. El 1 de noviembre Marta siente las primeras contracciones y acuden al hospital más cercano, Joan XXIII. La comadrona les dice que el parto está muy avanzado y no les da tiempo a trasladarse al hospital de Sant Pau de Barcelona.
A Marta le hacen un PCR protocolario antes de entrar en la sala de partos, y cuando ya lo tienen todo prácticamente preparado, aparece la doctora con el vestido de protección completo.
¿Qué ocurre ahora? Pues que el PCR ha salido positivo y en la sala de partos se tienen que quedan solos Inés -la comadrona-, Albert y Marta. El resto del equipo médico desde fuera de la sala controla la marcha del parto y las constantes vitales.
En pocos minutos llega el momento. Como cuenta Albert, “seguimos las indicaciones al pie de la letra, y aunque estamos muy asustados, estamos decididos y esperanzados con la convicción y profesionalidad de Inés. El parto es un éxito, nace Max y lloramos de felicidad”. Y como recuerda su madre, Max lloraba también con mucha fuerza. La tiene, seguro.
Así que, como decíamos al principio del artículo, “esta no es una historia de coronavirus. Esta es una historia de vida, de esperanza y sobre todo de personas y del gran poder y responsabilidad que tienen con su bata blanca”.
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