Escoge a personas de la basura, a bebés tirados en la calle y va en busca de los enfermos por COVID para darles oxígeno…
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La iglesia católica con sus sacerdotes religiosas y consagrados, se ha distinguido históricamente en el mundo, por estar siempre en la primera linea de fuego, en las guerras, pandemias, desastres naturales. Son los últimos en irse de las zonas de desastre, de las zonas de guerra, son los únicos que se quedan cuando nadie mas quiere quedarse y se quedan a seguir atendiendo a los heridos, enfermos y desprotegidos y abandonados.
Conoce a uno de estos sacerdotes, conoce la historia del Padre Omar, que va por las calles recogiendo a las personas tiradas en los basureros, el sacerdote que recoge a los bebés recien nacidos tirados y abandonados, que da atención en las periferias, donde hay miseria y pobreza.
En exclusiva para Aleteia, el Padre omar nos abre su corazón y nos abre las puertas de las Bienaventuranzas.
– Padre Omar Sánchez, muchas gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia-España.
Con mucho gusto y con mucho cariño.
– ¿Puede decirnos cuál es su nombre completo, de dónde es usted, dónde se encuentra actualmente, y si pertenece a alguna orden religiosa o si es sacerdote diocesano?
Sí, yo soy el padre Omar Alonso Sánchez Portillo; tengo 53 años, y este año cumplo 20 años de sacerdote. Yo nací en Lima y vivo en Lima. De mis 53 años he vivido 51 en Lima, y los otros fuera del Perú antes de ser sacerdote.
Soy sacerdote diocesano, pero por mis venas corre la sangre franciscana, porque fui formado por los franciscanos capuchinos, y eso ha marcado mi ministerio sacerdotal.
Me encuentro en las periferias de la ciudad de Lima, en un barrio que pertenece al distrito de Villa María del Triunfo. Aquí trabajo, soy párroco desde hace 13 años ya, en esta misma parroquia, y en ella hemos creado una obra que se llama la Asociación de las Bienaventuranzas.
– ¿Cómo surgió la Asociación de las Bienaventuranzas, y qué finalidad tiene?
Cuando llegué a esta parroquia vi que había un problema grave, un problema que es nacional y mundial: el consumo de drogas, jóvenes consumiendo drogas. Además yo venía con un grupo de jóvenes, ya mayores de edad, ex alumnos míos de otro hogar donde yo fui director por diez años, y tres de ellos estaban haciendo un proceso de rehabilitación en drogas.
Entonces lo primero que pensamos como grupo fue abrir un centro de rehabilitación para chicos en drogas; el terreno permitía un crecimiento futuro importante, porque el terreno de la parroquia son 6 mil metros cuadrados, donde en ese momento sólo estaba construido el templo y una casita sacerdotal.
Y cuando estábamos en proceso de buscar cómo hacer esto, llamó a una religiosa franciscana, de una ciudad que se llama Sullana, del norte del Perú; ella había encontrado a un muchacho adulto, como de 35 años, con retardo mental severo, parálisis de medio cuerpo y epilepsia, tirado en la basura del mercado de Sullana.
Las monjitas franciscanas lo habían recogido, pero ellas sólo tenían un hogar para niñas, así que no se podían hacer cargo de este caso. Ella me llamó porque me conocía y me preguntó si sabía de un lugar donde ubicar a este joven; y buscamos, preguntamos, vimos, tocamos puertas, y el Estado no quería ayudar, y las comunidades religiosas no podían.
Un día en la mesa, dialogando con los chicos, les conté la historia y uno de ellos me dijo: “Padre, pero si le estamos preguntando a Dios qué hacer, Él ya nos respondió”. Yo no me había dado cuenta, porque tenía mi proyecto personal, que era el centro de rehabilitación; pero este chico, este joven que en ese momento tenía 19 años, me hizo entender que Dios tenía un proyecto diferente para nosotros.
Entonces yo vi la luz, como se dice usualmente; fue una epifanía y dije: “¡Claro, Dios nos está hablando clarísimo!”. Pero como yo tenía mi proyecto, no había querido escuchar la voz de Dios; mas abrí mi corazón y escuché lo que Él quería, así que fuimos a recoger a ese chico a Sullana; y con él comenzamos la obra y él nos dio el norte de lo que íbamos a hacer, sin saber que esto iba a crecer como ahora.
Y de ahí viene el nombre de las Bienaventuranzas, porque “bienaventurados los pobres”, “bienaventurados los que lloran”, ”los que sufren”, como es el caso de este muchacho, que estaba solo y tirado en la basura, como lo que el mundo considera inútil, que no sirve porque no cumple los parámetros mundanos de belleza, de efectividad, de producción, etc.
