El arquitecto mexicano recuerda su experiencia y la lección de vida que supuso para él y para quienes le han escuchado. Un vaso de whisky fue el detonante de su singular historia.Tenía 33 años, era arquitecto de éxito, estaba casado, tenía 7 hijos. Un buen panorama para ser feliz. Trabajaba mucho y era un católico comprometido, apasionado de todo cuanto hacía.
Pero la mañana del 29 de agosto de 1990, el mexicano Bosco Gutiérrez fue secuestrado. “En aquellos años no había casi secuestros ni se tomaban tantas precauciones. Yo se lo puse muy fácil a los secuestradores porque hacía un horario muy previsible“.
Era un día laborable, miércoles. Había ido, como siempre, a la misa de las 8 de la mañana en la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, en la actual Ciudad de México. A la salida, “noté que me agarraban desde atrás y creía que era un amigo que bromeaba”. Pero no: otro hombre lo golpeó en la boca con un arma y entre cuatro lo metieron en la parte de atrás del coche. Le vendaron los ojos y el auto arrancó.
Cambio de coche, horas de viaje… Por fin lo sacaron del auto y lo llevaron a una casa. Sin ver nada, lo introdujeron en un zulo de 1,90 metros de alto, 3 metros de largo y 1 metro de ancho. Ese iba a ser su espacio de cautividad durante 257 días. La cifra sirve de título al libro en que se relata su historia.
Una lección de vida
Para Bosco, aquella experiencia supuso una transformación radical en su vida. “Es la historia de una soledad de 9 meses, en la que yo pude conocerme a mí mismo y de la que saqué una lección de vida que ojalá también pueda ayudar a otras personas”.
En la oscuridad, solo con una bombilla que los captores encendían y apagaban cuando querían, aislado, desnudo y sin oír ruido del exterior salvo una cinta de casete que se repetía contínuamente, “me anularon todos los sentidos”, explica, “y el oído lo limitaban a esa grabación de una estación de radio. De este modo no sabía dónde estaba ni quiénes eran sus secuestradores. Tampoco disponía de reloj ni de orientación horaria por luz natural: no sabía cuándo era de día ni de noche. No había agua corriente ni conducción a la alcantarilla y el olor enseguida se hizo nauseabundo.
Disponía de una cubeta de agua al día, le entregaban comida por un ventanuco y no mediaban palabra alguna con él “para que no los reconociera”.
“Los primeros 16 días los pasé con depresión”. Los captores le hicieron un primer interrogatorio escrito para que les diera información acerca de su familia. Eso para él fue un hachazo: “Era como traicionar a los míos y poner sus vidas en manos de los secuestradores. Me preguntaron sus horarios, sus amistades, sus gustos… Al facilitar esos datos, me sentí fatal. Me daba miedo encontrar a mi esposa o a un hijo muertos por mi culpa“.
“Ofréceme el whisky”
El 15 de septiembre, aniversario de la Independencia de México, los secuestradores le sorprendieron: “¡Viva México! Hoy es 15 de septiembre. Hoy puede usted tomar lo que quiera“. Estaba tan asqueado que, a modo de desquite, se pidió un whisky en vaso largo y con un solo hielo. Así, como si estuviera en un hotel de lujo.
A continuación, se produjo el cambio radical en Bosco. “Me llevaron el whisky tal como había pedido y estaba yo ahí rozándome el vaso con la cara, notando el frescor de algo nuevo, que olía bien. Lo iba a saborear, cómo no”.
Pero, en aquel momento, notó que una voz en su interior le decía: “Bosco, ofréceme el whisky”. Y ahí comenzó una lucha interior: “Pero, Señor, ¿cómo me pides esto con todo lo que me está pasando? ¿No es suficiente con que me tengan secuestrado y en estas condiciones?”. La voz siguió: “Eso que te está ocurriendo no depende de ti, no lo has elegido tú. Quiero tu sacrificio”.
Entonces Bosco tomó el vaso de whisky y lo echó al retrete. “Lo tiré al excusado sin darle un sorbo”.
Aquel gesto le valió la recuperación. “Me quedé dormido y al despertar pensé: ‘algo valgo’“. “La utilidad espiritual de aquella renuncia fue mayor que el beneficio que podría haber obtenido si me lo hubiera tomado“.
Cercanía con Dios “como nunca he vuelto a tener”
A partir de ese momento, Bosco comenzó a organizar su vida con nueva energía: “Me hice un plan de salud mental, física y de propósitos de hacer algo”. “Acepté la situación, renové mi fe en Dios, acepté su voluntad… y comencé a rezar, cosa que no había hecho desde el día en que me secuestraron”.
Lo que siguió fue un proceso de cercanía espiritual con Dios “como nunca lo he vuelto a tener”.
