Una obra clásica es aquella a la que siempre le queda algo más que decir. Y eso explica que se vuelva una y otra vez sobre ella: aún puede enriquecernos
Pinocho apareció por primera vez como personaje en el Giornale per i bambini en entregas a partir de 1881. Más adelante Carlo Collodi (1826-1890) lo publica como libro bajo el título de Le avventure di Pinocchio. Storia di un burattino (Las aventuras de Pinocho. Historia de un muñeco, 1883). Su primera adaptación al cine es una versión muda de 1911 aunque la más célebre es la de Disney (1940).
Recientemente ha llegado a las pantallas la versión de Matteo Garrone, la cual se ajusta al texto original de Collodi más que otras adaptaciones. Al margen de su calidad cinematográfica, quisiera señalar un aspecto positivo que no es frecuente y otro que, al menos en la versión española, conviene matizar.
Es frecuente que las adaptaciones de Pinocho comiencen con Geppetto en su humilde carpintería. No es así en el libro de Collodi. Y hay que aplaudir que Garrone sea fiel al original en ese punto. La historia de Pinocho comienza con “un trozo de madera” que es capaz de hablar y sentir… una madera maravillosa que “no se sabe cómo” va a parar a la pobre carpintería de maese Cereza: no a la de Geppetto. Y es importante destacar que ese maravilloso trozo de madera abre un campo de juego fascinante.
Digamos que maestro Cereza es elegido para moverse en el plano de lo extraordinario. Pero tiene miedo. Se niega. Rechaza la llamada a vivir en un plano superior. Aparece entonces Geppetto que vive en ese plano creativo pero carece de los medios materiales para realizarlo. Cereza se quita de encima un problema y Geppetto recibe esa maravilla como lo que es: un regalo y una misión.
El simpático muñequito quiere algo y algo importante. En la versión española de Garrone dice repetidas veces que quiere ser “un niño como los demás”. No es así. Si Pinocho quisiera ser como los demás, en una sociedad en la que el hombre masa es la tónica dominante, significaría que Pinocho querría ser una marioneta. Porque eso es el hombre masa, el hombre que rige su vida desde fuera. Visto desde lejos, el hombre-masa parece que actúa por sí mismo porque no se ven los hilos que lo mueven.
Pero es que el original italiano dice que Pinocho quiere ser “un bambino davvero”, un niño de verdad. Auténtico. Que rige su vida desde sí mismo. De modo que el muñeco Pinocho quiere ser un niño de verdad, auténtico, y no una marioneta (“un niño como los demás”).
La historia narra, por tanto, un misterio: la conversión de muñeco en niño verdadero o, si se prefiere, de hombre en hombre en plenitud.
Esta línea interpretativa es frecuente y viene apoyada, también, por el nombre que recibe el muñeco: Pinocchio significa piñón esto es, el fruto, la semilla, el germen de toda una vida preñada de posibilidades. El piñón ya es pino pero su desarrollo, su vida auténtica, consiste en poner en marcha un proceso cuya meta es hacer real su mejor posibilidad. Así, todo hombre ya es hombre al nacer, pero tiene que hacerse hombre, eligiendo, realizando, las posibilidades que le perfeccionan.
Esa dinámica, ¿qué otra cosa es la vida?, permite entender los distintos episodios de las aventuras del muñequito: su lucha frente a los obstáculos tanto externos como internos (pereza, capricho, ingenuidad…), su relación con su padre, el grillo o el hada.
Fijémonos, para concluir, en un rasgo célebre: a Pinocho le crece la nariz. Pero no cuando miente, como suele decirse con cierta ligereza.
De hecho, cuando engaña a unos malhechores (el gato y la zorra), no le crece la nariz. Collodi quiere dejar claro que hay gente que no merece la verdad. Pero entonces, ¿cómo hay que entender que le crece la nariz? A Pinocho le crece la nariz cuando miente a Geppetto (capítulo 3) o al hada (capítulo 17).
El alargamiento de la nariz es una deformación del rostro (el espejo del alma, según se dice). Si Pinocho quiere ser un niño de verdad, hay ciertas palabras, ciertas acciones, que falsean, afean, deforman, su auténtico ser.
Mentir a quienes nos quieren y pueden ayudar y mentirnos a nosotros mismos, nos aleja de nuestra plenitud, de nuestra verdad. Esas mentiras nos deforman, nos convierte en marionetas, nos apartan de nuestro objetivo: ser bambini davvero, hombres en plenitud, personas que hacen real su mejor posibilidad.