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4 pasos simples para comenzar a decir “sí” a lo que Dios quiere de ti

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Luisa Restrepo - publicado el 16/05/19
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La orientación de mi vida es mi irrepetible singularidad, el “nombre” que Dios me ha puesto, mi “yo” más íntimo, mi “vocación personal”Como católicos hablamos mucho de vocaciones, pero hay un aspecto poco conocido en este tema del llamado.

Es muy fácil pensar que tenemos que esperar hasta el próximo paso en nuestra vida cristiana antes de poder vivir plenamente la vocación a la que seremos convocados.

Podríamos pensar: “yo aún estoy muy joven para saber mi cuál es mi llamado” o “viviré eso de la vocación el día en que me convierta en un sacerdote/monja o me case y tenga hijos”. Como buen católico, es cuando realmente podré comenzar a vivirlo, ¿no?

Error. Dios te está llamando para que lo sigas ahora.

Así que, ¿cómo puedes vivir lo que quiere Dios de ti aquí y ahora? Estos 4 pasos simples te servirán para comenzar en la dirección correcta.

  1. Lo pequeño. Un paso a la vez

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¿Qué quiero decir? Exactamente lo que suena. ¿Olvidaste hacer tu tarea? No te copies. ¿No tienes ganas de levantarte por la mañana? Hazlo. ¿Sales con tus amigos el viernes por la noche? Sé la única persona que no beba o que beba poco. ¿No estás en la ciudad el domingo? Encuentra una parroquia cercana y ve a misa.

Dije que estos pasos eran simples, no que fueran fáciles, y casi siempre lo correcto es cualquier cosa menos fácil. Lo entiendo.

Pero Jesús no dijo: “quien quiera seguirme debería rezar de vez en cuando y ser una persona decente, pero en general, debe vivir una vida cómoda y divertida”. No, Él dijo: “si un hombre quiere venir tras de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Lucas 9,23).

La forma en que vives y las pequeñas decisiones que tomas pueden marcar la diferencia. Lo más importante es que ofrezcas estos esfuerzos a Dios, y Él usará las gracias que recibes, cada una de ellas, para irte mostrando quién eres.



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  1. Sé abierto acerca de tu fe y de quién eres en Cristo

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No estoy diciendo que restriegues en la cara de todos que tú crees y los demás no. Eso es odioso y podría hacer más mal que bien. Tampoco estoy sugiriendo que tengas que fingir que eres una persona perfecta. De hecho, ¡no hagas eso!

Lo que quiero decir es que estés dispuesto a hablar sobre Jesús y sobre las cosas que importan cuando surja la oportunidad.

La gente puede sentirse incómoda al principio, pero también sabrá a quién acudir cuando tenga necesidad. Muchas personas anhelan la verdad o anhelan que haya alguien con quien compartir la fe. Ábrete a esa oportunidad en tus conversaciones y muestra quién es Cristo para ti.



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  1. Descubre tus dones y cómo puedes usarlos

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Dios te bendijo con dones, talentos y rasgos específicos que nadie más tiene. Reza y pídele al Espíritu Santo que te revele estos dones y cómo puedes usarlos para el servicio de los demás. Si buscas, Él te lo mostrará.

Cuando encuentres un rasgo con el que fuiste bendecido, haz una declaración de misión personal a partir de él, buscando vivirlo todos los días.

Si es alegría, podría ser algo como: “Jesús, ayúdame a irradiar tu alegría a todas las personas con las que me encuentro”. Si eres servicial, tal vez sea: “Jesús, muéstrame cómo puedo servir como tú” y esfuérzate por hacerlo.



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  1. Encuentra tu vocación personal

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GaudiLab/ Shutterstock.com

Ahora bien, como hemos dicho, la forma más común como puedo entender la voluntad de Dios es el estado de vida al que me llama, pero no es la única, ni la más íntima.

Al nivel más profundo la orientación de mi vida es mi irrepetible singularidad, el “nombre” que Dios me ha puesto, mi “yo” más íntimo, mi “vocación personal”.

Se trata de caer en la cuenta, en una progresiva libertad interior, del plan personal que Dios ha trazado para mí, de manera que yo lo acepte y quiera vivirlo generosamente.

Es como les pasó a casi todos los personajes bíblicos, ellos fueron “llamados por su nombre”. Y es que para Dios no soy un número de serie ni una tarjeta catalogada: soy irrepetiblemente único, porque Él me llama por mi nombre.

Y aquí llego a mi punto: hemos restringido la palabra “vocación” a las vocaciones sacerdotales y religiosas. Quizá a regañadientes empezamos a hablar, cada vez más, de la vocación matrimonial, pero la Biblia llama “vocación” a toda llamada de Dios, a cualquier orientación o misión específica que Él da.

La “vocación personal” es el secreto de unidad e integración de nuestra vida precisamente porque es ese significado único dado por Dios. Nada me unifica e integra en profundidad como ese significado.

En nuestra historia –si nos fijamos bien- instintivamente vamos dejando a un lado lo que nada tiene que ver con éste, y vamos interiorizando y asimilando lo que sí tiene que ver con lo que llena nuestra vida de sentido.

Y como quien nos llama es Jesús, toda vocación está contenida en Él. La personalidad de Cristo es tan infinitamente rica que abraza todas las llamadas y todas las vocaciones.

Si cada uno de nosotros tiene su vocación personal, ésta debe estar contenida en Jesús. Esto quiere decir que su personalidad tiene una faceta, un “rostro”, que es propio de cada uno de nosotros, de forma que cada uno puede hablar de “mi Jesús”, no solo “piadosamente”, sino con un profundo sentido teológico.

Entonces, la vocación personal no es un ideal personal abstracto, es una persona, la persona de Cristo, y ello de una forma profundamente única.

Por tanto, puedo transformar toda mi vida cristiana en lo que siempre se me enseñó que consistía, pero sin decirme cómo: una relación de amor entre Jesús y yo, siempre creciente e interpersonal, pero profundamente llamada a abrirse a mi compromiso con los demás.



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