Tío de María Teresa Mestre, Gran Duquesa de Luxemburgo, este gran mecenas del arte en Cuba falleció a los 87 años víctima del coronavirusVíctor Batista Falla tenía casi siete décadas sin regresar a su país. La patria que muchos deben dejar y a la que siempre desean volver. Algunos lo hacen pronto; otros saben que deben esperar pero, tarde o temprano, el gusanito de la nostalgia pica y al final de la vida se toma la decisión de regresar, aunque sea de visita.
Seguramente eso ocurrió a este destacado caballero de 87 años de edad. Desde 1960 había dejado el país. Era miembro de una de las familias más reconocidas y pudientes de la sociedad cubana antes de la revolución castrista, y aún después, ya que sus miembros han continuado como protagonistas de más de una historia que contar en distintas latitudes.
Bajo y generoso perfil
Es el caso de Víctor, tal vez el de perfil más discreto de todos ellos. Reacio a los reflectores y la notoridad, era notable por su mecenazgo en el campo de la literatura. Amante del arte en todas sus formas, pero especialmente inclinado a la tarea editorial y a la promoción de empresas literarias como revistas y diversas publicaciones que alentó y financió.
Abría oportunidades a quienes se inclinaran por las letras y su preocupación era ofrecer espacios y posibilidades para la expresión de las ideas, el arte y la cultura, el libre debate y la difusión de ideas que hicieran pensar.
La familia
Fue en esto la excepción. Su familia era de banqueros e industriales. Víctor era hijo de Agustín Batista y González de Mendoza, presidente del Trust Company, un fuerte banco de la época; y de María Teresa Falla Bonet, heredera de grandes ingenios azucareros.
Su hermano mayor, Laureano, uno de los más queridos amigos de mi padre, se involucró en política. Murió hace unos años en Miami, intentando superar un cáncer brutal y aún recuerdo su emoción cuando se reunía con papá – alguna vez estuve presente- para conversar de política y recordar… Víctor participó, obviamente, de la riqueza familiar que les permitió donar el Hospital Oncológico a La Habana y el Sanatorio de la Purísima Concepción de Cienfuegos, ambos financiados por sus abuelos maternos, entre otras obras de servicio a la comunidad.
Tragedia en Caracas
Su tío, Eugenio Batista Falla, arquitecto de profesión y residente en los Estados Unidos, fue el padre de un aspirante a sacerdote jesuita, Eugenio Batista, quien hubo de realizar su noviciado en Venezuela, aventados por el cierre de las instituciones religiosas en Cuba y consiguiente expulsión al exilio de todas las congregaciones.
El muy joven Eugenio encontró la muerte en una zona cercana a Caracas donde se desató un pavoroso incendio cerca de su casa de retiros y, junto al también seminarista jesuita Alberto Capdevielle, corrieron a auxiliar a los campesinos para que no perdieran sus conucos. Ambos fueron devorados por las llamas. Fue memorable su agonía, ofreciendo sus sufrimientos por la vocación de sus compañeros y por los jesuitas en Venezuela. Aún recuerdo ese dolor cuando, junto a mis padres, recibimos a los Batista en aquella terrible ocasión. Con cuánta esperanza fundada en la fe y cristiana resignación asistieron a los últimos momentos de su hijo y a las correspondientes exequias.
Tío de la Gran Duquesa de Luxemburgo
Víctor Batista, tío de Eugenio, era también tío muy querido de María Teresa Mestre Falla, esposa de Henrique de Luxemburgo, hermano de su madre, también de nombre María Teresa. Vivía felizmente en el muy madrileño barrio de Salamanca, después de pasar años en Nueva York, en su actividad de mecenas literario. La sobriedad y la sencillez fueron siempre sello de su carácter.
“Es con gran tristeza que sus Altezas Reales el Gran Duque y la Gran Duquesa anuncian la muerte del Sr. Victor Batista Falla, tío de Su Alteza Real la Gran Duquesa y el último hermano vivo de su madre”. Con estas emotivas palabras, Enrique y María Teresa de Luxemburgo anunciaban el que se ha considerado el primer fallecimiento por Covid-19 de un miembro de la Realeza.
Testimonios
No era especialmente practicante pero, como su familia se formó católico y se sabe que vinculado, desde los tiempos en Cuba, a la orden franciscana. Algún retiro hizo con ellos, aunque, según el testimonio para Aleteia de un amigo muy cercano residente en Caracas:
“No era especialmente practicante, era un crítico prudente y respetuoso, con grandes amistades en el mundo católico, entre las cuales me conté. Juntos hicimos un retiro espiritual y hay una foto donde aparecemos juntos. Era de ideas liberales y ello precisamente lo hacía abierto. Probablemente su larga pasantía neoyorquina influyó en su deslinde con las prácticas religiosas”.
¿Qué lo llevó a regresar a Cuba después de tanto tiempo? Tal vez la nostalgia, el deseo de volver a ver sus lugares y retornar sobre sus pasos de juventud. O quizá la necesidad de reencontrar sus raíces y ofrecer a gente de letras en Cuba su apoyo y animación. “Quién sabe – me dice el amigo- en verdad, me gustaría indagar en sus razones y seguro serán nobles, como lo era su alma”.
El hecho es que, el más silencioso y reservado de los Batista terminó sus días como los comenzó: en su patria. “La tierra llama –comentó otro que conoce la historia de esta saga familiar y no ha vuelto a Cuba- no importa si tienes dinero o no, el sentimiento es el mismo. Todos quisiéramos volver a ver lo nuestro”.
Sus amigos se han apresurado a recordarlo con afecto y admiración. “En el periodo en que residió en Nueva York fundó Exilio (1965-1978), una revista seria que codirigió con el poeta Raimundo Fernández Bonilla y en la que colaboraron Lino Novás Calvo, Lydia Cabrera, Eugenio Florit, José Mario, José Ignacio Rasco, Mercedes García Tuduri, María Zambrano, y muchos otros escritores, además de pintores como Waldo Díaz-Balart, quien ilustró su portada -escribió en el Nuevo Herald William Navarrete, escritor cubano residente en París-. Más tarde, financiará Escandalar (1978-1984, con minúsculas), revista trimestral dirigida por el poeta Octavio Armand, en la que reunió también a las mejores voces de la literatura del exilio: José Triana, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Lorenzo García Vega, y otros”.
Atestiguan que no pocos escritores aún se beneficiaban de su generosidad, a quienes continuaba ayudando y publicando libros a través de la editorial Colibrí, a la que había fundado y dirigido, con sede en la capital española.
Fue ingresado, al presentar los síntomas, en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (La Habana), donde se le atendió durante dos semanas hasta que, fatalmente, la enfermedad lo venció. Lo que jamás pudo vencerlo fue su determinación de sentir su tierra de nuevo, su característica distinción y su innegable altruismo que tanto cariño generaron a su alrededor y tan leales amistades le granjearon, las cuales lo sobreviven y lo honran con su admiración y sincero cariño.
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