Una de las artistas más famosas de su tiempo, pintó para papas, cardenales y nobles. Plasmó en sus obras sus profundas creencias religiosas.
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En el taller de Lavinia Fontana no había tiempo para el descanso. Los encargos de las grandes personalidades de la Italia de finales del siglo XVI y principios del XVII no dejaban de llegar para la que fue una de las pintoras más aclamadas del primer barroco. Se había ganado su fama tras años de estudio y duro trabajo bajo la tutela de su propio padre.
Lavinia Fontana había nacido en Bolonia, unos días antes del 24 de agosto de 1552, fecha registrada en su partida de bautismo. Era hija de una de familia burguesa de la ciudad. Su madre, Antonia di Bartolomeo, pertenecía a una familia de impresores mientras que su padre, Prospero di Silvio Fontana era un reputado pintor que pronto se percató del talento de su propia hija.
Desde muy pequeña, Lavinia demostró tener una mente brillante y una capacidad excepcional para el dibujo. Prospero dio a su hija las herramientas necesarias para que tuviera una amplia formación académica y musical. Y por supuesto artística.
La joven pupila, pasó su infancia y juventud rodeada de lienzos, pinceles y pinturas, preparándose para ser la gran artista que estaba por venir. Cuando tenía veinticinco años, se casó con Giovanni Paolo Zappi, miembro de la pequeña nobleza italiana.
El suyo fue, como el de muchas parejas de su tiempo, un matrimonio concertado entre sus propios padres. Pero a pesar de ser una relación impuesta, Lavinia y Giovanni Paolo terminarían sus días siendo una pareja en la que la devoción cristiana y el respeto mutuo serían la clave de su éxito como matrimonio.
Después de convertirse en marido y mujer, Giovanni Paolo se instaló en el hogar de los Fontana donde se incorporó al taller de su suegro y su esposa. A diferencia de lo que se esperaba de un hombre de su tiempo, Giovanni Paolo no tuvo reparo en reconocer que Lavinia tenía mucho más talento artístico que él y nunca vetó sus capacidades artísticas. En aquella época era muy común que las mujeres artistas abandonaran su arte después del matrimonio pero Lavinia Fontana pudo, con la ayuda y la admiración de su marido, convertirse en madre y esposa y seguir creando.
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Del matrimonio nacieron hasta once hijos de los que solo sobrevivirían a la edad adulta tres. En el ajetreado hogar de los Zappi Fontana, Giovanni Paolo se hizo cargo del día a día para que su esposa pudiera continuar con su carrera como pintora profesional.
La fama de Lavinia traspasó las fronteras de su Bolonia natal y llegó a oídos de personalidades de toda Europa. En una fecha indeterminada a principios del XVII, se trasladó con toda su familia a Roma, instalándose en un apartamento de uno de los palacios de la poderosa familia de los Este.
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En aquella época, se puso al servicio de grandes familias romanas como los Borghese o los Barberini y por supuesto, respondió a los encargos del Vaticano. Tal era su reputación como artista que llegó incluso a molestar a algunas personalidades de su tiempo por tener que rechazar sus propuestas por falta de tiempo.
Además de pintar sin descanso, Lavinia Fontana quiso transmitir su técnica a todo aquel que quisiera aprender en su propia escuela de pintura que mantuvo abierta en Bolonia primero y en Roma después. Allí acudieron tanto hombres como mujeres.
La obra de Lavinia Fontana fue amplísima, centrándose en retratos de la aristocracia y la curia eclesiástica pero también realizando hermosas piezas religiosas como el gran retablo del altar de San Pablo Extramuros y múltiples pinturas de santos y vírgenes en los que plasmó su propia devoción cristiana.
En palabras de Romeo Galli, “la pintora parece haber dado rienda suelta a su alma mística doblegando su voluntad para captar así mejor la relación íntima entre la fragilidad humana y la encarnación del Verbo divino”. Sus obras religiosas se pondrían al servicio de la Contrarreforma, con piezas tan hermosas como su famoso Noli Me tangere.
Lavinia Fontana pasó toda su vida dedicada al arte, apoyada por una familia que respetó siempre su vocación y una clientela que admiró sin fisuras su talento. Cuando falleció el 11 de agosto de 1614, Roma salió a la calle para dar el último adiós a la artista. Nobles, pintores, escultores, religiosos, entre ellos la III Orden de los Hermanos menores, orden franciscana a la que pertenecía la familia de Lavinia.
Su arte permanece vivo en iglesias y museos.