Cuando las estrategias para las relaciones humanas son solamente técnicas para conseguir resultados y el otro es solo un instrumento para ser utilizado, continúa la dinámica vincular que hace que el otro se sienta usado, abusado, manipulado y que no vale nada
Es preocupante ver cómo cada vez más, en la capacitación empresarial se dedican incontables cursos, talleres y seminarios para enseñar a mejorar las relaciones humanas, que van desde la relación con los compañeros de trabajo hasta cursos para negociaciones institucionales.
Aparecen como nuevas recetas o “tips” fundamentales los valores más básicos de la convivencia humana, que conocemos desde los orígenes de la reflexión filosófica griega y de la tradición judeocristiana.
Estos valores y prácticas han sido siempre una parte fundamental de la formación de las personas en sus familias, instituciones educativas y tradiciones culturales.
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Sin embargo, parece que hubieran desaparecido y hoy se venden como los “grandes secretos” para el éxito en las relaciones con los demás, especialmente en el ámbito laboral.
Cursos sobre aprender a escuchar, a ser empático (ponerse en el lugar del otro), a sonreír gratuitamente, a vivir con ilusión, o sobre la importancia del respeto, de que el otro se sienta importante y valorado (amado), y un sinfín de consejos que valen para el hogar, el trabajo y cualquier forma de convivencia que quiera ser realmente humana y saludable. Existen hasta “cursos para ser feliz”.
No es que me parezca algo negativo que se enseñen estas cosas en las empresas, más bien todo lo contrario, me parece fundamental que nos enseñen a ser más humanos y a saber convivir mejor con los demás.
Incluso cuando me invitan a realizar un taller o conferencia sobre estos temas, me alegra que se tome conciencia de la importancia de la formación humana y que se ayude a la gente a vivir mejor, a ser mejores personas.
Pero lo que me parece significativo y preocupante es que este hecho denuncia una ausencia, una falta, un vacío en la sociedad que se hace patente de modo particular en los ambientes laborales, pero que podemos encontrar en las familias, en las instituciones educativas y hasta en la política.
Por esta razón, aunque es alarmante esta carencia, demanda una prioridad en la formación humana en todos los niveles de formación y capacitación.
Habilidades básicas para la convivencia humana
Podemos deshumanizarnos y perder habilidades fundamentales para la convivencia social y el desarrollo de la vida compartida con otros.
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Pero también podemos humanizarnos, hacernos mejores personas y crecer junto a los demás en virtudes que nos hacen personas más sanas y felices.
Tomar conciencia de que no todos tienen las mismas habilidades y que no todos se vinculan con los demás del mismo modo, nos obliga a tomar en serio la calidad de nuestras relaciones y a trabajar en nosotros mismos para poder llegar al corazón de los demás y no quedarnos en la superficie.
Y es que cuando las personas están cada vez más solas, les cuesta mucho más abrirse, expresarse, compartir la vida con otros y aceptar las diferencias.
Rescatar a los otros de su soledad, buscar su bien y preocuparnos por su felicidad es condición fundamental del amor humano en todos los ámbitos de la vida.
Parece increíble cuando en algún curso alguien recomienda: “es importante que los demás sientan que nos importan”. Y uno se pregunta ¿es que no importan? No alcanza con tratar de que los demás se sientan importantes, sino que debo pensarlo de verdad.
Porque cuando las estrategias para las relaciones humanas son solamente técnicas para conseguir resultados y el otro es solo un instrumento para ser utilizado, continúa la dinámica vincular que hace que el otro se sienta usado, abusado, manipulado y que no vale nada.
En familias, institutos educativos o empresas, donde las personas se sienten importantes y valiosas, están en un ambiente que les hace felices, es porque son amadas de verdad, es porque quien lidera no solo les hace sentir mejor, sino que piensa de verdad en su bien y lo procura.
La calidad humana de un profesional le hace destacarse hoy más que por sus méritos profesionales, porque lo que hace falta es gente que ame, que salga de su egocentrismo infantil y se preocupe por los demás, que no tenga miedo de hacer frente a los conflictos, porque le importan las personas y no huye de lo que le incomoda, porque el amor auténtico da coraje y transparencia, responsabilidad y fortaleza interior.
El ambiente laboral
No es algo desconocido que muchas empresas invierten en formación humana cada vez más, a sabiendas de que tener colaboradores que se sienten a gusto y son más felices, se aseguran una mayor productividad.
En algunos casos lo reducen a “charlas motivacionales”. Pero si el ojo está puesto solo en los resultados, seguimos olvidando a las personas y nos mantenemos en la lógica de instrumentalizar a la gente y a larga se dan cuenta.
No pocas empresas ofrecen actividades lúdicas o informales fuera del ambiente del trabajo para fortalecer los equipos de trabajo y tiene sus efectos positivos.
Pero hay otra cara de este fenómeno y es la cantidad de personas que por vivir de forma “consagrada” al trabajo destruyen su vida personal, su calidad de vida familiar y eso a la larga terminará destruyendo su vida y eso también repercute en el trabajo negativamente, como un “efecto boomerang”.
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El equilibrio entre la vida personal, familiar y laboral es cada vez más un desafío cotidiano para personas que no saben cómo encontrar sus espacios propios para “desconectarse” del trabajo. Y si además el ambiente no es saludable, repercute negativamente en la intimidad de las personas por el resto del su día.
Las personas se sienten más seguras de sí mismas y de su desempeño cuando pueden satisfacer otras necesidades fundamentales de su vida, que no tienen que ver con el trabajo y el desempeño profesional, como la familia, la amistad y la vida espiritual.
Muchas frustraciones que se encuentran en la vida afectiva y familiar repercuten negativamente en el desempeño laboral. Por ello cuando contemplamos a la persona, no vemos solamente un trabajador, sino alguien cuya vida es mucho más que su trabajo.
Por esta razón muchos recomiendan incluir las actividades de formación humana, en habilidades sociales, dentro del horario laboral, dentro de lo posible, para no seguir consumiendo la agenda de la persona, alejándola de las raíces afectivas de su vida, que son la verdadera fuente de su felicidad.
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Cuando las personas aprenden a gestionar sus emociones, a objetivar los problemas y a comunicarse mejor y con más claridad, no solo se evitan conflictos, sino que se crea un clima en el que da gusto estar y permanecer.
Cuando las personas aprenden a escuchar, a conocer sus sentimientos y a expresarlos con claridad, se desactivan “bombas de tiempo” emocionales, que, si pasa el tiempo, los malentendidos y el ruido en la comunicación interna se vuelven inmanejables.
Las personas con madurez afectiva, que se conocen a sí mismos y que se preocupan por los demás, inspiran a los demás, no se preocupan por su imagen, sino que con su autenticidad son humildes y transparentes, generosos y abiertos, creando un clima de buen humor y distensión en el trabajo.
Incluso cuando hay que trabajar bajo presión, saben descomprimir la tensión emocional con un poco de sano humor y animan a los desanimados.
Dar prioridad a la formación humana en todos los ámbitos hoy se ha vuelto un imperativo, no para la mera productividad, sino para crear un mundo mejor.
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