Vivimos una pandemia, pero no todo son tragedias insuperables, algunas de las cosas que nos turban son sólo circunstancias adversas…
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Confío en ese Dios que no me va a dejar solo en medio de mi tribulación. Me ama, me busca, me desea, me protege. Dice el profeta:
“Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros. Aniquilará la muerte para siempre. Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte”.
En ocasiones no veo claro el futuro. Se oscurece ante mis ojos. Algo difícil me sucede. Miro al frente y respiro.
No todo son tragedias insuperables. Algunas de las cosas que me turban son sólo circunstancias adversas. ¡Cuántas veces pierdo la alegría por cosas pequeñas! Víctor Kuppers preguntaba:
“¿A mí qué me quita la alegría?”.
Me falta serenidad para aceptar la realidad como es y no dejo de pensar en cómo me gustaría que fuera. Es lo que me quita la paz y el buen humor.
Son cosas pequeñas las que me turban. Tengo derecho al pataleo, a la queja. Pero sin exagerar. Si me detengo a mirar a mi alrededor, son tantos los que sufren por cosas importantes…
Las mías importan menos, son más pequeñas, menos graves. Ante mis ojos parecen enormes. Pero no tengo derecho a amargarme ni a amargar a nadie.
Tomo distancia de lo que me angustia. Me alejo un poco. Miro a otros, con sus problemas y luego vuelvo a mirar mi vida. Sí, no tengo derecho a exagerar.
Sonrío, me alegro, estas pequeñeces no pueden quitarme la alegría ni la paz. Estoy seguro de que Dios no me va a dejar en medio de mi camino.
Cuando veo cómo viven algunos enfermos su enfermedad me conmuevo por dentro. Eso sí es un problema y no los míos. Las palabras del salmo hoy me consuelan:
“El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Él me guía. Me falta fe. No tengo esa confianza tan grande en el Dios de mi vida. No sé por qué dudo pero me asusta verme solo en el momento más difícil, cuando me falten las fuerzas.
No quiero dudar de ese poder infinito que sostiene mis pasos. No quiero temer que su aparente ausencia acabe con mis sonrisas.
Él está ahí para acompañarme cuando parece que todo se acaba y el final está cerca. Miro a lo alto y lo veo sosteniendo mis pasos con mano firme. No pierdo la alegría. Me tocan de forma especial las palabras del Padre Kentenich:
“Él no nos ama tanto porque seamos buenos sino porque Él es nuestro Padre, o porque nos hace llegar su amor misericordioso con la mayor abundancia cuando afirmamos con alegría nuestras limitaciones, nuestras debilidades y miserias, y las consideramos como un título esencial para la apertura de su corazón y para el prorrumpir del torrente de su amor”[1].
Miro mis miserias y debilidades, los problemas que me turban y ponen en peligro mi paz interior, como un camino al corazón de Dios.
Me ama en mi debilidad, me ama en mi pobreza. No tengo derecho a su amor. Todo es gratuidad, todo es don.
Miro su rostro conmovido. Me detengo ante Él y sé que me sostiene. ¿Por qué tengo miedo? ¿Por qué me turbo?
Sólo Dios salva mi vida. Sólo Él me levanta cada vez que caigo en medio del camino. No me canso de suplicar misericordia de Dios. No me canso de alzar las manos sin pausa buscando su abrazo.
Mis problemas son pequeños, aunque parezcan los peores. Dios me mira conmovido y me sonríe. Me pide que no tema, que pasarán las angustias de mis días presentes. Que no tiemble y no pierda la alegría por cosas tan pequeñas.
Todo pasará y habrá merecido la pena vivir con pasión la vida. Sí, vivir no sobrevivir.
Hay personas que sobreviven en circunstancias adversas. Yo no quiero ser uno de ellos. No quiero sobrevivir a las dificultades. No quiero detenerme sufriendo por cosas pequeñas.
La pandemia que vivo no puede quitarme la paz. No sobrevivo, decido vivir en plenitud, con el alma ensanchada por la alegría de vivir el presente.
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Aquí y ahora. Dios es mi Pastor y no me deja nunca. Me lleva a los mejores pastos y sostiene mi vida. Y no lo merezco, no soy bueno. Es Él el que es bueno y yo no me merezco sus sonrisas.
Simplemente camino confiado por cañadas oscuras, nada temo. Mi vida está en sus manos pase lo que me pase.
Espero que mis sueños se hagan realidad. Pero no huyo cuando no es la realidad tal como yo esperaba. Sigo adelante sin temer los desencuentros, las desilusiones.
Porque afrontar la verdad es el paso hacia la libertad, como reza esta oración:
[1] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor