En algunos sitios parece que no ha pasado nada.
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Desde hace algunas semanas en España parece que vamos volviendo a la nueva normalidad. Vamos quedando con familiares y amigos; las terrazas se llenan de gente con ganas de tomar algo y disfrutar del aire y de una buena charla; los negocios van viendo algo de luz para poder recuperar los meses perdidos; las familias que pueden viajan a sus segundas residencias para cambiar de aires; volvemos a ver atascos a la salida de las grandes ciudades y playas abarrotadas de gente con ganas de disfrutar de unos días de sol y descanso.
En contraste, nos puede venir a la cabeza las imágenes de esas ciudades, pueblos y playas vacías que veíamos hace pocos meses y nos generaban cierta desazón, en contraste con las imágenes de hospitales, médicos y enfermeros, luchando a brazo partido por salvar la vida de mucha gente.
Por eso, sentir el bullicio que nos proporciona la realidad actual, en comparación con la realidad que nos ha tocado vivir por el Covid-19, nos puede resultar ahora muy gratificante, ilusionante y esperanzadora de que todo pasa.
Si has sido una de esas personas privilegiadas que ha podido escaparse unos días a ver el mar, te habrás dado cuenta de que en algunos sitios parece que no ha pasado nada.
Sorprende ver los bares y restaurantes abarrotados, los paseos marítimos en los que la gente no lleva mascarilla, las playas abarrotadas donde la distancia de seguridad ahora en julio parece que es una exageración y nos relajamos, los reencuentros entre la gente joven llenos de besos y abrazos, sin mascarilla por supuesto. Quizás, los primeros días la gente que llega de fuera parece ser más prudente, pero a los dos días parece que la brisa del mar hace que todo el mundo se relaje.
Me sorprende y me sorprende mucho… ¿Acaso no nos hemos enterado de lo que ha pasado?
Es cierto que en lugares de costa, en sitios pequeños, donde quizás no hayan vivido el drama en primera persona porque no ha habido casos, nos podemos encontrar con dos tipos de reacciones: Por un lado los nativos de la zona a los que no les hace ninguna gracia que vengan turistas, porque tienen miedo de que les traigan el virus y les contagien y por otro, los que tienen negocios y viven del turismo, que están encantados de que vayan veraneantes o turistas de fin de semana para reflotar su negocio.
Las dos posturas son muy lógicas. Lo que carece de sentido es ver cómo a pesar de las advertencias, la gente hace caso omiso y se comporta como si fuera un verano más. De hecho, estamos escuchando en los últimos días cómo van surgiendo rebrotes de contagio por todo el mundo, que no hacen más que volver a disparar las alarmas.
El virus sigue ahí
El problema, quizás, puede estar en quitar importancia al virus y no pensar en las consecuencias que de la actitud de cada uno se pueda generar. Los expertos nos dicen que usar mascarilla, mantener la distancia de seguridad y una buena higiene de manos, son claves para prevenir el contagio. Si por relajación no cuidamos estas tres cosas, la propagación puede ser inmediata y mucho más virulenta.
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A estas alturas, mucha gente ha sufrido en su entorno familiar alguna pérdida o conoce a gente que ha sufrido y está sufriendo mucho, sobre todo quienes viven en grandes ciudades. Esa gente, vive ahora con dolor, intentando sobrellevar su duelo de la mejor manera posible y muy asustados por el comportamiento de muchas personas.
Decía en otro artículo hace unas semanas, que el miedo es libre y hay que respetarlo. Pero precisamente haciendo uso de ese respeto, creo que es importante hacer nuestro el lema de que si nosotros nos protegemos, protegemos a los demás, principalmente a la población más vulnerable, personas mayores y personas de riesgo. No se trata de condenar a nadie, se trata de seguir las recomendaciones sanitarias por nuestro bien y el de los demás.
Esto no significa que tengamos que volvernos hipocondriacos, ni mucho menos, pero los epidemiólogos también nos dicen que un mínimo de prudencia es necesario, que el virus sigue ahí. Todos tenemos ganas de sol y playa, de largos paseos por la montaña o por el mar, pero sin que parezca una manifestación en la que cada uno va y viene como quiere, sin mascarilla, charlando o incluso escupiendo al suelo mientras hace deporte. Este es otro tema que me sorprende enormemente.
Es importante el cuidado físico, por supuesto y hacer deporte es muy sano, pero si nos dicen que el virus se contagia por las partículas de saliva y por el aire fundamentalmente, ¿cómo es posible que las personas que practican deporte, lo hagan como si no pasara nada, atraviesen a la gente sin mascarilla, sudando, inspirando y expirando intensamente, lógico por su parte por el ejercicio que hacen y se permitan el lujo de no cuidar la más mínima distancia de seguridad?
Creo que nos falta mucho respeto, hacia nosotros mismos y hacia los demás, pero el respeto se forja y necesitamos mucha formación en valores, en valores fundamentales de la persona.
Parece que estamos inmersos en la cultura del yo, del disfrute, de lo inmediato y de sentirnos bien con nosotros mismos. Todo eso está muy bien y es muy sano, pero ¿qué pasa con la persona que tienes al lado? ¿Hasta dónde llega mi libertad y empieza la tuya?
Son reflexiones que me hago, porque acabamos de empezar el mes de julio y tenemos dos meses de veranos por delante que todos anhelamos disfrutar, pero si no nos preocupamos por cuidar y respetar las medidas mínimas de educación y civismo, igual tendremos que volver a meternos de nuevo en casa. Creo que es responsabilidad de cada uno.
La pandemia nos ha enseñado y ha sacado muchas cosas buenas de todos nosotros, nos hemos dado cuenta de que somos mucho más solidarios de lo que pensábamos. ¿Quién no se acuerda del aplauso a las 20.00 en la que socializábamos con nuestro vecindario al ritmo del Resistiré? ¿De esas reuniones virtuales con los amigos y familiares? ¿De esas iniciativas vecinales para llevar la compra a nuestros vecinos mayores o comida a gente necesitada?.
Somos gente comprometida y en los momentos de dificultad sabemos dar lo mejor de nosotros, pero necesitamos creernos que el virus sigue ahí, que un descuido puede tener sus consecuencias y que hay muchas personas asintomáticas que ahora mismo son las que más riesgo de contagiar tienen, no solo a su entorno más cercano, sino en cascada.
Si hay algo que hemos aprendido en este tiempo de confinamiento es a disfrutar de las pequeñas cosas, por eso, ahora más que nunca, disfrutemos, con respeto, de lo que tenemos a nuestro alcance, disfrutemos del verano, de las salidas, del mar y de la montaña. Cuidándonos bien, protegiéndonos, respetándonos, cuidaremos de los demás. ¡Feliz verano!
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