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El mundo después del Coronavirus

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Miguel Pastorino - publicado el 26/03/20
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¿Cúál es la salida? ¿la vigilancia totalitaria de los Estados o el empoderamiento ciudadano? ¿El aislamiento nacionalista o la solidaridad global?

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En un artículo publicado el pasado 20 de marzo en el diario inglés Financial Times, el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de los best-sellers “Sapiens: De animales a dioses”, “Homo Deus: Breve historia del mañana” ​ y “21 lecciones para el siglo XXI”, sostiene que los peores riesgos actuales a partir de la crisis del Covid19 son la hipervigilancia que permite hoy la tecnología y el aislamiento nacionalista.

Entiende que la vigilancia planteada como necesaria para prevenir una pandemia puede emplearse con fines de control social que llevan a la pérdida progresiva de libertades fundamentales y que las decisiones que tomen los gobiernos y los pueblos darán la forma al futuro que tendremos, tanto en la economía, como en la política, en los sistemas de salud, como en la cultura.

Primer dilema: entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano

Harari sostiene que muchas de las medidas actuales de emergencia se establecerán como rutinas normales y fijas, porque así ha sido históricamente en el manejo de emergencias nacionales.

Mientras que las decisiones políticas en tiempos normales pueden llevar años de deliberación, en estados de emergencia en pocas horas se toman decisiones impensables en otro contexto y luego se quedan como prácticas comunes y preventivas.

Tecnologías inmaduras y potencialmente peligrosas se comienzan a utilizar porque el peligro de la inacción es visto como más devastador y así varios países ya son experimentos sociales a gran escala.

Por primera vez en la historia hoy los gobiernos tienen la posibilidad tecnológica de monitorear a toda su población al mismo tiempo y en tiempo real, algo que jamás imaginó la KGB.

Hoy China demostró que puede a través de sensores omnipresentes y poderosos algoritmos monitorear a la población a través de los celulares y las cámaras de reconocimiento facial.

¿Pero cuál es el límite de ese acceso tan poderoso a la información personal? Se podría saber cómo reaccionan las personas ante un discurso político o a lo que sea, y manipular así a grandes masas.

Pero no solo China. Harari recuerda que el primer ministro israelí, con oposición del Parlamento, por la emergencia decretó la utilización de tecnología anteriormente restringida a control del terrorismo, para rastrear enfermos de Covid19.

Lo que Harari sostiene es que la tecnología de vigilancia masiva que asustaba a muchos, podría ser de un empleo regular y así los gobiernos podrían saber qué cosas nos provocan alegría o tristeza, hastío o interés, lo cual representa un poder inédito sobre las poblaciones.

Está convencido de que el control excesivo y el castigo severo no son la manera más eficaz de conseguir el acatamiento de normas que nos pondrían a salvo, sino que la población esté bien informada y motivada en su propia salud y bienestar.

Pone como ejemplo el hábito del uso del jabón, que no necesita que haya un “Gran Hermano” mirando a toda hora. La cultura que se transmite, las costumbres higiénicas, la confianza en la ciencia, en las instituciones y en los medios de comunicación son el camino para que se cumplan las normas.

Cuando la gente sabe por qué y para qué debe hacer algo y lo comprende, cuando confía en quienes se lo piden, no necesita que lo controlen o que lo amenacen.

Aunque también advierte que algunos políticos pueden utilizar el argumento de que como no se puede confiar en que las poblaciones hagan lo correcto, es mejor tenerlos vigilados y controlados.

Por lo que afirma:

En lugar de edificar regímenes de vigilancia, no es tarde para reconstruir la confianza del pueblo en la ciencia, las autoridades y los medios… En los próximos días, cada uno de nosotros debería optar por confiar en los datos científicos y los expertos en atención médica en lugar de teorías de conspiración infundadas y políticos egoístas”.

El uso de la tecnología debe estar al servicio de empoderar a la ciudadanía. Escribe:

Estoy muy a favor de monitorear mi temperatura corporal y presión arterial pero esos datos no deberían usarse para crear un gobierno todopoderoso, sino que debe permitirme tomar decisiones personales mejor informadas, y también debería hacer que el gobierno dé cuenta de sus decisiones. Si yo pudiera rastrear mi condición médica las 24 hs del día, aprendería no solo si me he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también saber qué hábitos contribuyen a mi salud”.

La vigilancia también puede servir para monitorear al propio gobierno por parte de sus ciudadanos que pueden acceder a más y mejor información.

Harari está convencido de que si no tomamos las decisiones correctas podemos renunciar a nuestras libertades más preciadas pensando que así protegemos mejor nuestra salud.

A partir de sus reflexiones podríamos preguntarnos también por lo que sucede con la educación y la atención médica a distancia, o la cantidad de teletrabajo que ha surgido y mostrado su eficacia, revelando una oportunidad de transformación tecnológica del trabajo a partir de la crisis. 

¿Cómo será a partir de ahora? ¿Es solo una forma pasajera o está creando un nuevo futuro?

Segundo dilema: entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global

En la segunda parte del artículo, el historiador israelí exhorta a que tengamos un plan global, lo cual exige salir del asilamiento nacionalista y entrar en una verdadera solidaridad global.

Y es que tanto la epidemia como la crisis económica son hechos globales que deben ser combatidos globalmente, compartiendo información a tiempo.

La gran ventaja de los humanos sobre los virus es que podemos compartir información sobre cómo luchar contra ellos.

Necesitamos un espíritu de cooperación y confianza”, así como una total disposición internacional para producir y distribuir equipamiento médico”. Es preciso “humanizar las industrias comprometidas en el bien común”.

“Los países deberían estar dispuestos a compartir información abiertamente y buscar consejo humildemente, y deberían poder confiar en los datos y las percepciones que reciben”.

Sugiere que un protocolo global debería permitir que equipos muy controlados de expertos sigan viajando, desde científicos y médicos, hasta políticos, periodistas y empresarios que deberían poder desplazarse.

Critica duramente a la actual administración de los EEUU que dejando atrás su liderazgo global frente a diversas crisis como las del 2008 o del Ébola del 2014, “ha abdicado el trabajo de líder. Ha dejado en claro que le importa mucho más la grandeza de los Estados Unidos que el futuro de la humanidad”. Por ello entiende que este vacío debe ser ocupado por otro país.

Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. Parece que no hay adultos en la habitación.

A nivel económico, “la cooperación global también es vital… dada la naturaleza global de la economía y de las cadenas de suministro, si cada gobierno hace lo suyo sin tener en cuenta a los demás, el resultado será un caos y una crisis cada vez más profunda. Necesitamos un plan de acción global, y lo necesitamos rápido”.

Insiste en que sin cooperación global la crisis puede ser mucho más devastadora y esto debe aleccionarnos para construir el futuro de la mejor manera posible, entre todos.

Finaliza su artículo diciendo:

La humanidad necesita tomar una decisión. ¿Recorreremos el camino de la desunión, o adoptaremos el camino de la solidaridad global? Si elegimos la desunión, esto no solo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad global, será una victoria no solo contra el coronavirus, sino contra todas las futuras epidemias y crisis que podrían asaltar a la humanidad en el siglo XXI”.

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