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Nuestra hija sufrió abusos sexuales, así lo afrontamos

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Redacción de Aleteia - publicado el 26/08/19
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Le preguntamos a Dios una y otra vez: ¿Por qué sucedió esto? ¿Cómo podríamos haberlo evitado? ¿Qué no vimos? Pero pronto descubrimos que estábamos haciendo las preguntas equivocadas

Probablemente todos conocen el sufrimiento a través de sus propias experiencias. Todos sabemos que el sufrimiento puede detener nuestra generosidad y nuestra confianza, nos puede encerrar en nosotros mismos. O puede convertirse en amor.

Para que el sufrimiento se convierta en amor, debemos negarnos a nosotros mismos como dice el Evangelio. Con esta abnegación, amamos primero; y solo cuando amamos primero, sin esperar ser amados o comprendidos, el amor crece.

Cada vez que nos encontramos ante un sufrimiento, decimos: “Este eres tú, Jesús, Abandonado, te damos la bienvenida”. Y luego le preguntamos al Espíritu Santo: “¿qué debemos hacer?”. Y oramos por su intercesión y guía.

Al hacerlo en distintas ocasiones perdemos nuestras ideas y tratamos de escuchar las suyas. Cada vez, incluso cuando cometemos errores, Él está allí para traernos de vuelta y crear un ambiente de amor y unidad.

A veces es en las pequeñas cosas, otras de modos desgarradores. Como cuando descubrimos que una de nuestras hijas había sufrido abusos sexuales. 

Hace 25 años. Fue horrible. Estábamos destrozados. Es una situación que la ha afectado a ella y a toda nuestra familia desde entonces.

Era algo que no podía deshacerse, era algo que no se curaría fácilmente. No solo su vida había sido destruida, sino también a todos nosotros en la familia.

Cada uno lo trató a su manera. En muchos casos no fue nada agradable. Creemos que nuestro único recurso era antes hacer lo que pudiéramos, y luego amarla.

Hemos tenido muchos problemas en nuestra vida, pero este fue el peor. Como padres, le preguntamos a Dios una y otra vez: ¿Por qué sucedió esto? ¿Cómo podríamos haberlo evitado? ¿Qué no vimos?

Pero pronto descubrimos que estábamos haciendo las preguntas equivocadas. Esas nos mantenían en el pasado. Y queríamos saber cómo evitar que algo así volviera a sucederles a nuestros hijos o a cualquier otra persona.

Comenzamos a pedirle al Espíritu Santo que nos guiara, que nos iluminara, que comprendiéramos cómo podíamos ayudarla, ayudar a nuestros hijos.

El Espíritu Santo respondió.

¿Qué podemos decirle a ella, decirles a nuestros hijos, a sus hermanos? El Espíritu Santo respondió e hizo que las palabras correctas vinieran a nuestra mente.

¿Cómo poder amarla en esta situación? El Espíritu Santo respondió y nos guió. Al abrazar este sufrimiento, al pedir que el Espíritu Santo nos guiara, al desapegarnos y escuchar, pudimos atravesar estas heridas.

Él, el Espíritu Santo, nos llevó hacia otros, que nos brindaron información y ayuda profesional. En última instancia, fue el Espíritu Santo quien mantuvo a nuestra familia unida.

Hoy ella todavía lucha. Estamos muy orgullosos de ella. Se ha encontrado a sí misma y está viviendo una vida llena de entusiasmo.

Es una luz para muchos otros y una amiga confiable y querida por cientos, porque ella no solo ha abrazado este sufrimiento, sino que ha encontrado una manera de atravesar la herida y no deja que el pasado le impida vivir a su máximo potencial. Dios la ha elevado, y a todos nosotros, y nos mantiene bajo su cuidado amoroso.

Esta experiencia fue compartida recientemente en un encuentro de los Focolares por un matrimonio estadounidense que ha preferido mantener el anonimato.

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