Descendientes de libaneses, sirios y palestinos practican el ritual católico de Oriente establecido en los primeros siglos por el monje san Marón.
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Todos los domingos (al menos hasta antes de que la pandemia afectara al mundo), a las once de la mañana, decenas de libaneses y sirios y sus descendientes, suelen asistir a una iglesia del norte de Bogotá para participar en un ritual milenario poco conocido en Colombia: la misa maronita.
En tiempos de coronavirus, y en la fiesta de San Charbel, vale la pena recordar igual cómo era esa rica tradición en lo ritual y cómo se vivía de manera semanal a través de la siguiente crónica publicada en Aleteia:
Algunos, muy mayores, entremezclan el árabe con el castellano; otros, más jóvenes, hablan a la perfección el español, y los menores ―bisnietos, nietos o hijos de unos y otros― hacen parte de la cuarta o quinta generación de sirio-libaneses que llegaron huyendo de las guerras y la persecución religiosa o buscando un sustento para sus familias.
La eucaristía semanal en el templo de Santa Clara es para los maronitas el momento para el reencuentro con una emotiva ceremonia que tiene muchos elementos de la misa romana tradicional, pero que tiene cuatro instantes que la hacen muy especial. Según el obispo maronita para Colombia, Perú y Ecuador, Fadi Bou Chebl, se trata del saludo de paz que el celebrante entrega en el altar a un acólito y este lleva después a todos los fieles; la costumbre de no arrodillarse porque la misa es entendida como una fiesta de resurrección; la solemne invocación al Espíritu Santo después de la consagración y la comunión con hostia y el vino.
Sin embargo, el momento más conmovedor es cuando el presbítero consagra el pan y el vino y pronuncia en arameo ―el idioma de Jesús― las solemnes palabras que recuerdan la última cena. “Eso es muy originario de nuestro rito y al escucharla en esa lengua tan antigua, tanto los creyentes maronitas como los de la liturgia romana, perciben con gran emoción que es el mismo Jesús quien les habla”, relata el obispo Bou Chebl. Incluso, para quienes no entienden árabe ni arameo, en la iglesia bogotana existen pantallas gigantes en las que se traducen al español las oraciones pronunciadas en esos idiomas.
Para los laicos que ayudan durante la ceremonia, este es un mecanismo que acerca a los no maronitas a un ritual que tiene una profunda dimensión espiritual, sobre todo porque a muchos colombianos los toca profundamente la liturgia de Oriente. Adicionalmente, ahí mismo se ubicaron cuadros de san Charbel ―el milagroso santo de los maronitas― y de Nuestra Señora del Líbano, la patrona de ese país, a quienes muchos devotos rezan para pedirles favores.
Monseñor Bou Chebl, designado en 2016 por el papa Francisco para que fundara un exarcado o diócesis maronita en Colombia, el afianzamiento de esta antiquísima iglesia católica oriental no ha sido fácil. “Algunos sacerdotes, obispos y laicos nos ven como ‘bichos raros’ y dicen que somos una comunidad aceptada por la Iglesia católica, pero ignoran que nosotros no fuimos aceptados sino que somos parte esencial de la Iglesia católica de Oriente”, precisa con vehemencia este sacerdote nacido en Líbano y nacionalizado uruguayo.
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Los árabes en Colombia
La razón para establecer una diócesis de este rito surgido en Siria a finales del siglo IV por el monje anacoreta san Marón y propagado luego a Líbano y otros países, está en la notable diáspora de árabes a Colombia. Aunque no hay cifras oficiales, sí se ha demostrado que la migración proveniente de Siria, Líbano y en menor proporción de Palestina, ha sido la más grande reportada en la historia del país.
Ciudades del Caribe como Cartagena, Barranquilla, Montería y Sincelejo y pequeñas poblaciones como Lorica y Corozal, cuentan con una gran cantidad de descendientes de hombres y mujeres que huyendo de la guerra y el hambre encontraron en América una nueva patria. El fenómeno de los ‘turcos’ ―como despectivamente se llamó a los primeros inmigrantes debido a que portaban el pasaporte impuesto en los primeros años del siglo XX por el Imperio Otomano― también existe en ciudades del interior, entre ellas Bogotá y Cali, donde un importante conglomerado de ciudadanos echó sus raíces.
Los árabes han tenido una participación muy destacada en Colombia, especialmente en la cultura, el periodismo y el deporte. Personajes como Shakira, estrella del pop mundial; los periodistas Juan Gossaín y Yamid Amat, y Farid Mondragón Alí ―el futbolista de mayor edad en participar en un Mundial―, descienden de migrantes de Oriente. En política también ha sido tan notoria su influencia que el hijo de un comerciante libanés, Julio César Turbay Ayala, fue elegido presidente de la República en 1978 y años atrás, otro pariente de los primeros libaneses, Gabriel Turbay Abunader, fue candidato a la presidencia.
Juan Gossaín ―el periodista de mayor respetabilidad en Colombia― estima que además de sus aportes humanísticos, los sirio-libaneses han contribuido con otras tradiciones como la cocina árabe que hoy está presente en numerosos restaurantes y hogares. Además, recuerda Gossaín, sus antepasados conservan intactas las tradiciones católicas, especialmente, la misa dominical que se oficia en iglesias de rito occidental.
Por esas razones de carácter histórico, cultural y de fe, el obispo Bou Chebl considera fundamental la práctica del rito maronita en Colombia, no solo a través de un prelado y su comunidad, sino de iglesias propias. De esta manera cree que se puede fortalecer el concepto de que los “maronitas, los hijos espirituales de san Marón, son tan católicos como los demás católicos y totalmente obedientes al mandato del pontífice romano”.
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