En la Francia de Vichy, el convento de la hermana Bergon se convirtió en el refugió de más de 80 niños y niñas judíos amenazados por una muerte segura
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A menudo los héroes y heroínas se nos presentan en el imaginario colectivo como hombres y mujeres atractivos, fuertes, excepcionales, que protagonizan grandes historias del celuloide o se convierten en Best Sellers.
Pero muchas han sido las personas que han dejado una huella imborrable en este mundo siendo sencillas y pasando desapercibidas. Personas humildes, pero extraordinariamente grandes como la hermana Denise Bergon, una religiosa cuya vida estaba destinada a servir a Dios en su sencillo convento pero que los terribles acontecimientos que asolaron la Europa de su tiempo la llevaron a protagonizar uno de los muchos testimonios de solidaridad.
Porque la barbarie humana despierta también el lado más bondadoso, poniendo a prueba la capacidad de amar de muchas personas.
Denise Bergon era la madre superiora del convento e internado de Nuestra Señora de Massip, situado en una pequeña localidad cerca de Toulouse, cuando Alemania invadió Francia instaurando el régimen colaboracionista de Vichy.
El régimen nazi impuso en aquella zona ocupada las mismas leyes antijudías que en el resto de territorio controlado por Hitler. Muchas familias buscaron refugio donde pudieron intentando escapar de una muerte segura.
En el verano de 1942, el arzobispo de Toulouse, Jules-Géraud Saliège, indignado por las nuevas normas que imperaban en su diócesis, publicó una carta pastoral en la que pedía a todos los cristianos que no dieran la espalda a los judíos, pues “forman parte del género humano”. “Son tan hermanos nuestros – añadía – como el resto. Un cristiano no puede olvidarlo”.
Aquellas palabras despertaron en la hermana Bergon el espíritu solidario que permitió que unos ochenta y tres niños y varias familias judías consiguieran salvar su vida. Su plan era sencillo. Mediante documentación falsa e identidades fingidas, acogería en su internado a los niños y niñas judíos que lo necesitaran. Con una rápida transformación, pronto se mezclaron entre el resto de pequeños y consiguieron burlar las leyes nazis.
La hermana Bergon trabajó intensamente durante dos años protegiendo a aquellos niños y ofreciéndoles un hogar lleno de alegría y esperanza en un tiempo de oscuridad y destrucción. Para que su plan fuera un éxito, solamente hizo cómplice del mismo a un grupo muy reducido de personas que la ayudaron en momentos críticos a esconder a los niños en lugares insospechados como un refugio situado bajo una trampilla de la iglesia o huyendo de manera apresurada a los bosques cercanos.
La hermana Bergon también se afanó por poner a buen recaudo los pocos bienes materiales que llevaban consigo los pequeños, sobre todo la documentación que los vinculaba a sus orígenes, para que, una vez terminada la guerra, pudieran recuperarlos y no cayeran en manos de los nazis.
Las monjas de Nuestra Señora de Massip se convirtieron para aquellos niños en madres a las que acudir en busca no solo de protección sino también de calor humano. Consiguieron así, no solo salvarles la vida, sino protegerles de la barbarie de la guerra.
Una vez que esta finalizó, la hermana Bergon se afanó por hacer que todos los pequeños judíos que se habían escondido en su convento pudieran reencontrarse con aquellos familiares que hubieran sobrevivido. Cuando todo volvió a la normalidad, la hermana Bergon continuó con su vida de oración y de ayuda a los niños desamparados hasta que falleció en el año 2006 a los 94 años de edad.
En el convento en el que vivió, un bonito cedro fue plantado en la primavera de 1992 en memoria de los niños que por un tiempo permanecieron en aquel refugio. Uno de los homenajes más bonitos e íntimos a los que se sumaron otros de carácter más solemne como la Medalla de la Legión de Honor otorgada por el gobierno francés en 1979 o el título de Justa entre las Naciones en 1980 con el que la institución judía Yad Vashem quiso honrar su impagable labor.