Entonces comenzamos la obra. Eso fue hace 12 años y medio, y ahora, 13 años después, tenemos 250 residentes en la casa: niños, niñas, adolescentes y adultos mayores; todos con el perfil de este primer joven, que por cierto llegó el día san Luis María de Montfort, así que le pusimos el nombre de Luis María, y luego, después de un proceso largo ante las autoridades, le pudimos crear una identidad; entonces él se llama Luis María Ventura, por la Asociación de las Bienaventuranzas, y su segundo apellido es Sullana, por el lugar donde lo encontramos, a fin de mantener un poquito el vínculo de dónde llegó, por si en un momento apareciera un familiar.
Así que tiene un nombre oficial, una partida de nacimiento, un documento de identidad, que además de ser un derecho constitucional le permite acceder lo poco que el Estado ofrece para personas pobres, como es un seguro de salud.
Ahora la menor de la casa tiene 5 días de nacida, y la mayor tiene 94 años. Y en ese rango de edad tenemos gente de ambos sexos, y de todas las discapacidades, todas las enfermedades físicas y todas las enfermedades psiquiátricas que te puedas imaginar, incluyendo las enfermedades raras.
– Cuando dice usted que la casa está en una periferia, ¿se refiere al tipo de lugar al que Francisco ha pedido ir a tocar la carne de Cristo, en la pobreza, en la miseria?
Así es. Cuando vino san Juan Pablo II en el año 1985, celebró una Misa a diez cuadras de donde estamos nosotros. Es la periferia geográfica de Lima, pero también la periferia existencial, donde hay muchísima pobreza, muchísima gente en abandono.
Y ahora con el covid es peor: se ha agravado la situación, hay muchísima gente sin comida. Tenemos algunos proyectos como asociación, y además yo soy secretario general de Cáritas; así que juntamos las dos cosas y estamos haciendo unos proyectos hacia la gente de afuera.
El primero fue el reparto de canastas de víveres; conseguimos doscientas mil.
Y un segundo proyecto, que comenzamos hace tres semanas, se llama “Ollas vecinales SOS”, que son comedores populares que tienen algunas particularidades; las dos características que tienen en común todos los comedores populares u “ollas comunes” son la alimentación y la participación; y las particularidades nuestras son la bioseguridad y el cuidado de la casa común, por lo que tenemos recipiente de basura diferenciada, estamos compostando los desechos orgánicos, estamos poniendo bio-huertos, y estamos colocando paneles solares para usar energía limpia.
En este momento tenemos 26 “ollas vecinales”, y en cada una hay cien personas beneficiadas; pero el proyecto es llegar a 200 hacia el fin del próximo año; es decir, tener a 20 mil personas alimentándose de esta manera en toda la diócesis.
– Padre, ¿cómo es el lugar donde tienen ustedes este hogar para ayudar a la gente? ¿Hay basura, no hay calles?
Es una zona que hace 40 años fue habitada por una invasión; y la gente que ha invadido ese lugar ha ido mejorando poco a poco su calidad de vida. Construyeron sus casas, hay algunas pistas (calles); sin embargo, hacen falta muchas más pistas. De hecho, en mi parroquia sólo tres lados tienen pista, y una de ellas es de tierra.
Pero las invasiones han continuado; han seguido invadiendo la zona, subiendo hacia el cerro; y ahí la gente vive en casas de estera, un material vegetal seco que hace como una pared; o bien hechas con cartón o con plástico. Y van mejorando poco a poco: hacen el piso de su casa, hacen una pared, etc. Muchos de ellos no tienen ni luz ni agua, servicios básicos. Hay muchos basurales, lamentablemente, y el municipio no es muy efectivo en las zonas marginales.
Las zonas urbano-marginales geográficamente están muy cerca de las mejores zonas de Lima: Miraflores, San isidro Sur, Colamolina. En automóvil no se demora más de 30 minutos; pero la diferencia es abismal.
Y tenemos en Lima una zona que se llama Ticlio Chico; se le llamó así porque en Perú hay otro lugar que se llama el Ticlio, y que es el cruce más alto del mundo pues está por arriba de los 4 mil metros de altura, y en Ticlio Chico en invierno llegan a uno o dos grados de temperatura, cosa que mucha gente en Lima desconoce, porque en general la temperatura en Lima no baja de 13 grados centígrados.
