Sor Ángela es una monja que escucha a sus pacientes para, además de intentar curarles, cuidar también de sus almas. Una mujer cuya historia y servicio es admirable.Originaria del Congo, donde dejó a sus nueve hermanos y hermanas (uno de ellos es seminarista en Italia), la hermana Ángela, 46 años, llegó a Italia cuando su orden religiosa, las hermanas Discípulas del Redentor, la enviaron a Sicilia a una comunidad de hermanas mayores para cuidar de ellas. Fue ahí que entendió que la profesión médica podía ser su vocación en la vocación, que era ahí que su consagración religiosa podía florecer más.
Y entonces a los 35 años se inscribe en la Facultad de Medicina de la Universidad de Palermo, y se recibe de médico después de seis años. Ahora, se encuentra en la guardia médica de Villa Almé en la provincia de Bergamo. Ahí lucha contra la COVID-19 y la soledad de los enfermos.
“Me topé con gente desanimada, en busca de consuelo”, cuenta al diario Credere. “La gente se me moría entre los brazos. Nunca me había sentido tan desmoralizada como en esos días. Una noche tuve que hacer catorce informes de fallecimientos. Otra, mientras colocaba el oxígeno a una paciente, me encontré explicándole que Dios no abandona en el sufrimiento. El diablo no tiene nada que ver con el Covid, son los hombres que a veces cometen errores”, añade.
La hermana Angela llegó hace dieciséis años a Italia: le encanta el fútbol, escucha a Laura Pausini, Fiorella Mannoia y Biagio Antonacci (“qué bella esa canción que dice ‘Y si fuera para siempre, me sorprendería. Y si fuera para siempre, gozaría'”).
Le gustaría mucho conocer al papa Francisco. En abril le hicieron una broma de mal gusto a ese respecto, haciéndose pasar por el Pontífice y llamándola para felicitarla por su valioso servicio (Ansa).
Al servicio de los últimos
La hermana Angela prestó su servicio durante dos años como voluntaria del Cisom (Cuerpo italiano de ayuda de la Orden de Malta), en un barco de la Guardia Costera italiana en el Mar Mediterráneo comprometida en el rescate de migrantes, y también ahí vio mucho sufrimiento y mucha indiferencia, como cuenta: “En las barcas me veían solo como médico porque subía con chándal y sin velo”.
“Esos migrantes buscaban la paz, eso me decían siempre. Escapaban de las bombas, de las guerras, del peligro. Sería un error por nuestra parte olvidar el dolor que esta gente deja a sus espaldas. Sería también un error por su parte no respetar las reglas del país que los recibe y querer todo y de inmediato”, explica.
Su experiencia en Italia
La hermana Angela cuenta que no padeció discriminaciones, en todo caso incredulidad: “A la gente le sorprende que sea médico y monja. ‘¿Una monja verdadera o falsa?’, me preguntan. En los turnos nocturnos recibo el triple de pacientes que mis colegas quizá porque no prescribo solo el tratamiento sino que los dejo hablar. Llegan con dolor de estómago y terminamos hablando de sus miedos”.
Se abren con ella, confían en ella, le piden que rece por ellos, y no le niega a nadie una sonrisa, una palabra, una oración, ella sabe que donde sea necesario, servirá. Como dijo a Vatican News en enero de este año: “Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad, donde me quieras, mándame”.