“¿Cabeza, por qué me dueles? ¿Qué estoy haciendo mal para que me tengas que molestar? ¿Tienes ganas de llorar y no te he dejado? ¿Te has quedado mal por no haber podido expresar lo que querías?”.
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Aprender a escuchar al propio cuerpo no es tarea fácil. El cuerpo lanza señales constantes – de salud o enfermedad – no solo físicas, sino también psicológicas. Al igual que la fiebre es un indicador de alarma ante un posible virus, las enfermedades y dolores pueden ser un aviso de que hay algo por resolver dentro de nosotros.
El cuerpo y la mente están estrechamente relacionados, se comunican a través de las sensaciones. Estas nos informan de las necesidades biológicas y psicológicas que no están siendo atendidas. Posteriormente, la mente mandará señales al cuerpo para que este encuentre soluciones a estas carencias.
Es un proceso que en Medicina se conoce como fenómeno psicosomático: cuando lo que origina síntomas físicos no es una enfermedad, sino un trastorno a nivel emocional.
Desde el punto de vista corporal, no nos cuesta entender esta relación lógica. Todos sabemos que, cuando algo nos sienta mal, nuestro organismo busca alternativas para sobrevivir. Por ejemplo, si tenemos poco oxígeno, nuestro cuerpo fabricará mayor cantidad de glóbulos rojos y así estos podrán transportar más oxígeno, para que podamos conservar la vida.
Sin embargo, cuando se trata de dolores provocados por conflictos psicológicos que se manifiestan en el cuerpo, no nos resulta fácil identificar la verdadera raíz del problema. Sin embargo, muchas veces nuestro cuerpo nos “avisa” de que algo no va bien en nuestra alma.
Somos una unidad integral formada por cabeza, corazón, alma y cuerpo. Todo ello interactúa entre sí. El cuerpo es la vía que utilizan la mente y el alma para expresar lo que hay en el corazón.
Si las necesidades que tenemos parten de una carencia afectiva, el cuerpo gritará lo que la boca esté callando. Por eso, algunas enfermedades, cuando no se encuentra una causa meramente física, pueden estar hablando de una desatención a nivel emocional.
Si cada vez que tenemos un síntoma nos preguntamos qué causa emocional se esconde detrás, podríamos ir al origen real, y no a paliar a corto plazo el síntoma. ¿Qué hace que duela esa parte de tu cuerpo? ¿Qué produce esa tensión?
Cuando no gestionamos de manera sana lo que nos ocurre, las emociones toman el control (estamos tristes, sentimos rabia…). Eso lo anestesiamos callando a nuestra mente a través de conductas evasivas (televisión, sustancias, conductas adictivas…). Y es ahí cuando el cuerpo enferma y manda señales (reducción de las defensas del sistema inmunológico, dolores de cabeza, de estómago, etc.).
Tres factores a tener en cuenta ante posibles somatizaciones de emociones no resueltas:
1. Observa qué dolores y síntomas llevas sintiendo mucho tiempo sin causa aparente. Para llegar a esto, siempre debemos consultar primero a un médico especialista para que descarte cualquier enfermedad.
2. Analiza y expresa las heridas que has sufrido en tu vida. Así podrás descubrir qué estados emocionales están en conflicto dentro de ti. Todo lo que no verbalices, se somatiza en forma de enfermedad o de conductas desproporcionadas (agresividad, miedos…).
3. Revisa si hay algo que no has conseguido perdonar. El rencor es una de las emociones que más daño causa a la persona que lo siente, y nunca arregla el problema original.