El problema de Lima es que es muy húmedo, con 98 o 99 por ciento de humedad, entonces el frío en Ticlio Chico puede llegar hasta los huesos, y congelarse los charquitos de agua.
Nosotros estamos a la mitad del cerro, así que somos privilegiados, estamos bendecidos porque tenemos luz, agua, internet. Aunque más arriba también hay quien tiene internet, y cable, aunque no siempre de forma legal, pues lo contrata uno y lo jalan veinte; y lo mismo sucede con la energía eléctrica.
– En la Asociación de las Bienaventuranzas, ¿prácticamente quien se vuelve el papá y la mamá de los jóvenes y los niños?
“‘Señor, te buscan tu madre y tus hermanos’. ‘¿Quién es mi madre y mis hermanos? Son aquellos que cumplen la voluntad de Dios’”, dice la Palabra. Aquí formamos un súper equipo, que se vuelve padre, madre y hermano de Jesús pobre, de Jesús abandonado, de Jesús enfermo, de Jesús sufriente.
¡Un súper equipo! Somos 60 personas, voluntarios de la obra, que nos hemos consagrado a ésta; desde profesionales como psicólogos, que viven en celibato pero no son sacerdotes ni religiosos. Aunque también tenemos un equipo que sí es contratado como profesional: una secretaria, un psiquiatra, un médico.
El resto de la gente es voluntaria, y recibe una propina muy pequeña que nosotros llamamos “la propina del pollo a la brasa”, ¿por qué?, porque cuando comenzamos la obra, un par de meses después me di cuenta de que los muchachos que trabajaban conmigo estaban agotados, porque nunca habíamos atendido a personas con discapacidad, y ellos, mis ex alumnos, venían de un hogar para niños donde todos eran física y cognitivamente sanos.
En ese momento ya teníamos cuatro personas con discapacidad en la casa, y había que cambiarles pañales, darles de comer y estar atentos a lo que les pasa. Y entonces le pregunté a los muchachos: “Si les diera un día libre a la semana, ¿qué es lo primero que harían?”. Y todos respondieron: “Nos iríamos a comer un pollo a la brasa”.
El pollo a la brasa es una comida típica del Perú; la comen los pobres, la comen los ricos; hay pollerías a la brasa finísimas, y otras de barrio. Y el costo promedio de comer pollo a la brasa es de 50 soles; entonces yo saqué mi cuenta: 50 soles una vez a la semana, por un mes son 200 soles, que son más o menos 70 o 75 dólares. Y eso es lo que recibe de propina la gente que trabaja acá.
Es cierto que ellos viven acá, comen acá, que aquí tienen sus artículos de limpieza y que les procuramos atención médica; entonces no tienen esos gastos, y además no tienen la preocupación del 70% de los peruanos, que es: “¿Qué voy a comer mañana?”.
– Padre, ¿de dónde salen los recursos para sostener toda esta obra?
De donde ha salido siempre para las obras de Dios: de la Providencia, que es un rubro que a los contadores les rompe la cabeza porque no lo entienden. Nosotros tenemos un promedio de presupuesto mensual de casi 70 mil dólares, de los cuales el 57% está cubierto con ayudas fijas de gente que se ha comprometido a ayudar: personas particulares y agrupaciones; por ejemplo, grupos de oración, grupos del Padre Pío que reúnen mensualmente y donan.
Hay gente que nos paga la luz, gente que nos paga el agua, gente que nos trae leche, o arroz, etc. Ese 57% está cubierto de esta manera.
Y el otro 43% es Providencia; llega todos los días. Toca a nuestra puerta gente de la zona, que es muy pobre, pero que nos trae una lata de leche, un kilo de arroz, un paquete de pañales, etc. Además tenemos convenio con algunas instituciones como el Banco de Alimentos, por ejemplo; y tenemos tres camiones recogiendo en Lima todo el día camas, ropa, comida, medicinas, etc.
De eso vivimos, y nunca ha faltado, ¡nunca!; y eso que ahora vivimos en la casa un poquito más de 300 personas. Es más, en el Banco de Alimentos, que consiste en ir a los supermercados y recoger la merma, hasta Dios hace que nos donen tortas, es decir, pasteles. Todos los días nos llegan ocho o diez pasteles que ya no se pueden vender porque tienen alguna fallita y los tienen que sacar de la vitrina; pero antes, cuando no había Banco de Alimentos, se tiraban a la basura.
Además, de vez en cuando aparece un dinerito extra en las cuentas de la asociación, y no sabemos de dónde llegó; o, mejor dicho, sí sabemos: llegó de Dios.
