El 16 de diciembre de 1770 Ludwig van Beethoven nacía en Bonn. El año 2020, al cumplirse el 250 aniversario de su nacimiento, fue catalogado como el “año Beethoven”, y aunque por circunstancias conocidas muchas de las actividades conmemorativas han debido suspenderse, vale la pena detenerse en la obra de este inmortal compositor, sin duda uno de los más importantes de toda la historia mundial de la música.
A tono con los homenajes de ese año, nos proponemos rescatar una de sus obras más monumentales, aunque quizás no es de las más popularmente célebres, que forma parte del limitado repertorio del compositor: su Missa Solemnis en Re Mayor op. 123. Se trata de una obra compleja y extensa que ha sido objeto de no pocas polémicas: si es o no una de las grandes obras del compositor, si tiene o no una genuina inspiración religiosa, si además de ser una obra sacra es una obra verdaderamente litúrgica…
Si confiamos en la opinión del mismo autor, hemos de subrayar que Beethoven consideraba que su Misa en Re Mayor era la más grande y la más lograda de sus obras. La finalidad originaria era que fuese interpretada en la consagración archiepiscopal del archiduque Rodolfo, príncipe arzobispo de Olmütz, el más querido de los aristocráticos discípulos del maestro.
La consagración estaba fijada para marzo de 1820, y Beethoven comenzó la composición en 1818. Sin embargo, no llegó a terminar la obra a tiempo, sino dos años más tarde, a mediados de 1822. Recién en el tercer aniversario de su consagración el arzobispo recibió la partitura ológrafa de la obra, aunque Beethoven la continuó retocando durante un año más.
Fue ejecutada por vez primera en 1824, pero incompleta, en la célebre “academia” en el Teatro Körntnerthor en la que también se estrenó la Novena Sinfonía. Sin embargo, la primera ejecución completa de la Misa Solemne en Re tuvo lugar recién en 1855, veintiocho años tras la muerte del compositor.
Algunos sostienen que no es una obra auténticamente litúrgica, tanto por su extensión (casi hora y media de duración) como por su forma compositiva. El mismo Wagner afirmaba que se trataba de una obra puramente sinfónica en la que el texto servía meramente de excusa para el canto, pero en la que no estaba presente la huella propiamente religiosa.
Adorno también desacralizó esta composición y la calificó de "obra de arte alienada". Algunos consideran que en esta Misa encontramos a un Beethoven humanista, incluso iluminista, que se va aproximando al romanticismo. El tratamiento del texto litúrgico ciertamente no es el de compositores como Bach o Haydn. En esta Misa parece haber por momentos un diálogo del hombre consigo mismo en un corazón lleno de inquietudes y dudas, y no una alabanza diáfana y una expresión de piedad inquebrantable.
Así lo explica Bruno Walter:
Beethoven no era un creyente ortodoxo ni un asiduo asistente a la iglesia. Su religiosidad no carece de particularidades, como alguna vez ya se ha expuesto en este mismo espacio (cfr. artículo "La poco convencional fe de Beethoven en Dios"). Sin embargo sus cuadernos de conversación dan muestra de una fe profunda en Dios, ante cuya omnipotencia sabía inclinarse con humildad – justamente él, que no carecía de orgullo.
Puntualmente en referencia a la Missa Solmenis, el mismo Beethoven señaló en su momento:
Al tratarse de una obra de tanta extensión y complejidad, es posible que no baste con una primera escucha para adentrarse satisfactoriamente en su contenido. Por ello, presentaremos aquí sus cinco movimientos –según las cinco secciones del Ordinarium (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei)– en versión de diversos intépretes.
Kyrie
Comienza con una breve introducción orquestal a la que se suma el coro y los solistas en diálogo.
Dirección de Nikolaus Harnoncourt con la Royal Concertgebouw Orchestra y el Netherlands Radio Choir. Solistas: Marlis Petersen, Elisabeth Kulman, Werner Güra y Gerald Finley.
Gloria
Un allegro vivace lleno de contrastes, con momentos de pleno ímpetu y otros más reflexivos. Tal vez uno de las únicos casos en los que la partitura de una Misa incluye un presto. La fuga sobre el final nos recuerda a las obras del barroco.
Dirección de Fabio Luisi con interpretes de la Sächsische Staatskapelle Dresden
Solistas: Camilla Nylund, Birgit Remmert, Christian Elsner y René Pape.
Credo
Allegro ma non troppo de suma complejidad en algunos pasajes, como la fuga del tramo final. Según Bruno Walter, si en el Gloria habla el hombre inspirado, en el Credo habla el profeta.
Dirección de William Winert con intérpretes del Eastman-Rochester Chorus y la Eastman School Symphony Orchestra. Solistas: Yunjin Kim, Caroline O'Dwyer, Joshua Bouillon, y Zachary Benton Burgess.
Sanctus
En este caso Beethoven ha optado por un comienzo calmo, sin la pomposidad con la que suele musicalizarse el triple “Santo”. El brío sí aparece en el pleni sunt coeli y el Hossana. En el Benedictus se destaca el diálogo entre el violín solista y las voces solistas.
Versión de la Royal Philharmonic Orchestra y el London Philharmonic Choir, bajo la dirección de Sir Gilbert Levine. Solistas: Bozena Harasimowicz, Monica Groop, Jerry Hadley, Franz-Josef Selig
Agnus Dei
Este adagio es el único movimiento de la obra en la que el compositor utiliza un tono menor. Inicia con un solo de bajo sombrío en el que Beethoven manifiesta su propia vivencia espiritual atormentada. La pieza revela profunda tristeza, por momentos incluso desesperación, hasta su cambio sobre el final.
Mismos intérpretes que en el Sanctus.
Para quienes prefieran escuchar la obra de modo íntegro, dejamos algunos enlaces a disposición:
Versión bajo la batuta de Karl Böhm (sólo audio)
Versión remasterizada bajo la dirección de Leonard Bernstein
Versión remasterizada a cargo de Herbert Von Karajan (audio)