Francisco envío un mensaje a los protagonistas del Vía Crucis 2020 por las meditaciones escritas desde la cárcel de Padua, Italia
El papa Francisco ha enviado hoy un mensaje de agradecimiento a los fieles de la parroquia de la Casa de Reclusión “Due Palazzi” de Padua, a quienes ha confiado la preparación de los textos de las meditaciones y oraciones propuestas este año para las estaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el parvis de la basílica de San Pedro.
“Así, en el Via Crucis prestarán sus historias a todos aquellos en el mundo que compartan la misma situación”, escribió Francisco en la misiva. Entre las meditaciones del Vía Crucis de este año figura la tocante meditación escrita por un sacerdote que fue acusado y que ha sido absuelto definitivamente por la justicia, tras ocho años de proceso ordinario.
En efecto, al parecer, esa historia conmovió profundamente al Papa. El Jueves Santo, en el Altar de la Cátedra, de la basílica de San Pedro, al celebrar la misa “en la Cena del Señor”, Francisco recordó en su homilía espontánea y sin hojas en la mano a los “sacerdotes calumniados”: “Les llevo en mi corazón y les llevo al altar”.
Sacerdotes acusados injustamente. “Hoy, tantas veces, no pueden salir a la calle porque les dicen cosas malas, en referencia al drama que hemos vivido con el descubrimiento de los sacerdotes que han hecho cosas malas. Algunos me decían que no pueden salir de la casa con el clergyman porque los insultan; y ellos siguen”, dijo el Jueves Santo.
Las meditaciones de esta año fueron escritas por catorce personas que meditaron sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, actualizándola en su propia vida. A continuación, la meditación completa del sacerdote acusado y después absuelto:
“Cristo clavado en la cruz. Como sacerdote, muchas veces medité esta página del Evangelio. Y cuando un día me pusieron en una cruz, sentí todo el peso de aquel madero: la acusación estaba hecha de palabras duras como clavos, se me hizo muy cuesta arriba, el padecimiento se me grabó en la piel.
El momento más oscuro fue ver mi nombre colgado fuera de la sala del tribunal; en ese instante comprendí que era un hombre que estaba obligado a demostrar su inocencia sin ser culpable. Estuve colgado en la cruz durante diez años, fue mi vía crucis, lleno de legajos, sospechas, acusaciones, injurias. Cada vez que iba a los tribunales buscaba el Crucifijo allí colgado; lo miraba fijamente mientras la ley investigaba mi historia.
La vergüenza me llevó por un instante a la idea de pensar que era mejor acabar con todo. Pero luego decidí seguir siendo el sacerdote que siempre había sido. Nunca pensé en aligerar la cruz, ni siquiera cuando la ley me lo concedía. Elegí someterme al juicio ordinario; lo debía a mí mismo, a los jóvenes que eduqué durante los años de Seminario, a sus familias. Mientras subía mi calvario, los encontré a todos a lo largo del camino; se convirtieron en mis cirineos, soportaron conmigo el peso de la cruz, me enjugaron muchas lágrimas.
Junto a mí, muchos de ellos rezaron por el joven que me acusó; nunca dejaremos de hacerlo. El día que fui absuelto de todos los cargos, descubrí que era más feliz que diez años atrás; pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi vida. Colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó”.