Se puede prevenir… si desde bien pequeños se les transmite una serie de valores fundamentales
En consultoría, una joven madre expresaba su inquietud:
—Mi familia de origen se desintegró a causa de la herencia de nuestros padres, ya que consideraron que no hubo justicia, y ahora no solo existen resentimientos sino hasta odios, por lo que la comunicación entre los hermanos está definitivamente rota. Es algo que a mí me ha lastimado mucho y ha afectado a mis hijos, pues carecen de relación con tíos y primos.
Mi esposo es un hombre exitoso que ha progresado, por lo que comenzamos a adquirir bienes patrimoniales, así que tengo el temor de que pueda repetirse tan triste historia en la vida de mis hijos, aún pequeños.
—Bueno —intervine—, la palabra “justicia” refiere dar a cada quien lo que “es suyo”, y ciertamente, es difícil ser plenamente justo, o que la justicia sea apreciada como tal, por terceros.
Puede ser así en las herencias familiares estando de por medio una gran fortuna, o solo unos modestos recursos, para el mal espíritu da lo mismo.
A esta complejidad se puede sumar que los padres suelen cometer errores, como:
- Obrar por motivos de favoritismo, lástima o sobreprotección.
- Dejarse manipular por la astucia de uno o varios interesados.
- Actuar influidos por alguna forma de resentimiento, usando la herencia como un arma.
- Usar la facultad de heredar para tener poder, provocando frustraciones y falsas expectativas.
- El admitir “derechos creados” por hijos que no abandonaron la casa en edad adulta.
- Desarrollar el sentimiento de “vida resuelta” en los hijos, provocando que no se esfuercen en construir su propio proyecto de vida.
Entre otros…
—Pues en esos ejemplos veo varios puntos en los que se refleja mi caso familiar, y estoy decidida a no caer en ellos, solo que me preocupa lo que ha dicho acerca de que puede resultar difícil ser justo más sumar la incomprensión.
—Eso —le contesté— convierte el tema en algo muy delicado. Usted tiene la experiencia de que puede afectar a la unión familiar en diferentes grados, y más aún, crear una disfunción que se extienda a las relaciones familiares de las siguientes generaciones.
—Bueno, es por todo ello que consulto, con la intención de “llegar antes”.
—Bien, entonces lo más importante es que en el presente empiece usted a producir el antídoto del veneno contra la avaricia y el egoísmo, que suelen brotar en las relaciones familiares en la complejidad de estos casos.
Tal antídoto es educar a los hijos desde muy pequeños en la generosidad.
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Existen muchas formas y modos prácticos de inculcar en la mente y el corazón de ellos esta virtud, evitando que obren por motivos erróneos como:
- Agradar a otra persona por simpatía.
- Dar solo si se espera recibir algo a cambio.
- Obrar solo por lastima o compromiso.
- Compartir lo que sobra, o solo un poco.
- Compartir solo lo que ha recibido gratuitamente.
Entre otros…
En cambio, formarlos para ser sensibles a la necesidad que tienen otros de recibir, reconociendo cuándo deben dar cosas necesarias, y sobre todo, cuándo deben darse a sí mismos con actitudes profundamente personales como:
- Su comprensión.
- Su perdón.
- Su tiempo.
- Su amor.
- Su alegría.
- Su seguridad.
Y más…
Se trata de una etapa oportuna, pues cuando los niños son pequeños, todo es suyo y de nadie más; sin embargo, un niño en su inocencia original puede aprender a compartir.
Cuando los niños aprenden a vivir la generosidad por una convicción profunda de que los demás tienen el derecho de recibir su servicio, entonces existirá en ellos una generosidad permanente en desarrollo.
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Por eso, es más importante el concepto de “darse” que el de “dar”, pues se puede dar sin identificarse con lo dado o sin simpatizar con la otra persona.
Lo que buscamos al educar en esta virtud, es que los hijos sean capaces de “dar” incondicionalmente, que es lo mismo que decir “darse”. Una actitud clave para todos los aspectos de la vida.
Los padres siendo generosos, con su ejemplo los están enseñando que la felicidad es una puerta que se abre hacia afuera, es decir hacia los demás, comenzando por los de su propia sangre.
Así se entiende que los conflictos por difíciles que puedan ser, siempre serán resueltos través del la inteligencia y la voluntad al servicio del amor en el seno de la familia.
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La virtud de la generosidad es por lo tanto frontalmente contraria al egoísmo, y da la fortaleza para no aferrarse a las cosas, dañando lo más valioso, que son las relaciones afectivas.
—Entonces —afirmo mí consultante— más que anticiparme a un problema de incomprensión, debo aprovechar una gran oportunidad para educar a nuestros hijos en la generosidad y realizarme junto a mi esposo en lo más importante, en un sólido un proyecto familiar.
Mi consultante llegó a la mejor conclusión.
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