– ¿De dónde más han recogido a las personas que la Asociación de la Bienaventuranza atiende? ¿Hay más gente rescatada de la basura?
Recogidos de la basura tenemos varios casos. Por ejemplo, el de un chico que a los 18 años robó un celular y lo metieron en la cárcel; en la cárcel se contagió de todas las enfermedades que te puedas imaginar: SIDA, tuberculosis, sífilis… ¡Tenía todo! Volvió con su familia y lo botaron, terminando en un basural.
Lo recogimos del basural y vivió 5 días con nosotros con dignidad, y murió con todos los sacramentos: bautizado, confirmado, con la Comunión, con la confesión y con la Unción de los Enfermos. Y si hubiera tenido novia, yo los hubiera casado.
Hemos recogido a chicos de los hospitales, que han vivido hasta 4 o 5 años ahí, ya sacados de alguna emergencia, pero con enfermedades como hidrocefalia, etc., y que su familia los ha abandonado completamente.
Otras veces nos han traído a algunos a la casa; como el de la niña más pequeña, que nos dejaron en la puerta.
Tenemos niños que fueron salvados de ser abortados: la mamá, que tenía en su corazón el deseo de abortar, venía y la ayudábamos psicológica y espiritualmente, y le dábamos la tranquilidad de que, después de nacer su niño podía quedárselo si así lo deseaba, pero que si no era así lo podía dejar con nosotros.
Además las empoderamos, les hacemos ver que van a poder salir adelante con su hijo, que el pequeño no va a ser un problema, sino que va a poder sostenerlo y darle una vida digna; entonces las ayudamos dándoles una carrera corta. Algunas estudian una carrera más larga, y entonces sus niños se quedan con nosotros mientras ellas terminan la carrera.
Además, cuando termina una madre su carrera, la ayudamos laboralmente consiguiéndole un trabajo. Entonces comienza a ganar dinero y se da cuenta de que puede alquilar un cuarto, que puede trabajar y atender a su niño. Y muchas deciden quedarse con su hijo; pero otras optan por no quedarse con el niño sino dejarlo con nosotros. Así hemos salvado del aborto en estos 13 años a casi 60 niños.
– Háblenos de la niña más pequeña. ¿Cómo la encontraron, qué nombre le dieron y cómo lo escogieron?
Tenemos la costumbre de ponerle el nombre del santo del día en que llegan. Gracias a Dios no ha llegado nadie en el día de san Nepomuceno.
Nuestra niña más pequeña, como ya comenté, tiene entre 5 y 6 días de nacida, y le pusimos María Magdalena.
Nosotros tenemos dos puertas en esta casa: la de enfrente, que está siempre muy concurrida, con gente que entra y sale. Pero quien abandonó a María Magdalena la dejó en las escaleras de la puerta de atrás.
Una vecina de enfrente está siempre muy atenta al movimiento del barrio, y de inmediato nos dijo todo en detalle: Ha pasado un carro negro sin placas, es decir, sin matrícula, y ha bajado un hombre y ha dejado una cesta, y parece que es un niño.
Fuimos corriendo y, efectivamente, encontramos a la niña, con ropita rosada. En la canasta había una nota, pañales, y una lata de leche de fórmula; incluso tenía el clip que se le pone a los niños para que se les caiga el resto de cordón umbilical, es decir, era recién nacida.
Y recibimos a la niña con alegría, como recibimos a todos los niños, un regalo más de Dios. La están cuidando muy bien; tenemos 17 niños pequeños en el área de bebés, y un equipo de 4 voluntarias que trabajan todo el día con ellos.
Aunque estamos felices con ella, hicimos un posteo en Facebook, esperando que la madre reaccione, porque tiene derecho a una oportunidad. Y en ese posteo puse claramente que nosotros no somos nadie para juzgar, y que desconocemos la situación que está viviendo esta mujer.
En la nota que dejó en la canasta, dice que no puede permitir que la bebé viva el infierno que ella está viviendo. Ese infierno puede tener miles de nombres: desde prostitución, abuso sexual, maltrato físico, abandono absoluto, violación, pobreza extrema, drogas, cualquier forma de violencia… Ese infierno tiene muchas aristas.
Entonces María Magdalena está con nosotros, y este domingo la vamos a bautizar. También ya empezamos el proceso con el Ministerio de la Mujer, que es el que se hace cargo del caso, y que ya dejó oficialmente a la niña en nuestra casa.
