Cuántas experiencias han ido creando prejuicios… pero el testimonio es lo que de verdad enseña
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Necesito desaprender muchas cosas para poder aprender otras. Necesito olvidar para poder recordar lo que de verdad me importa.
Necesito soltar peso para poder guardar lo que me hace falta. Necesito soltar mis amarres para emprender el vuelo. Levar ancla para navegar mar adentro. Dejar atrás el peso de mi equipaje para caminar más ligero.
Una y otra vez me confronto con la realidad desde mis prejuicios y mis miedos. Soy consciente de que tengo cosas aprendidas que no me hacen bien.
Interés no es amor
Se me ha metido en el alma la idea del mérito y cada cosa que hago suma o resta, no es indiferente.
He percibido que el aplauso viene con un acto bueno de mi parte. Y la crítica, la condena y el juicio cada vez que no respondo a lo que el mundo espera.
Me he acostumbrado a caminar encadenado cuidando mis palabras, mis maneras, mis gestos. No vayan a pensar que no soy el ser ideal que pretendo mostrarles.
He aprendido -no sé muy bien cómo- que hay acciones que no merecen el perdón. Un solo error parece echar por tierra años de esfuerzo y manchar mi nombre, mi imagen, mi historia.
He aprendido que al amor recibido se suele responder con amor, pero no siempre. Y a veces soy cauto, no vaya a ser que no me correspondan con la misma moneda.
He sido medido y me he acostumbrado a medir, dejando de lado una gratuidad que me incomoda. Porque me parece que estoy en deuda con el que me ama sin merecerlo o con el que da su vida por mí sin darle yo nada a cambio.
Quiero pagar lo que me entregan. Es humillante recibir sin pagar por ello.
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He aprendido que todos los errores tienen consecuencias. Y no siempre basta el perdón para empezar de nuevo. He sabido que mis fracasos dejan heridas en la piel, cicatrices para siempre que me recuerdan de dónde vengo.
He aprendido a dar con medida, sin exagerar, para no llevarme sorpresas al no recibir nada a cambio. He comprendido que la vida tiene sus tiempos y mi impaciencia me lleva a pasar malos ratos, porque no todo sucede cuando yo deseo.
He aprendido a vivir sin muchas expectativas, porque cada vez que las he tenido alguien, o la vida misma, me han defraudado.
He tenido sueños imposibles que me han llenado de pájaros la cabeza. Y tal vez por eso me da miedo soñar demasiado. He probado el abrazo del amor y he sabido que algo así sólo será permanente en el cielo.
Me han saciado los bienes del mundo, dejándome no sé por qué algo hastiado e insatisfecho. Y esto que aprendo se queda tan grabado que quizás tengo que desaprenderlo para aprender cosas nuevas.
Autenticidad
Me han dicho que Dios ha de ser lo más importante en mi vida. Pero no siempre he tocado su presencia. Comenta el padre José Kentenich:
“Es que el amor se enciende siempre en el amor. Si yo mismo no estoy apegado a la vida de Dios, ¿cómo puedo aprender y enseñar a valorar y a apreciar nuevamente a Dios como el bien supremo?”[1].
Tengo claro que el testimonio es lo que de verdad enseña. La experiencia vista en la carne de los que amo y admiro. El amor a Dios hecho gestos. El amor a ese Dios al que me apego.
Tengo que desaprender para volar más alto. Y captar nuevos valores que no siempre se corresponden con los que he vivido.
Sé que lo que he aprendido con el paso de los años es difícil de olvidar. Pero necesito hacerlo. Pulir vicios ocultos en mi alma que no me dejan correr más libre. Miedos que llevo pegados en la piel y que no son razonables.
Es verdad que el miedo nunca lo es. Tengo claro que la meta de mi vida no me la marco yo. Sería absurdo. Hay un Dios escondido en el camino que me habla de un cielo inalcanzable.
Como querer navegar hondo en el mar dando brazadas sobre las olas. Me hundiría. Sé que el hombre libre que hay dentro de mí sueña con playas inmensas en las que dejar las huellas. Y la paz que no poseo es la que he sentido en muchos momentos de cielo.
Quiero aprender de Jesús que me muestra el camino en su carne humana. Aprender de Él que se hace presente para que aprenda yo a vivir de verdad:
“Lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía Él. Creer en lo que Él creyó, dar importancia a lo que se la daba Él, interesarse por lo que Él se interesó. Mirar la vida como la miraba Él, tratar a las personas como Él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía Él. Confiar en Dios como Él confiaba, contagiar esperanza como la contagiaba Él. ¿No es esto aprender a vivir?”[2].
Me pongo ahora mismo a desaprender esos viejos hábitos, tal vez vicios, pegados en mi alma. Esa forma mezquina y egoísta de ver la vida.
Me detengo a mirar a los demás sin prejuicios, sin miedos, como Jesús los miraba. Y deseo que mi horizonte sea tan amplio como el que Él tenía. Su pasión por la vida y su forma de vivir lo cotidiano. Ese abrazo a Pedro con una mirada. Y esa forma suya de hacerlo todo fácil.
Tendré que desaprender lo que ya he aprendido. Y desandar el camino recorrido. Tendré que liberarme de viejas ataduras y saber que en amar nadie va a superarme.
[1] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
[2] José Antonio Pagola, Arturo Asensio Moruno, El camino abierto por Jesús