Dice una leyenda que fue un monje el que descubrió el café por error en Abisinia. Un pastor había observado cómo sus cabras se llenaban de vigor al comer unas pequeñas semillas rojas y decidió llevarlas al monasterio más cercano maravillado por su descubrimiento. Pero al monje que se las presentó consideró que eran cosas del demonio, las tiró al fuego y enseguida el lugar se llenó de un rico aroma. El religioso y sus compañeros recogieron las semillas tostadas, las colocaron en agua y quedó un líquido tan energizante como delicioso.
Pero el santo del café no tiene nada que ver con esta historia e, irónicamente, tampoco lo probó nunca porque surgió mucho tiempo después de él. Su nombre es san Drogón y era miembro de una familia noble flamenca.
Una gran piedad y energía
Su padre había muerto poco antes de su nacimiento y, su madre, durante el parto. Cuando él se enteró de esto, se sumergió en una terrible depresión. Se sentía culpable del fallecimiento de su progenitora y solo encontró consuelo entregándose a la Divina Misericordia. A partir de entonces, dejó sus comodidades, hizo peregrinaciones penitenciales, sin unirse a ninguna orden religiosa en particular, y ayudó a los más necesitados en cada lugar que visitaba.
Finalmente se mudó a Sebourg, en la Francia nororiental, donde se dedicó al pastoreo inspirado en la parábola del Buen Pastor. Enseguida ganó una muy buena reputación por su humildad y generosidad. Asimismo, los pobladores empezaron a decir que tenía el don de la bilocación, ya que lo veían en los campos pero también en Misa.
Fue por esta “capacidad” de hacer varias cosas a la vez, que denota una gran energía, es que se le considera el santo del café y los hosteleros. Incluso, hay un dicho popular que reza: “No siendo san Drogón, no puedo estar en dos lugares simultáneamente”.
Si constantemente te sientes abrumado por tener que hacer muchas cosas al mismo tiempo, puedes rezarle a san Drogón, quien además es considerado patrón de los pastores y de los enfermos de hernias, nefritis y cólicos nefríticos, ya que él mismo tuvo una hernia que lo tuvo agonizando por más de 40 años en una celda especialmente edificada contra el muro de una iglesia de Sebourg, donde ahora también descansan sus restos.