Buscar la felicidad del otro al complacer sus necesidades no siempre es algo negativo. Agradar a los demás, hacer cosas agradables por ellos, ceder a sus necesidades, tampoco. Al contrario, es algo bueno y deseable, siempre que sea un acto que nace de un altruismo maduro y desinteresado, de un autodominio y equilibrio afectivo que lleva a la persona a actuar libremente y buscando realmente el bien del otro. ¿Y cuando no es así?
Muchos bloqueos y síntomas de ansiedad están estrechamente relacionados con la necesidad compulsiva de responder a las expectativas -reales o imaginarias- del otro.
Actuar de esta manera, a pesar incluso de uno mismo, es un arma de doble filo, primero, porque no es posible ni sano intentar subsanar las carencias de los demás, y segundo, porque se deja de ser uno mismo al intentar adaptarse a las demandas externas.
Es muy probable que la idea de sentirse obligado a satisfacer y agradar haya sido aprendida en la infancia. Una etapa en la cual el niño entendió que el afecto, la atención y el reconocimiento se recibían como consecuencia de estar a la altura de lo que creía que sus padres querían (sacar buenas notas, ser un hermano ejemplar, escuchar los problemas de su madre, etc).
Aprender a responsabilizarse de uno mismo
"Se va a enfadar si le digo que no puedo ayudarle", "se bloqueará si le digo que no me gusta la manera en la que me abraza", "si hago silencio, se va a poner muy nervioso, pues es muy tímido". Los pensamientos y actos, y cómo se gestionen las situaciones de desaire, son responsabilidad de cada persona. Una persona excesivamente complaciente pretende abarcar una responsabilidad que, en realidad, no es suya.
La excesiva necesidad de recibir aceptación, el miedo a decepcionar y al abandono hacen que se renuncie a la propia necesidad, actuando bajo el dictamen del otro y reprimiendo de forma insana los propios deseos.
Responsabilizarse pasa por desprenderse de la necesidad compulsiva de ser "aprobado" por los demás y de ser amado a cualquier costo. Al final, el otro está amando una imagen irreal ("nunca dice que no", "no se enfada", "hace todo lo que necesito") que no se puede mantener por mucho tiempo, o sí, pero a costa de la salud y bienestar propios.
Cinco señales que muestran que no actúas desde la complacencia:
- Eres espontáneo y expresas tus deseos y necesidades.
- No tienes sentimientos insanos de culpa ni te responsabilizas de los sentimientos, pensamientos y acciones del otro.
- No necesitas reflexionar y analizar todos los hechos de forma exageradamente escrupulosa para actuar.
- Eres firme en tus decisiones y no te adaptas a las del otro cuando realmente no las compartes.
- Eres capaz de escuchar a los demás, sin dejar de escucharte a ti mismo.
Se trata de ser "fiel a uno mismo", evitando la tendencia de buscar aceptación a través de la complacencia, debido a una herida infantil, y actuando de manera madura y coherente con el propio sentir y pensar.