Parece que los mensajes contra el racismo y la violencia de Martin Luther King se están apagando en los Estados Unidos
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Las ciudades de los Estados Unidos parecen volcanes por la noche. Actos vandálicos, saqueos, destrucción de mobiliario callejero y de las tiendas, peleas con numerosos heridos, guardias que hincando la rodilla dicen que están de acuerdo con los manifestantes. Los estados de queda no se cumplen.
Los graves disturbios nada tienen que ver con las manifestaciones pacíficas que comenzaron en Minneapolis, la ciudad donde un policía mató a George Floyd, un afroamericano acusado de haber robado en un supermercado. Floyd había salido de la cárcel por una condena por robo y estupefacientes. La grabación del vídeo de su muerte fue viral. Un ciudadano grabó unos minutos de cuando el policía le puso su rodilla al cuello: no podía respirar. Y George repetía: “!No puedo respirar!”, que ha sido el lema de las manifestaciones.
Las manifestaciones, a las que acuden no solo gente de raza negra, sino también blancos por repudio al racismo, se extendieron como la pólvora por 140 ciudades, que son las principales de los Estados Unidos: Washington, Nueva York, Los Ángeles, Saint Louis, Boston…
De las manifestaciones pacíficas se pasó, por unirse grupos radicales, a la violencia. Violencia contra la policía, saqueos de comercios, como los de la Quinta Avenida de Nueva York, actos vandálicos… hasta un policía muerto y miles de heridos. El propio Donald Trump tuvo que refugiarse en el bunker de la Casa Blanca.
Luego, la revuelta pasó a Gran Bretaña y Francia por hechos similares a los ocurridos años atrás con algunos ciudadanos de origen africano, a los que la policía usó una gran violencia con ellos o los mató.
No se trata de una revolución mundial de africanos contra los Estados Unidos, sino que sed trata de un conflicto racial ubicado en los Estados Unidos, donde desde hacía tiempo demasiados ciudadanos de origen africano (afroamericanos) han sufrido vejaciones, violencia, injusticias. Las protestas de estos días ha sido un “¡Basta!”, un “¡No más!”, un “¡queremos respirar!”, porque cuando el racismo ha invadido muchas mentes, la realidad es que no se puede respirar en tu país.
Lo ha dicho el papa Francisco, en su audiencia general de los miércoles, sin público por el coronavirus, y desde su biblioteca privada: dirigiéndose a sus “queridos hermanos y hermanas de los Estados Unidos”, ha condenado tanto el racismo como la violencia que recorre hoy las calles de aquel país, y ha dicho que “el racismo” es “un pecado que no se puede tolerar” y “debemos reconocer que la violencia de las últimas noches es autodestructiva y autolesiva. Nada se gana con la violencia y se pierde mucho”.
Los alcaldes de las ciudades llaman a la calma, a la concordia, y al mismo tiempo algunos se han declarado “indignados” por cómo la policía reprime a los manifestantes. Es el caso del alcalde de Washington, Muriel Browser. Ha lamentado mucho cómo la policía atacó a los manifestantes con balas de goma, gases lacrimógenos y mucha violencia para dejar libres las calles por donde pasaba el presidente.
El presidente Donald Trump, en lugar de invitar a la calma, aplica su lema “Ley y Orden”, que viene a ser en ocasiones la aplicación de la Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”, Contempla, muy inquieto, que muchos policías hincan sus rodillas diciendo a los manifestantes que están de acuerdo con su lucha, una lucha contra el racismo.
Trump anunció que enviaría al ejército para calmar las calles, pero el Pentágono, las autoridades militares, le han dado la espalda. El Ejército de los Estados Unidos no está para proteger las calles, que es un tema de orden público, sino para hacer la guerra. ¿Qué saben los soldados y los oficiales del orden público? ¿O Trump cree que con la sola presencia de los soldados acabará con el racismo, con el odio y la ira que se respira hoy? Los militares no lo ven así. Dicen que los temas de orden público deben resolverlos los agentes preparados para ello, las distintas policías. La salida del ejército supondría muchos miles de muertos.
Toda esta furia ha llegado a los Estados Unidos durante el periodo de la pandemia del coronavirus Covid-19. Muchos ciudadanos, entre el confinamiento, las caretas y las bajas laborales pasan grandes apuros para alimentarse, pagar los alquileres, etc. Los saqueos en los supermercados indican la pobreza que ha sido acentuada por el coronavirus.
Cuando hay hambre y no hay ingresos, no hay ningún miedo a la muerte, porque el objetivo es sobrevivir. Por lo tanto, una de las causas de tanta violencia es también la enorme desigualdad social y la falta de un ingreso mínimo vital, como tienen muchos países europeos –de pura subsistencia– en periodos de crisis económica o pandémica.
La situación en Estados Unidos pone de relieve que la ciudadanía está nerviosa, dividida, tensa en aquel país. Hoy muchos recuerdan el asesinato de Martin Luther King, no por las semejanzas de este líder con George Floyd, sino porque parece que sus vibrantes mensajes contra el racismo y a favor de la convivencia pacífica se están apagando en los Estados Unidos. La base de todo está en que las autoridades deben respetar y apoyar la dignidad de las personas, en cuanto personas, sin distinción de raza, religión o sexo. Es un derecho fundamental.