Los tiempos han cambiado. Los padres deben ser bienvenidos en el hogar
“Te escribo esta carta pues ya llevas un mes en América. Y es mucho. Y seguro que ya has acabado todo el trabajo que tenías. Vuelve. Mamá dice que faltan 10 días pero eso es demasiado. Irene dice que cuando regreses iremos a acampar al lago y así se queda tranquila. ¡Pero yo no aguanto más! Te necesito. Y mamá e Irene también te necesitan pero disimulan. Bueno, acabo este correo electrónico. Papi, te echamos en falta. Tu hijo Jon que te quiere mucho. ¡Papito, no tardes!”.
Hay un dicho muy anglosajón que dice que para los hijos más pequeños el padre es su héroe y para las hijas de pocos años este mismo padre es su primer amor. En esta idea se resumen muchas verdades que andan oscurecidas en la actualidad.
Parece que hay una ideología que quiere presentar al padre, la paternidad, incluso la masculinidad, como algo añadido a la familia y no siempre bienvenido.
La madre, desde esta perspectiva, es la auténtica cuidadora sensible y delicada y el padre actuaría a veces despóticamente incapaz de hacerse cargo de los niños: ni para cuidarlos, ni atenderlos, y menos para para amarlos como lo hace la madre.
Error grave: los niños necesitan el modelo del padre que es la mitad del mundo que está dividido al 50% entre hombre y mujeres. Y los padres no pueden andar bajo la sospecha de estar encarnando el estereotipo “hétero-patriarcal”.
Los tiempos han cambiado. Los padres deben ser bienvenidos en el hogar. Las madres deben atraerlos hacia el cuidado, la educación y crianza de los hijos.
¿Hay algunos padres dominantes, insensibles y hasta incluso violentos? Los hay, pero eso no debe levantar sospechas sobre el incalculable resto de los padres.
Y los padres deben a su vez ganar en la capacidad de gestionar sus hogares inteligentemente como gestionan sus empresas, sus aulas si son profesores, su equipo deportivo si son entrenadores. Con liderazgo, con una exigencia cariñosa, proactivamente, contando en todo y para todo con las co-líderes que son ellas.
Porque es una tarea de dos, complementaria, en la que cada rol aporta reconocer el mundo tal cual es: en la masculinidad y la feminidad. La masculinidad que arriesga, la feminidad que protege y se complementa con la masculinidad y que toman las mejores decisiones.
Y los hijos y las hijas reciben el modelo masculino y femenino que tanto echan en falta Jon e Irene. Jon ve en su padre el modelo de hombre que podría llegar a ser: padre comprometido y lleno de iniciativas. Irene verá en su padre el modelo de hombre que podría esperar de su futura pareja: atento y receptivo.
Pero nada de esto es posible si no se empieza siempre por el buen entendimiento entre los padres: del padre y de la madre. Ambos padres no pueden desorientar al equipo-familia, a los hijos, deben ir a una.
Otra idea repetida y llena de contenido es que lo mejor que puede hacer un hombre por sus hijos es amar mucho a su mujer. Todos los estudios señalan que la buena relación de pareja es un predictor de buenos resultados en los hijos: cognitivos, afectivos, comportamentales.
Y al revés, una conflictiva relación de pareja desorienta, perturba, y los hijos siempre toman partido: “mamá es buena y papá es malo”. Estos son los negativos estereotipos que se fraguan en las mentes de los hijos. O al revés, “mamá no quiere a papá”.
Y los padres, en estos conflictos, tienden a querer ganarse el favor de los hijos descalificando al otro cónyuge. Y la verdad es que esta tarea empieza por una madre que le da cancha a su marido. De una pareja que se las arregla muy bien conciliando la vida laboral, familiar y personal.
Y ahí está incluido el acuerdo en las tareas domésticas equitativamente repartidas que es algo que cada familia sabe hacer en cada caso y que cambia mucho entre familias que viven distintas circunstancias.
Si existe la base, la buena disposición el padre puede comprometerse en un camino que revertirá en beneficios de todos, de él, de su pareja, de sus hijos. Lo contrario es una fuente de conflictos.
