Une el que habla bien de su hermano, el que admira y elogia al que está a su lado, el que no miente y dice siempre la verdad, el que no se escuda en medias verdades.
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El carisma de la comunión es un don que pido cada día. Sé que todos somos hermanos. Pero no siempre siembro unidad a mi alrededor. No es tan sencillo.
Une el que habla bien de su hermano, el que admira y elogia al que está a su lado.
El que no miente y dice siempre la verdad. El que no se escuda en medias verdades. El que admira más a los demás sin tomarse tan en serio a sí mismo.
La unidad es un milagro difícil de lograr. Ni siquiera estoy unido en mi interior. Deseo una cosa y hago luego otra. Hoy pienso algo concreto y luego cambio de idea. Todo es vanidad.
Si ni siquiera logro estar de acuerdo conmigo mismo, ¿cómo voy a estar de acuerdo con otros? Es un pequeño milagro que no alcanzo. No me comprendo a mí mismo, ¿cómo voy a comprender a los demás?
Quiero que el mundo esté de acuerdo conmigo. Que me apruebe, que me quiera. Pero yo mismo no estoy de acuerdo con mis propias posturas.
Respeto
Quiero aprender a respetar al que no piensa como yo. No es tan sencillo. Siempre quiero que ceda y acepte mi punto de vista.
Creo que la unidad tiene que ver con uniformidad y me equivoco. Se trata de aceptar la originalidad de mi hermano. No es tan fácil.
Porque la originalidad de los demás en ocasiones me exaspera. Sólo el amor acaba con esas diferencias que dividen, con esos puntos de vista tan distintos a los míos que me alejan de su corazón.
Sólo el amor supera la división que provoca el odio y la indiferencia. Sólo el amor une, no separa. Por eso me gustan las palabras del padre José Kentenich:
“Él nos ha creado para que lo glorifiquemos por el amor, por un auténtico amor mutuo. Para mí, el amor nunca está desmembrado. Para mí, el amor, amor a ti, amor a Dios, es siempre una unidad absolutamente consistente. Te amo, sí, te amo en Dios“[1].
Más allá de mi propio bien
El amor no está desmembrado. Mi pecado sí me divide por dentro. Siembra el odio, la envidia, el egoísmo, la avaricia en mi alma.
Y ese pecado me aleja de mi hermano al verlo como una amenaza para mi bienestar. El otro se convierte en un peligro. Pone mi vida en una situación difícil.
Yo quiero un bien y el otro desea el mismo bien. Me separa, me aleja de él porque es peligroso para mis intereses. La comunión es posible cuando en mi corazón no busco mi bien egoístamente.
Hace falta un corazón muy libre y generoso para poder amar sin desmembrarme, sin romperme por dentro. Hace falta donar la vida para no querer retenerla.
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El error de encerrarse
A menudo intento guardarme para no darme a nadie. Deseo estar yo bien sin preocuparme de cómo están los demás y sufro cada vez que alguien supone una amenaza para mi vida.
Por eso la crítica a los demás me fortalece por dentro. Desautorizo a los que son mejores. Hablo mal de ellos, de sus pecados. Y así parece que yo estoy mejor.
Pero me voy quedando solo. El que no ama se queda solo. El que no une se separa. El que no construye puentes levanta muros. No hay término medio.
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Hasta el sacrificio
Para unir, para construir esa comunión que aparece como un ideal ante mis ojos, necesito renunciar, sacrificarme por amor.
“El amor vive del sacrificio y el sacrificio nutre el amor”[2].
Solo el amor une y acaba con las diferencias. No desaparecen, porque el amor respeta la originalidad, la distinta forma de pensar y ver la vida.
Pero esas diferencias no me separan, no despiertan el odio ni la indiferencia. El amor pasa por encima de los errores y caídas de los demás. No se alimenta de los fracasos de mi hermano.
El amor es creativo y busca caminos de encuentro. El amor perdona las ofensas, los desprecios, las heridas causadas con o sin voluntad de hacer daño. El amor lima las asperezas y construye un mundo justo.
Me impresiona esa comunión que sueño y persigo cada día. Deseo estar unido con mi hermano y no lo logro.
No quiero mirar lo que me separa de él, sino lo que me une. No detengo en lo que no me gusta, sino en lo que admiro.
El amor admira, elogia, enaltece. El amor perdona y se acerca al que sufre. Ese amor es el que quiero para lograr una comunión de la que me siento aún tan lejos.
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[1] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
[2] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor