Educar no es sólo alimentar o cuidar: La relación estrecha entre los padres y los hijos es fundamental y va a afectar al equilibrado desarrollo psicológico de estos
La sociedad se construye en las familias y estas ejercen su papel fundamental en el hogar desde la parentalidad. El ejercicio de la parentalidad, la tarea de la crianza de los hijos en el hogar, cuenta con muchas variables y se puede realizar de muchos modos.
No existen unas reglas unívocas y definitivas, pero sí existe un denominador común: la formación del carácter, el aprendizaje de los hábitos necesarios para una vida prospera. Dos principios parecen seguros: la combinación de exigencia y calidez. Es lo que se denomina la parentalidad autorizada y basada en el ejemplo y el prestigio. Una parentalidad con liderazgo que es secundada por los hijos dada su coherencia y casi no precisa de medidas coercitivas.
Sin embargo, la parentalidad puede ser mal ejercida: un padre y una madre permisivos o negligentes desorientan a sus hijos. Unos padres fríos y autoritarios los constriñen a crecer entre el miedo y la coerción.
De esos estilos parentales, de su calidad y adecuación a las necesidades particulares de cada niño, de cada hijo, depende la progresión de estos menores en sus vidas no solo en el plano escolar, sino a la larga también en el plano social, educativo, profesional y en la creación de sus futuras familias. El papel de las buenas escuelas coherentes en la formación del carácter que se ejerce en el hogar es, desde luego, vital.
Se han realizado estudios longitudinales, es decir, desplegados a lo largo de más de tres décadas, en los que se ha comprobado la incidencia casi determinante del papel de los padres y la familia desde los patrones de una parentalidad positiva: la clave consistió en la crianza de hijos educados en entornos exigentes (escuela, comunidad) y acogedores que prosperaban en casi todos los planos: adultos familiarmente estables, con buenos ingresos, buenos profesionales y alejados de la comisión de delitos.
En este sentido se puede señalar que la sociedad, cada nación, necesita que los padres ejerzan una parentalidad constructiva que facilite su progreso económico, social y democrático. Es más: se puede afirmar que la familia cumple su función en la sociedad a partir de la parentalidad positiva que ejerce: preparando, cuidando, haciendo madurar a los futuros ciudadanos.
Una buena educación significa progreso social
Pero existen abundantes estilos parentales negativos con consecuencias sociales a veces dañinas: existe la parentalidad ausente, errática o caótica que deja a los hijos sin guía. Una parentalidad negligente, a menudo a través del mal trato, que puede ser una de las causas del fracaso escolar, del paro, de conductas que están en la raíz de la violencia y la desviación social. Emerge una tercera parentalidad negativa en los últimos años: la sobreprotectora que impide a los hijos alzar el vuelo pues se les ha cortado las alas de una futura emancipación.
Hablamos de autonomía y emancipación pues los hijos en el paso de la adolescencia y la juventud a la vida adulta deben contar con una madurez que les haga capaces de valerse por sí mismos. Y esta progresión se basa en las habilidades cognitivas, pero también de un modo decisivo en las habilidades de carácter que se despliegan en la vida diaria en forma de buenos hábitos, orden, fijación de metas, diligencia y responsabilidad.
La familia construye la sociedad en el ejercicio de la parentalidad, en el aprendizaje de las buenas costumbres, de las virtudes aprendidas a diario. La familia pone los fundamentos de la educación ciudadana, de los compromisos cívicos y construye los hábitos que fundamentan la justicia y el cumplimiento de los deberes desde los pequeños detalles de cada día y desde el ejemplo y la resiliencia alcanzada tras los estresores previsible (ciclo vital familiar) e imprevisibles.
En el hogar, en la familia, a través del ejercicio de la parentalidad más coherente la sociedad se juega mucho. Y, como veremos, esta parentalidad necesita ser facilitada, orientada, formada. Insistimos, los aspectos diferenciales que aportan estos padres no inciden tanto en la inteligencia cognitiva, a menudo hereditaria (medida por los tests que determinan el Coeficiente Intelectual -CI-) que también debe ser cultivada, sino en la inteligencia de carácter. Una inteligencia para la vida que en las últimas décadas se la denomina inteligencia socioemocional.
Esta parentalidad positiva exige un padre y la madre conjugados en sus papeles distintos y complementarios. Unos padres coherentes que se coordinan para crear un sistema familiar bien engrasado. En la atención a los hijos en los primeros años (formación del apego seguro) en el apoyo de sus progresivos avances en aprendizaje (andamiaje) y en la promoción del compromiso de estos hijos como estudiantes se está asegurando el recambio generacional y el progreso social.
La relación estrecha entre los padres y los hijos es fundamental y va a afectar al equilibrado desarrollo psicológico de estos. Esta relación debe ser fluida, previsible, de apoyo, basada en una autoridad de prestigio y atenta a las necesidades del infante.
Educar, mucho más que cubrir necesidades básicas
Y en esa dirección no deben las familias conformarse con proporcionar lo básico de las necesidades materiales –cobijo, alimento, higiene, cuidados médicos, escolarización. Sobre la base de las necesidades básicas cubiertas, los padres deben formarse para regular las conductas, para apoyar a la escuela, para ofrecerles las mejores opciones de ocio, para monitorizar sus salidas y enseñarles qué es la amistad, el compromiso, la construcción de la propia identidad y la elección de los estudios encarados a la vida profesional.
Un ejemplo de conductas parentales negativas es la conflictividad de pareja que tiene efectos disruptivos en los hijos. Otro ejemplo parental negativo es el papel que juegan los padres cuando son contra-modelos en el consumo de sustancias y, últimamente, en el consumo digital casi adictivo que puede engullir la vida de un hijo adolescente.
James J. Heckman, premio Nobel de economía en el año 2000 y experto en la repercusión económica y social de la formación en habilidades de carácter de los niños en la infancia temprana, señala que la parentalidad es una inversión para las familias, para los hijos y para toda la sociedad. Una inversión que puede romper el círculo de la pobreza y, de ese modo, converger con los Objetivos Globales Para un Desarrollo Sostenible proclamados por la ONU en 2015 de cara a un mejor mundo en 2030.
Este experto señala que la inversión en programas preescolares de calidad que forman en habilidades de carácter además de en habilidades cognitivas (HighScope Perry Preschool Program) a los niños son un éxito a largo plazo. Estos programas destacan porque es paralelo forman a los padres en estas mismas habilidades desde la crianza es una inversión con unos rendimientos escolares, sociales laborales muy altos.
Estamos ante una gran inversión en capital humano que redunda en la economía y en las empresas, en la competitividad y la riqueza de las naciones. Y los padres, las escuelas, que forman en carácter tienen una gran influencia en el capital humano de los hijos/estudiantes entendido este concepto como un factor de producción basado en una formación de calidad que redunda en la productividad.
Los niños en desventaja social, o de estratos trabajadores, son los que experimentan unas mejoras más altas con respecto al estatus económico-social de sus padres, pero los niños de las capas medias y medias-altas también puede beneficiarse de formarse en carácter desde el liderazgo de la parentalidad.