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Siempre en el tiempo de Pascua miro al Pastor y miro a las ovejas:
"Mis ovejas escuchan mi voz, y Yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno".
Jesús es el pastor. Yo soy oveja. Me cuesta ser oveja. No es fácil ser pastor. Hablo con frecuencia de la entrega pastoral. Servir como pastor al rebaño que sigue a Jesús. Ser otro Cristo que marque el camino. Que dé seguridad y alegría.
No es fácil ser pastor. No es fácil ser oveja. Hace falta conocer a las ovejas. Es necesario que conozcan mi voz. Saber quiénes son, qué anhelan.
A menudo veo que puedo estar hablando en un lenguaje distinto al del mundo. Respondo preguntas que no tienen. Y dejo sin respuesta preguntas que no escucho.
Hablo con palabras que no entienden. Y no logro responder a sus inquietudes. No sé quiénes son mis ovejas. No conocen ellas al pastor. Entonces mi entrega se vuelve infecunda.
Decía el padre José Kentenich:
"¿No sucumbimos demasiado al agobio y a la seriedad de nuestras tareas actuales? ¿De dónde proviene que el éxito de nuestra acción pastoral sea muchas veces tan reducido? Podemos dar toda una cantidad de respuestas, pero ¿no será que el motivo de ese fracaso estriba en que nosotros mismos conocemos demasiado poco la alegría en la pastoral, que no somos artistas de la alegría, maestros de alegría?"[1].
Puede que no sea un pastor alegre. Puede que no tenga en mi corazón la alegría que viene de Dios. Quisiera ser un sembrador de alegrías y esperanzas en un mundo que vive sin luz, sin claridad.
¿Cómo muestro con mi vida el rostro de Jesús, el verdadero pastor? Miro a Jesús en mi alma. Quiero llevar su alegría muy dentro. Llevarla a los que necesitan tocarla. La alegría del pastor. La alegría que se le contagia al rebaño.
Un pastor triste, amargado, infeliz, no contagia la luz del cielo. No crea espacios de paraíso. El ambiente se vuelve enrarecido.
Hacen falta pastores enamorados de Jesús. Pastores que tengan luz en el alma. Hacen falta pastores que crean en Jesús hasta lo más profundo y estén dispuestos a perder la vida por amor a Él. Sin guardar sus bienes. Sin cuidar en exceso sus raíces. Un pastor, un rebaño.
Pastores que conozcan a los suyos y estén dispuestos a dar la vida por ellos. Es lo que de verdad educa los corazones. El amor que sirve, que se arrodilla, que se entrega. El amor que respeta la vida ajena. Que guarda el tesoro de la confianza como algo sagrado.
El pastor conoce la voz de las ovejas. Conoce a cada una por su nombre. Le importa su vida, lo que le suceda. El pastor echa raíces en los corazones que ama. Y si no lo hace, no puede ser pastor. Hablará desde lejos. Y no habrá conexión con la sangre de sus ovejas.
El pastor simplemente ama. Y sólo amando su vida se vuelve fecunda. Pero en ese amor seguirá los pasos del Maestro, del único pastor. A ese pastor lo condenaron, lo abandonaron sus ovejas. Lo quisieron matar porque su amor era excesivo.
El pastor se mantuvo unido en sus raíces a su Padre. Y unido por dentro a las ovejas que amaba. Dio la vida por ellas, para que fueran uno. Para que no se dispersaran como ovejas sin pastor.
El pastor se convierte entonces en testimonio de vida. Porque su ejemplo mueve el corazón de la oveja. Las palabras del Padre Kentenich me conmueven:
"¿No se da acaso en nuestra vida la triste realidad de que somos demasiado poco ‘hombres solares’? Deberíamos dar más importancia a ser verdaderos hombres solares, también en el trato con quienes nos han sido confiados. ¡Qué convincente tiene que ser para las personas el saber que nosotros mismos cargamos con un gran sufrimiento, que nosotros mismos vivimos siempre en la inseguridad humana y que, a pesar de eso, estamos de pie en la vida, frente a las dificultades y a los enemigos, con una serenidad soberana, humanamente madura, que no quiere simular exteriormente algo, sino que está también en nuestro interior!"[2].
Quiero ser hombre solar. Hombre lleno de Dios que sepa irradiar una confianza que me viene dada. Hombre solar que sabe vivir mirando al sol, mirando a Cristo. Mirando al Pastor para poder ser yo pastor. Para poder ser hombre que ama, que sirve.
Primero seré oveja de Cristo. Después seré pastor de muchas ovejas. Primero aprenderé a seguir al pastor. Después dejaré que otros me sigan.
Siempre tendré que ser pastor con alguien. Habrá alguien que me mire esperando ver en mí el rostro de Dios. Siempre habrá alguien que se confíe en mis manos.
Y yo seré así pastor en la medida en que me deje formar el corazón a imagen de Cristo. Para ser pastor. Para ser oveja. Necesito aprender a obedecer para poder mandar. Y siendo filial aprenderé a ser padre.
Es un camino de vida el que recorro. Siendo hijo, siendo niño, siendo oveja. Se modela mi corazón a imagen del Pastor. En sus manos como hijo me vuelvo padre.
Soy oveja que sueña con guiar su rebaño. Es el camino que tengo por delante. Reconozco la voz del Pastor que guía mi vida. Y aprenden otros a reconocer mi voz que guía sus vidas.
Quiero ser hombre solar. Que refleje con mis gestos, con mis palabras, con mi aspiración a la santidad, ese amor de Cristo que se derrama en los corazones.
[1] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal
[2] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal