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Si quieres descansar, hay algo mucho mejor que ver pantallas

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/07/19
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Esos lugares y personas en los que el alma se rehace del cansancio…

En ciertos momentos de mi vida me encuentro cansado y no sé cómo descansar. Siento que me faltan las fuerzas y no logro calmar el alma. Se acumula el cansancio después de un largo esfuerzo.

Intento descansar viendo pantallas, enganchándome a series, navegando por redes sociales. Pierdo el tiempo creyendo que así descanso. Pero no lo logro. Sigo cansado del mundo.

No sé cómo aprovechar mis vacaciones, el tiempo libre. No sé descansar con los míos. Me estreso. No sé tampoco cómo descansar bien en la rutina de la vida. Al acabar el trabajo, en mis horas libres. No sé aprovechar los momentos en los que nadie me exige nada.

Se acumulan los días en mi alma, las huellas del camino. Lleno de palabras, de exigencias, de encuentros, vivo cansado. ¿Es normal que esté tan cansado?

El cansancio forma parte de la vida. Me viene dado como consecuencia de mi entrega, de mi vida que sirve, que ama, que se da.

Pero sé que el arte de descansar tengo que aprenderlo con el paso del tiempo. Día a día. Y si no lo aprendo seguiré siempre cansado haga lo que haga.

¿Sé descansar realmente? ¿Tengo mis rutinas de descanso?  

La Biblia muestra en uno de sus libros a unos peregrinos que necesitan descansar y se detienen en Mambré, donde Abrahán los acoge:

“En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo»: – Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo”.

Dios se hace presente en esos tres peregrinos. Y Abrahán los acoge y ve en ellos una bendición de Dios. Se detiene Dios a descansar junto a él, junto a su familia.

Pienso en Betania. Es la casa de Lázaro, Marta y María en la que descansa Jesús. Allí iba Jesús muchas noches a descansar después del largo día de trabajo. Yo también necesito encontrar lugares y personas en las que descansar. Necesito descansar en el Dios de mi vida.

Una canción dice así: “¿Dónde estás, amada mía? ¿Dónde está la paz? ¿Dónde puede encontrar calma mi fragilidad? ¿Dónde puedo ser yo mismo, dónde volver a soñar? Déjame encontrar descanso en tu soledad”.

Es el grito del alma que busca descanso en Dios, en el corazón de María. Necesito descansar en Dios que me ama como soy, que me quiere con mis debilidades y carencias.

Hay lugares sagrados en los que el alma se rehace del cansancio. Lugares únicos que he hecho míos. Allí peregrino como un niño sin entender del todo las razones para volver. Sólo sé que allí me encuentro con Dios y mi alma descansa serena. Y hago mías las palabras que leía:

“Dejo en tus manos mi futuro, ya no me pertenece ni me preocupa. Como depende de Ti estoy tranquila. Todo lo que Tú permitas será lo mejor. Me abandono, descanso y confío en Ti. Abandono en tus manos lo pasado, lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno, mi trabajo, mis bienes materiales, mis padres, hermanos, sobrinos, abuela y toda la familia, mis amigos, mi padre espiritual, mi salud y mi salvación. Tengo la firme confianza de que me recibirás al final de mi vida en tus manos de Padre y eso me da paz”.

Descanso de verdad cuando me abandono y dejo de querer controlarlo todo y salvar yo el mundo con mis propias manos. Cuando me libero de mis angustias y de todos los “debería” que no logro cumplir. Cuando dejo a un lado mi agenda llena de compromisos y miro relajado el día que comienza. Y me libero.

Mi alma se ensancha en esos lugares sagrados en los que experimento que un corazón mucho más grande que el mío me sostiene. Un corazón de Padre, de Madre, que hace que mi vida coja fuerzas de nuevo.

¿Dónde están esos lugares santos en los que me encuentro con el Dios de mi vida al atardecer, cuando estoy cansado?

Hay también personas que son Betania, o Mambré para mí. Junto a ellas no tengo nada especial que decir, que hacer. Puedo estar callado. En ellas soy libre. No tengo prisa, no me exigen nada. No tengo nada que demostrar.

Son lugares en los que el corazón se calma. No hay nada que hacer, nada que pedir. Así se sentiría Jesús junto a Marta y sus hermanos. Así se sintieron ese día los tres peregrinos con Abrahán. Porque les abrió las puertas de su vida.

En vacaciones necesito estar con esas personas que son hogar para mí. En ellas puedo dejar mi vida. Sin tener que hacer nada especial. Son mi descanso. ¿Quiénes son?

Yo también quiero ser descanso para otros. Para esos peregrinos que llegan a mi casa al final del día y buscan palabras de consuelo. No les pido nada. No les exijo que cambien ni que hagan algo especial por mí. No les pido cuentas. No les exijo que me sirvan.

Simplemente quiero lavarles los pies cansados, alimentar su cuerpo exhausto y hacer que todos sus miedos y agobios caigan al suelo dejándolos libres. Quiero ser alguien que descanse a otros, sin cansarlos.

Decía san Juan de la Cruz: “El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa”. Así quiero vivir yo. Cuando vivo amando no me canso, ni canso a otros. El alma se ensancha. Acoger es el don que le pido a Dios.

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