A veces tienes el hondo convencimiento de que ya no puedes hacer nada más. Lo has intentado todo, te has dado más de lo que creías que nunca podrías entregarte, pero no lo has conseguido.
En esos momentos en que sientes que has tocado fondo y experimentas con fuerza tu impotencia y tus grandes limitaciones, tienes un as en la manga en el que quizás no habías pensado y que puede hacer ganarte la partida.
Pídele a Dios lo que tú no has logrado. Invoca al Espíritu Santo con esta oración, ruégale que descienda sobre ti con su ilimitado poder. El resultado podría sorprenderte:
¡Ven, Espíritu Santo!
Ven, dador de dones. ¡El mejor de los apoyos!
¡Eres el refresco de mi alma! Su descanso en el trabajo; su refugio protector; su consuelo en la desgracia!
¡Oh, bendita Luz!
Riega nuestra sequedad; cura nuestras heridas; doblega nuestra testaruda voluntad; calienta nuestros fríos corazones; guía nuestros pasos perdidos.
Da a los fieles que en ti esperan tus santos siete dones. Dales alegría sin fin. Amén.
Espíritu divino
Cuando Dios da espacio a la creación y vida a las criaturas, lo decadente vuelve a florecer y lo que ya murió revive, se está expresando el Espíritu Santo.
Si tu corazón vuelve a arder por amor desinteresado a la belleza, la verdad vence en tu mente al caos y la oscuridad, y una fuerza sobrehumana robustece tu voluntad y la inclina a la bondad, el divino huésped está actuando en ti.
Sólo tienes que abrirte a Él. Escribe el apóstol Juan:
Sencillo, ¿no?