Cuánta gente conozco que no se conoce de verdad. No saben por qué sienten tal o cual cosa. Y serían incapaces de ponerle nombre a lo que les pasa
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El desconocimiento de lo que hay en el propio corazón es un mal muy común. Cuánta gente conozco que no se conoce de verdad. No saben por qué sienten tal o cual cosa. Y serían incapaces de ponerle nombre a lo que les pasa.
Sienten dolor, pena, rabia, tristeza, alegría. Pero desconocen las razones más profundas que alteran el mar de su alma. Viven creyendo que los que están mal son los otros, que todo lo que ellos hacen está justificado.
Se sienten contentos con su vida incluso cuando reciben críticas que rápidamente descartan. Achacan estos comentarios a la envidia y a los celos de los demás. Nunca ven en sus actitudes algo defectuoso.
Si pecan de egoísmo dirán que se lo merecen, que otras veces han tenido menos y han renunciado a más.
Si los acusan de falsos, dirán que son veraces y son los demás los que ven las cosas de forma equivocada cayendo en la sospecha.
Si los acusan de mentirosos, encontrarán alguna razón para haber ocultado la verdad. Si es la pereza lo que llama en ellos la atención, argumentarán que ellos han trabajado más que nadie y se merecen ahora un buen descanso.
Se sienten puros, sin mancha y todo lo que hacen es perfecto. Y son capaces de ver con claridad los defectos del prójimo, la paja en el ojo ajeno, eso sí, salta a la vista fácilmente. Es como si la vida siempre les debiera algo.
En esa lucha por sobrevivir desde el desconocimiento de su corazón viven en tensión con su prójimo. Se sienten siempre amenazados. No aceptan las críticas, porque nunca ven su lado verdadero, su cara oculta. No se conocen y se engañan justificando todas sus deficiencias.
Incluso en su ignorancia se convierten ellos en los que están en lo alto de la atalaya criticando y juzgando las actitudes del mundo. No sólo no se conocen, sino que se creen con derecho a condenar a los demás por lo que hacen mal.
No resulta tan sencillo entonces decirle a veces a mi prójimo aquello en lo que puede mejorar. No siempre va a entender mis palabras y va a aceptar agradecido mis comentarios. No siempre va a creer en mi buena intención.
Hoy Jesús es muy claro con sus palabras y su petición me toca por dentro. Tengo que acercarme al que va por el camino equivocado para ayudarle a mejorar. Y luego no apartarme de su lado. No dejarlo solo. Socorrerlo cuando necesite mi ayuda para caminar.
En definitiva, mis relaciones humanas y lo que predomina en ellas reflejan mi forma de relacionarme con Dios. Todo está muy unido en mi corazón roto. Lo humano y lo divino van de la mano.
Mis vínculos humanos y la forma como los vivo me ayudan a vivir más anclado en Dios, a vivir más dentro de Él. Mi manera de mirar a los demás tiene que ver con mi forma de mirar a Dios. Mi forma de ayudarles, mi actitud cuando me ayudan a mí diciéndome lo que podría hacer mejor, tiene que ver con Dios.
Tengo mucho margen de mejora y puedo acoger las críticas para mejorar y hacer las cosas de forma diferente. Hoy miro a Jesús que me enseña a vivir en familia, en comunidad. Tengo que abrirme para dejarme ayudar. Tengo que mirar a mi prójimo para ayudarle y no pensar solo en mí.
Una mirada así es la que Dios me regala.