Ahora lo que hay que hacer es un proceso tutelar y, en paralelo, un proceso de acogimiento familiar para encontrar una familia que quiera acogerla temporalmente, y luego hacer la opción de adopción por excepción, que es un procedimiento diferente a la adopción regular.
– ¿Eso quiere decir, padre, que el gobierno les permite a ustedes que le den la identidad jurídica a los niños y, paralelamente, les da a ustedes también el resguardo integral, pero permitiendo que ellos pueden ser adoptados, y si nadie los adopta, que pueda permanecer indefinidamente con ustedes?
Sí, hay niños que llegaron a los diez años y que ahora tienen 23 y siguen con nosotros; o de 12 o 13 años, que ahora tienen 19 o 20 y continúan con nosotros.
Tenemos el área “Sonrisa Franciscana” que así se llama la villa para niños y niñas; el área para bebés, que se llama “Divino Niño”; el de cuidados intensivos, que es de niños que están postrados por su condición, y que se llama el área “San Camilo”; la de las adolescentes mujeres, que se llama “Santa María Goretti”; la de los adolescentes varones, que es “San Juan Bosco”; la de los adultos hombres, que es “San Alberto Hurtado”; la de las mujeres adultas, que es “Santa Teresa de Calcuta”; y la de los abuelitos y abuelitas, que se llaman “San Joaquín” y “Santa Ana”.
Cada villa tiene su nombre y su identidad. Ahí tienen cama, baños, cuidadores, tutores o educadores. Además tenemos un colegio par niños con habilidades diferentes, y a donde van durante el día; está en otro terreno nuestro, muy cerca; y ese terreno también es un milagro de Dios, pues nos llegó de manera increíble, y es más grande que el primero, pues tiene 7 mil metros cuadrados.
Ahí, además del colegio, hemos puesto la casa de los ancianos, así como un centro de salud mental comunitario. Y ahora vamos a instalar probablemente una planta de oxígeno por lo del tema del covid, para dar oxígeno medicinal a las personas pobres, pues en Perú tenemos en este momento un problema muy grave, ya que siguen aumentando los contagios y los muertos; si un cementerio tenía 15 servicios diarios, ahora tiene 70. La situación del covid en el Perú es sumamente delicada.
Ya tenemos todo para instalar una planta de producción de oxígeno medicinal, para donarlo a la gente que lo necesita.
– Entonces, ¿además de recoger a las personas de la basura, también van a ayudar ustedes a los enfermos de covid?
¡Ah, por supuesto! De hecho ya los hemos estado atendiendo, y como asociación nos hemos convertido en un punto de referencia para mucha gente.
Hace tres años hubo una época de aludes en el Perú por el fenómeno de “El Niño”. Atendimos una zona de nuestra diócesis e hicimos una gran campaña, y mucha gente se sumó.
Y ahora, para el covid, desde el primer día de cuarentena invocamos la ayuda de la gente para hacer cestas, canastas de víveres; y, gracias a eso, hicimos y repartimos las 200 mil que ya comenté, y del mismo modo lanzamos el proyecto de las “ollas vecinales”.
– ¿Y de qué otro modo están tratando de ayudar a los enfermos de covid?
El Estado está atendiendo, pero ya colapsó; los centros de salud han colapsado, así que se le ha pedido a la Iglesia ceder algunos espacios que tenemos disponibles, como casas de retiros que no se están usando, colegios, o centros parroquiales.
Esos locales van a ser para atender a los nuevos pacientes. El Estado implementa, y la Iglesia supervisa y acompaña el trabajo de los profesionales.
– ¿Le gustaría agregar algo más a lo que nos ha platicado?
Sólo quiero agradecer a Dios por regalarme el ministerio sacerdotal, porque me permite hacer y servir de la manera que sirvo. El matrimonio es una vocación santa, pero creo que como casado no hubiera podido servir de esta manera.
Dios me ha llamado al sacerdocio, aunque yo primero soñaba con tener 12 hijos, porque yo jugaba voleyball en la universidad donde estudiaba, y yo quería tener dos equipos propios, por eso quería 12 hijos, ¡pero Dios me ha regalado miles! Y nunca me arrepentiré de haberle dicho que sí.
– Una última cosa: ¿Cómo lo conocen a usted, padre, simplemente como el padre Omar?
En Facebook estoy como Padre Omar Buenaventura, porque soy uno más de la familia Buenaventura; pero en la casa todo el mundo me dice “Papito Omar”, todos, desde los niños hasta los abuelitos; hasta las monjitas, que son las Hermanitas de los Pobres y que atienden a nuestros ancianos, me dicen “Papito Omar”.