“Me escribí una carta como si fuera mi hermano”
Había pedido una Biblia a los secuestradores y la leía, “rezaba el rosario, iba a misa mentalmente”… Se le ocurrió escribirse a sí mismo una carta como si se la hubiera enviado su hermano. “En ella me decía cosas como que este no era un problema personal mío sino un problema familiar y que lo íbamos a resolver entre todos: yo debía cuidar al rehén“. “Te queremos bien, perfecto de alma y de cuerpo, a tu regreso”. Y así lo hizo. Llegó a rezar por sus secuestradores. “Me encomendé a san Josemaría, a mi mamá y al Espíritu Santo”.
Hubo 3 intentos de pago a los secuestradores que no llegaron a producirse. El tercero debía haberse efectuado en Brasil, pero la familia de Bosco no logró cruzar la frontera con el dinero. La situación era muy difícil, y se había determinado otra fecha, al mes siguiente, esta vez en Nicaragua.
El 25 de abril de 1991, sin embargo, ocurrió algo singular. “Conseguí abrir el ventanuco por el que me introducían la comida. No había nadie allí y quise volver a cerrar, pero me di cuenta de que no podía cerrarlo. Si los secuestradores veían que había hecho eso, me iban a matar”.
Fue entonces cuando optó por dar el paso: “Había llegado el momento de marcharme de allí”. “Solo decía en mi interior: Señor, que no haga ninguna tontería, que piense bien”. Y fue así como escapó y logró, unas horas después, reunirse con su familia.
30 años después
El próximo mes de agosto se cumplirán 30 años de su secuestro. Bosco hace balance de todo aquello. Junto a su esposa Gaby, tienen ahora 9 hijos, puesto que después del secuestro nacieron dos niñas. Sigue siendo arquitecto.
“Algunos ya me han redimido en vida y creen que soy santo, que después de una experiencia tan próxima con Dios ya no necesito mejorar. Pero la realidad está muy lejos de eso, porque cuando regresas a la vida normal, te vuelves a sentar”, comenta.
Las prioridades
“El secuestro es una experiencia que demostró que podemos salir de una situación complicada siempre y cuando ordenemos las prioridades: primero, Dios; segundo, la familia y la gente querida; tercero, el trabajo.
“En aquellos días yo me sentía una persona normal pero me tranquilizaba pensar que Dios pilotaba mi vida. Y eso es la lección que me llevé para ahora: si me agobio, pienso en aquellos días y me digo que debo ser fuerte, y que cuento con Dios”.
La lección se resume en una expresión que repetía san Josemaría: nunc coepi, que significa “ahora comienzo”. Es volver a comenzar cada día.
“Ha habido crisis económica, he tenido que prescindir de trabajadores en el despacho de arquitectura, y hay momentos de zozobra. El dinero y el trabajo te pesan más de lo que deberían preocupar”.
Ponerse en las manos de Dios
“Ahora, sin embargo, guardo el patrimonio de un recuerdo que permanentemente puedo tener como referencia. Es una guía en situaciones complicadas“, asegura. “Una situación tan estrujante se convirtió en guía espiritual: saber ponerte en manos de Dios una y otra vez“.
Bosco Gutiérrez añade: “Mucha gente piensa que la vida de oración es una pérdida de tiempo. En realidad, la solución a nuestros problemas es la vida de oración. Las personas somos un Ferrari y la gasolina es la oración: si no echamos gasolina, no va. A los papás se nos ha olvidado enseñar esto a los hijos”.
“Cuando veo que tantas personas acuden al yoga, a la meditación… Hay una falta de cultura y deberíamos promover la oración entre los jóvenes”.
“Extraño mucho aquel trato tan intenso con Dios que pude experimentar en los meses de secuestro, sobre todo cuando me pongo nervioso por cualquier tontería”, dice.
Sacrificarse para tener dominio de sí
Una segunda lección del secuestro es, para Bosco, “la mortificación. Ha sido muy mal vendida por los católicos. Si te fijas, todo a nuestro alrededor está hecho para la comodidad: el sofá, la cama… ¿Por qué, en cambio, se han puesto de moda los gimnasios? Porque vale la pena. Fortalecen el cuerpo. Pues el músculo más importante es la voluntad, porque me hace más dueño de mí”.
“Como papás, todos queremos que nuestros hijos tengan voluntad fuerte para combatir la tentación de la droga o del sexo fuera de control, por ejemplo. El sacrificio es lo que les ayuda”.
La decisión ante ese whisky que no se tomó hace casi 30 años sigue alentando a Bosco a esforzarse cada día -“ahora corro maratón”- y en la vida espiritual: “En casa me hice un lugar para la oración con las mismas medidas que tenía el zulo, pero con dorado en las paredes y le puse iconos que yo tenía. Desde chiquitos mis hijos sabían que cuando estaba ahí, estaba rezando y debían respetar esos momentos”.
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