Rebecca Saxe es una neurocientífica estadounidense que estudia el cerebro de los niños. Pero se topó con un gran hallazgo cuando se involucró como madre en las investigaciones que estaba llevando a cabo
Profesora de neurociencia cognitiva en el MIT y mamá: Rebecca Saxe es la prueba (una de tantas, para decir la verdad) que trabajo y familia no son ámbitos que se contraponen, porque – por mucho que conciliarlos es una empresa cotidiana difícil – pueden crear una sinergía óptima. Científica excelente, Saxe logró añadir una pieza fundamental a sus investigaciones en el momento en que se vistió de mamá incluso en el trabajo.
¿De dónde venimos?
En el MIT (Massachusetts Institute of Technology, una excelencia mundial en el ámbito de la ciencia, de la ingeniería y de la administración) la profesora Saxe se ocupa de estudiar el cerebro de los niños, un recurso en gran parte aún por explorar para poder ofrecer respuestas médicas a los problemas del cerebro adulto. Afirma:
Soy una científica no por las respuestas que llegarán sino por las preguntas tengo ahora. (Por TEDx Talk)
La mirada de un científico alberga un asombro radical e insaciable de lo real y, cuando se expresa de la mejor manera, no tiene la presunción de atrapar el misterio del mundo con una correa, sino de ir de pregunta en pregunta con el humilde ritmo del escalador. Es la metáfora que usa Rebecca para describir el trabajo diario de quienes realizan investigaciones:
[…] quizá llegará el día en que de lo alto de la montaña veremos abrirse un panorama maravilloso, pero la mayor parte de mis días me parezco más a uno que mira los pies y a cada paso se pregunta: “¿Este es el camino?”.
Lo que la anima en este camino hecho de intentos, a menudo vanos, es una pregunta que ciertamente parte de una base científica, pero inevitablemente involucra también el espíritu: ¿de dónde venimos? El cerebro es una gran caja del tesoro respecto al tema del origen humano, estudiar el de los niños es empezar a conocernos a nosotros mismos desde el principio: desde el punto de vista biológico tiene una estructura muy frágil, pero está lleno de recursos poderosos para canalizar los problemas, una potencialidad que se va perdiendo poco a poco con el pasar de los años.
Por lo tanto, la hipótesis que se encuentra en la base de las investigaciones de Saxe es que conocer mejor los recursos del cerebro infantil podría ayudar a curar el cerebro enfermo o dañado de los adultos, pensemos en el Alzheimer o el Parkinson por dar dos ejemplos clamorosos.
Concretamente ¿cómo se lleva a cabo una investigación del género?
En mi laboratorio en el MIT usamos imágenes obtenidas con la resonancia magnética para observar el flujo de sangre en el cerebro de los niños: les leemos cuentos y observamos cómo la actividad cerebral cambia mientras reacciona a la trama. Al hacer esto, logramos investigar cómo el pensamiento de los niños está por delante del pensamiento de los demás. (de una entrevista en el Smithsonian)
La hipótesis es entusiasmante, pero la realización no es tan fácil. El procedimiento de la resonancia magnética es un instrumento excelente (permite visualizar dentro de nuestro cuerpo de modo no invasivo y es completamente inocuo para el organismo), pero no va muy bien con la exuberancia de los pequeños. El paciente debe ser introducido en un mecanismo ruidoso y debe estar quieto durante un tiempo bastante largo.
Como científica, Saxe había llegado a la conclusión que era imposible obtener algo bueno; el niño no se aguanta el pipí, se agita y, sin embargo, para que el examen funcione, el sujeto debe estar realmente despierto. Con estos datos en la mano, el éxito podía ser el del escalador que se da cuenta que ha tomado un camino intransitable.
Fue en ese momento que, quitándose el traje de científica, Rebecca entrevió una posible solución observando el problema con los ojos de mamá.
Instantánea de un amor universal
Saxe lo define su “golden gol”, la experiencia de su primera maternidad coincide con el empasse en su investigación neurocientífica. Le vino la intuición que, al tener junto a su mamá, un niño podría permanecer tranquilo durante un tiempo bastante largo, o al menos el suficiente para completar con éxito una resonancia magnética.
Por eso al decidir probar con su hijo, entró con él en el aparato. Aplastada en ese “tubo ruidoso” con su hijo cantando canciones, chupándose el dedo y abrazándose, Rebecca se volvió una científica sui generis: el experimento volvió a fallar varias veces y entonces – recuerda ella misma – “me encontré pensando cómo cambiar el procedimiento, mientras cambiaba un pañal”.
Quizá, durante todos estos intentos, fue el ojo de la científica que prevaleció, apoyado por la paciencia exquisitamente maternal; pero frente al primer resultado positivo la experiencia científica se vinculó indisolublemente a la afectiva. En abril de 2015, la resonancia magnética devolvió una instantánea única en su género, que muestra el vínculo de Rebecca y su hijo.
Un insólito retrato madre-hijo, sin dudas. La semejanza de la estructura interna del cuerpo, el impacto emotivo de un beso visto desde una perspectiva tan insólita ha generado una explosión de reacciones, sobre todo en Rebecca y sus colegas.
Sus reflexiones nos acompañan a subrayar cuán fuerte sea la necesidad de tener unidas en la persona experiencias que solo la abstracción nos lleva a separar (ciencia y emociones, cuerpo y alma):
Nadie, que yo conozca, ha producido nunca una imagen de madre e hijo gracias la resonancia magnética. La hicimos porque queríamos verla. A algunos esta foto les molesta, porque muestra nuestra fragilidad como seres humanos. Otros se han dejado transportar por el pensamiento que esas dos figuras – sin ropa, sin pelo y caras invisibles – pueden ser algo universal, una madre y un hijo de cualquier época y latitud. Otros se detienen a observar cuán diverso es el cerebro de un niño respecto al de la madre. Madre e hijo son un símbolo poderoso de amor e inocencia, belleza y fertilidad. Por lo general estos valores de la maternidad, y las mujeres que los encarnan, son venerados, pero se comparan con otros valores: investigación e intelecto, progreso y poder. Pero yo soy una neurocientífica y he trabajado para crear esta imagen; soy también la mamá protagonista de la instantánea, aplastada dentro de aquel tubo con mi hijo. (Ibid)
Durante el TEDx Talk del cual es protagonista, Saxe profundizó aún más el impacto que esa “foto” tuvo en ella.
Yo veo todas estas cosas: una imagen de amor universal y una fragilidad que da miedo, pero veo también una de las más asombrosas transformaciones en el ámbito de la biología. Es también uno de los problemas más arduos de la ciencia. ¿De dónde venimos? Solo un año antes de esta foto el cerebro de ese niño no era otra cosa que una masa de células, no tan distinto al de un ratón o una mosca. Y luego sucede que con una combinación de factores biológicos y ambientales esas células se vuelven el cerebro de un niño y luego de un ser humano adulto, con competencias especiales: hablar un idioma, capacidad de empatía, análisis de elecciones morales. (cit.)
El conocimiento hace realmente su trabajo cuando llega a este estupor, gracias al cual la pura observación desemboca en una reflexión global sobre el gran misterio que está escrito dentro de cada hombre. Células que dan vida a un ser capaz de elecciones morales, tejidos y huesos involucrados en una gran batalla entre el bien y el mal. Somos un envoltorio frágil que alberga un diseño eterno.