Apúntate a la resistencia, declara la guerra al narcisismo
“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, reza un conocido refrán popular. Pues bien, en nuestra sociedad del “flower power” y el “buen rollo” existe una alarmante dificultad para sentir compasión y experimentar empatía.
Sin ánimo de detenerme en los ejemplos, podemos pensar en la popularidad de youtubers que se dedican a burlarse de contenidos ajenos; en el éxito de los jurados de programas como “La voz” o “Got Talent” cuando sus opiniones son sarcásticas o humillantes; o en el tono que se vive en las gradas de los campos de fútbol -profesionales o amateurs-, donde la alegría de la competición amistosa es sustituida a menudo por un clima de confrontación y mal perder verdaderamente irracional.
Nos encanta hablar de solidaridad y empatía, pero tanta palabrería difícilmente oculta la tendencia egocéntrica de nuestra sociedad individualista. Asistimos, pues, a un ocaso de la empatía. Nos cuesta ponernos en la piel del otro; probarnos sus zapatos.
Pienso que este ocaso de la empatía obedece, al menos, a cuatro causas.
1. La epidemia del narcisismo, a la que hacíamos referencia en un artículo anterior. Las personas egoístas, obsesionadas con su currículum y su autoimagen, están demasiado centradas en sí mismas como para comprender lo que puede estar sintiendo otra persona. Quien se cree una persona realmente especial y única, lógicamente no tendrá muchos incentivos para intentar comprender cómo se siente “el resto de los mortales”, que no comparte su carácter genial e irrepetible.
2. La omnipresencia de las pantallas. La empatía se desarrolla mirando a los demás, aprendiendo a interpretar un leve gesto, una medio sonrisa, una mirada. La socióloga Sherry Turkle ha demostrado cómo el hecho de articular nuestras relaciones y conversaciones a través de pantallas reduce considerablemente la capacidad de entender qué le está pasando a la otra persona. Las pantallas, por muchos emoticonos que pongamos, nos hacen menos empáticos.
3. Los modelos que nos presentan los medios de comunicación y la cultura pop. A pesar de las puntuales dosis de moralina, en los medios de comunicación –programas, series y películas- predominan los modelos triunfadores, competitivos, cachitas y polémicos. En este sentido, es divertido comparar el héroe de una película de John Ford con el héroe de una película actual: su aspecto, sus reacciones, sus pectorales, sus valores. O comparar -y esto no sé si esto es divertido o dramático- las canciones de amor de hace 40 ó 50 años con los temas –¿amorosos?- de Bad Bunny o de Maluma. No somos inmunes a estos modelos, que permean poco a poco nuestra personalidad y nos hacen personas más pragmáticas, hedonistas y egoístas.
4. Clima de competitividad y cultura del éxito. La cultura del éxito y la competición pone un acento especial en el resultado. Hay que triunfar, ya se sabe. Dios no te creó para estar en la media, para ser uno más. Así, no importa tanto el esfuerzo ni el camino recorrido con otros, sino llegar el primero a la meta, el resultado final. Conforme a esta lógica, el triunfador es el niño que saca buenas notas –aunque sea un idiota- o el adulto que tiene una carrera profesional exitosa y lleva trajes de Armani, aunque su vida familiar sea un desastre o no tenga relaciones de amistad significativas y profundas. ¿Dónde queda aquí la empatía?
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Todos estos factores hacen que, más allá de apelaciones ocasionales a la empatía -hechas además muchas veces con un enfoque egoísta, “porque ser empático es rentable social y profesionalmente”- vivamos en una sociedad fría e individualista.
Pues bien, para rescatar la empatía como un verdadero valor social hacen falta personas disidentes, que conformen una verdadera resistencia: la resistencia de la empatía, del cariño y de la ternura. Lo que no equivale a ser infantiloides, ñoños ni blandos. Se puede ser cariñoso y a la vez exigente; humilde y fuerte; tierno y responsable. No nos dejemos engañar por caricaturas distorsionadas y acarameladas del corazón.
La reivindicación de la empatía requiere principalmente reeducar el corazón, para aprender a ponernos más a menudo en los zapatos de los demás. Como cantaba Sabina, tenemos que empeñarnos en que “el corazón no se pase de moda”. Cada uno podrá contribuir a esta nueva educación afectiva de distintas formas.
– Los medios de comunicación y las personas influyentes, podrán presentar modelos compasivos y humildes, que estén abiertos a los demás y valoren el trabajo en equipo. Retirar un poco el foco de personas, personajes y personajillos ególatras y pagados de sí mismos, y dar más cuota de pantalla a otros líderes más generosos y empáticos.
– Los educadores y las familias, deberían recordar que la clave de la felicidad no es un punto más en la nota media, ni un coche diez mil euros más caro, sino más bien la capacidad de establecer relaciones significativas con otras personas. No insistas tanto a tu hijo en lo trascendental que es sacar buenas notas; repítele que más importante es tener un buen corazón.
– Cada uno de nosotros podría intentar mirar un poco más a los lados y ponernos más a menudo en la piel de los demás.
Educar el corazón. Cambiar más de zapatos. Reconquistar la empatía. Eso sí que son objetivos ilusionantes, y no conseguir más likes, adelgazar dos kilos o ahorrar lo suficiente para poder comprarnos un bolso de Prada.
No te conviertas en un burgués triste y narcisista. Sacúdete la comodidad y el egoísmo, tan pegajosos como aburridos. Apúntate a la resistencia. Engorda tu capacidad de amar. Decídete a cambiar más de zapatos.