La Iglesia se ha convertido en un hospital de campaña virtual
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Hay testimonios que por ocurrir en el país más vulnerable del continente y por manifestarse entre los escombros de un sistema de salud descalabrado, merecen ser divulgados. La Iglesia Católica hace frente a esta vorágine de carencias, susto y desinformación, con una serie de iniciativas que está determinada a sostener, por encima de cualquier visicitud.
Y no sólo la Iglesia. La sociedad, atemorizada y desprovista, no obstante se lanza a preparar sus mejores pertrechos para enfrentar esta virosis que ya ha hecho estragos en el mundo entero. Grupos civiles, voluntarios, ONGs, parroquianos comprometidos, todos han dado un paso al frente.
Es una bocanada de aire puro el saber que, aunque debamos sufrir los riesgos de la infección estamos todos a una, como los marineros de aquél buque aliado que naufragó durante la II Guerra Mundial y formaron un poderoso muro humano con sus pechos. Así se prepararon para recibir los embates de los temibles depredadores del mar, los tiburones. Y es que la solidaridad, que es amor, fortalece y reconforta los espíritus. También acera la voluntad.
Hospital de campaña online
Cáritas, luego de haber circulado un protocolo de prevención, mantiene una actividad admirable. Esta especie de buque-insignia del servicio en tiempos de escasez, se las arregla para detectar las necesidades de auxilio, atender y distribuir alimentos y medicamentos para los más necesitados. Es el propio hospital de campaña, aunque ahora, más que nunca, deba valerse de las redes para llegar a todas partes.
Los obispos venezolanos acompañan a la feligresía animando y orientando. Ordenaron prudencia, misas a través de internet, templos de puertas abiertas para motivar a la esperanza y solicitaron toda la fraternidad y generosidad entre los venezolanos, que no ha cesado de hacerse visible sino que crece hora a hora.
Es como si esperáramos un bombardeo.
El vecino muestra su mejor cara
Los vecinos se han organizado en grupos de coordinan distintas iniciativas para que el contacto se mantenga aún con el aislamiento decretado. Los abogados asesoran acerca de qué hacer para fortalecer la defensa de las comunidades. Los psicólogos ofrecen consultas online para personas no habituadas a lidiar con el encierro. Los médicos se ofrecen para acudir si son requeridos. Las empresas y comercios han ideado mil maneras de ayudar y colaborar. Hasta los mercados de calle –por el momento inhabilitados- van de casa en casa entregando pedidos. “Si no trabajamos, no comemos”, dicen, al tiempo que la gente agradece: “Si no salimos, no tendremos alimentos en pocos días. Así que bienvenido el delivery”.
El personal de guardia en áreas como la seguridad y la enfermería son especialmente considerados. Las propias comunidades y empresas los protegen, alientan y contribuyen con sus urgencias, en la medida de lo posible.
Ante la falta de agua –que se sufre en buena parte del país- la presencia y buena gerencia de los alcaldes se hace indispensable. El alcalde de Chacao, en la zona metropolitana de Caracas (este), Gustavo Duque, se las arregla para pasar día y noche trasladando cisternas cargadas con agua para abastecer, sobre todo a los más vulnerables. Incansable, responde al llamado de cada vecino de manera casi inmediata: “Aquí no paramos!”, dijo al ser consultado por Aleteia cuando dejaba un galón de gel a enfermeras de una Casa Hogar de personas mayores.
“El tesoro de la sociedad” está en peligro
El empeño está en proteger a los mayores de edad. Hoy, más que nunca, vienen a la mente las proféticas palabras del Papa Francisco, homilía tras homilía, pidiendo atención, compañía y cariño para con los ancianos: “Son el tesoro de la sociedad”, ha repetido. Hoy, los estamos perdiendo pues son los más vulnerables a esta pandemia. “Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan ¿eh? porque molestan. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dejan en herencia. Son los que, como el buen vino envejecido, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble”, insistía el Santo Padre.
Los reporteros siguen en la calle, detrás de la noticia, aunque los canales y emisoras trabajan con el personal estrictamente indispensable. Todos portando las reglamentarias mascarillas siguen informando y las comisiones de vecinos junto a organizaciones solidarias recogiendo solicitudes y satisfaciendo demandas, haciendo milagros con los recursos de que disponen.
Los sacerdotes ingenian mil y una alternativas para permanecer en contacto con sus parroquianos. Las Misas online se combinan con una actividad vital que no han dejado: las ollas solidarias. “La gente tiene que comer –decía uno de ellos-, el coronavirus no alimenta y sin proteínas bajan las defensas y la gente se torna más frágil”. Guardando estrictamente la prevención y las distancias, un plato de comida caliente sigue esperando a las puertas de las Iglesias.
En Venezuela, a pesar de todo, estamos viendo el vaso medio lleno y no por falta de riesgos reales y dramáticos , además de malos pronósticos, sino por la respuesta de la gente, que cada día deja aflorar la buena pasta de que estamos hechos. Fundamentalmente solidarios. Siempre listos a socorrer al que le haga falta, así estemos todos igualmente afectados. Ya tenemos brega en esto de vivir en la incertidumbre y la falta de todo.
Así como fuimos país de acogida para tanta inmigración a lo largo de nuestra historia, de la misma manera nos volcamos ahora, ante esta tribulación, los unos en los otros.
¡Que Dios nos proteja!