Por lo tanto de un padre-padrazo dependen muchas cosas buenas. Entonces: qué debe hacer este padre:
- Empezar por estar a gusto en casa y en las actividades familiares fuera de casa. Por ejemplo asistiendo con la madre a las reuniones del colegio. Es decir: debe enamorarse de la tarea de ser padre, aprender a apasionarse con el papel de padre. Esta es la actitud (en el mundo anglosajón hablan de mindset). La actitud es fundamental: actitud generosa. Y además es muy contagiosa. Ser padre a contrapelo es casi peor que no hacer nada.
- Olvidarse de los estereotipos del padre cuya función única es aportar el pan, traer el sueldo (bread-winer model). Incluso algunos creen que el padre comprometido familiarmente es poco masculino. Pues no. En la era en la que la mujer trabaja fuera del hogar, el hombre debe también entrar a colaborar dentro del hogar y en la vida familiar.
- Ser atento y disponible, no escaparse, si excusarse ni discutir racaneando por el reparto de los tiempos de dedicación. Al revés. Darle entonces la vuelta a todo este sistema de roles compartidos con una actitud muy proactiva. “Qué hago mejor por la casa y por los niños que mi pareja no puede hacer porque ella hace cosas (por la casa y por los niños) que yo no puedo hacer”.
- En función de este tercer principio de despliega un orden familia-hogar-hijos-tareas que puede ser un engranaje casi perfecto pues perfecto no hay nada. Y además hay que saber asumir los errores que serán muchos. El padre sale con los niños y juega con ellos (es insuperable) la madre les lee cuentos a los niños (nadie la iguala). El padre se los lleva a la montaña y la madre les pone a hacer los deberes. Hay familias en las que a él le encanta guisar y a ella se le da muy bien el orden material del hogar porque le sale de las entrañas. Y así sucesivamente.
- El juego y los juguetes es un capítulo fundamental: ¿quién enseña a jugar a los niños? Los juegos más sedentarios los encabeza la madre, los juegos más activos lo lidera el padre. Juegos de “peleas” con el padre, juegos de cartas con la madre.
- El padre debe poner límites, poner normas, ser modelo, enseñar a los hijos a auto-regularse. Y la madre también lo debe apoyar. Pero los hijos esperan de su padre que fije las normas y que les diga lo que está bien y lo que está mal. Y que actúe en consecuencia si es necesario con alguna sanción (cordial y firme). Y que refuerce la voluntad de los hijos por actuar obedientemente. Y la madre, que se complementa con el padre, a veces modera este impulso y lo matiza y lo adapta y lo pondera. Y el padre escucha a la madre y la autoriza (le da también autoridad) y se ve claro como en casa hay un co-jefe y una co-jefa. Quizá uno más ejecutivo y el otro más reflexivo. Y a veces quien manda es ella. Perfecto.
- El padre valora a la madre y logra que sea digna de respeto y la inviste de autoridad. Por esa razón las discusiones fuertes padre-madre son corrosivas y el amor muto de la pareja es constructivo. La madre encarga al padre fijar las normas que los dos han establecido y le secunda haciendo crecer su autoridad.
- Y hablemos de la poderosa razón que se expresa en el relato que encabeza este artículo: los hijos –niños y niñas- quieren estar con su padre, tomarle de la mano, ser sostenidos en brazos y confortados. Desean a toda costa abrazar a sus padres y admirarlos y ser reconocidos por ellos. También quieren estar con la madre pero a veces esa presencia la dan por descontada.
- Los padres, los varones, no puede apoyarse en el instinto maternal (real, cotidiano) de sus mujeres. Y entonces abandonarse y abandonarla e irse por ahí con los amigotes. Por muchas razones: una de ellas es que es compatible andar con los amigos, y con los hijos, y con las madres. Y las madres andar con sus amigas. Porque las familias que se apañan para divertirse juntas son la auténtica revolución de nuestros días.
- Además el varón protege a su mujer y sus hijos no solo con los ingresos y atenciones; con su presencia protege la seguridad, la integridad de su pareja y los niños ante amenazas externas. No es muy políticamente correcto decirlo pero es una gran verdad.