Descubre la brillante historia de una de las primeras científicas en estudiar el cuerpo humano. Una labor que realizó con la ayuda del papa Benedicto XIV
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En el siglo XVIII, el cuerpo humano aún escondía muchos misterios que los científicos se afanaban por descubrir. La única manera de hacerlo era escudriñar en su interior y por eso era necesario la disección de cuerpos. Algo que suponía una tarea complicada y no siempre agradable; una tarea que Anna Monardi asumió dejando de lado sus miedos.
Anna no estaba destinada a ser una de las científicas más brillantes de su tiempo. Había nacido el 21 de enero de 1714 en la ciudad italiana de Bolonia, en el seno de una familia tradicional que la preparó para la destino asumido por la gran mayoría de mujeres. Si alguna de aquellas mujeres había conseguido cierto desarrollo intelectual, el matrimonio acostumbraba a ser el final de cualquier carrera ya fuera científica o artística. Para Anna fue todo lo contrario.
En 1736 se casaba con su amor de juventud, Giovanni Manzolini. Giovanni era profesor de la Universidad de Bolonia, una de las primeras universidades que había abierto sus puertas a las mujeres como docentes y alumnas. La pareja llegó a tener seis hijos aunque no todos sobrevivieron a la infancia.
Además de forjar una férrea unión dentro del hogar, los Manzolini se convirtieron en un pareja de científicos cuya reputación pronto traspasaría fronteras. Anna no había recibido una educación formal pero eso no fue un problema para su marido quien la introdujo en el apasionante mundo de la ciencia, algo que ella supo aprovechar.
Anna y Giovanni trabajaron juntos en el campo de la medicina y de la anatomía, aunque Anna, en un primer momento, era simplemente ayudante de su marido. Cuando este enfermó de tuberculosis, Anna asumió su cargo de profesor de anatomía en la universidad, cargo que mantendría a la muerte de Giovanni en 1755.
Lejos de rechazar su papel en la universidad, los miembros de la misma aceptaron a Anna Morandi Manzolini entre su cuerpo de académicos e investigadores. Tal fue su fama, que Anna fue reclamada por otras universidades e invitada a algunas de las principales cortes de la Vieja Europa. Así, viajó hasta los espléndidos palacios de Catalina la Grande, recibió el patrocinio del emperador José II de Austria y llegó a dar conferencias en la British Royal Society de Londres.
Anna forjó su fama gracias a sus amplios conocimientos sobre anatomía y a sus espléndidas figuras de cera tan realistas que podían sustituir a los cuerpos humanos en sus clases.
Después de diseccionar decenas de cadáveres, superando sus miedos y recelos a realizar semejante tarea, Anna se convirtió en una excepcional conocedora del cuerpo humano. Con su talento artístico, consiguió realizar unas figuras altamente didácticas para sus alumnos que despertaron la admiración de todo el mundo.
Además de reyes, emperadores y científicos de toda Europa, Anna Morandi recibió el respeto del papa Benedicto XIV. Pontífice amante de la ciencia, no solo mostró públicamente su admiración por ella sino que se convirtió en su protector y benefactor, ayudándola desde los primeros y difíciles momentos en los que, tras enviudar, tuvo que empezar una nueva vida asumiendo ella misma el papel de su propio marido.
Rebecca Messbarger, en su biografía sobre Anna, recuerda que Benedicto XIV fue un papa “dispuesto a patrocinar trabajos científicos al mismo ritmo que los últimos desarrollos en Europa o antes que ellos”. Además de proteger a Anna, el pontífice también apoyó el trabajo de la matemática María Gaetana Agnesi, en la misma Universidad de Bolonia. Benedicto XIV impulsó así mismo, la creación del Museo de Anatomía de Italia bajo la supervisión del Instituto de Ciencias de Bolonia, institución que también patrocinó.
Messbarger destacó la grandeza de Anna, quien no solo “desafió los roles de género convencionales”, sino que se ganó la admiración y el respeto de la comunidad científica y del mismísimo papado.
Hasta su muerte en 1774, Anna Morandi trabajó toda su vida en su laboratorio, dando clases en la universidad, y modelando el interior del cuerpo humano, convertido en obra de arte al servicio de la ciencia.