O bien un niño juega y juega, se reta a sí mismo, piensa y ensaya, resuelve problemas, lúdicamente, o estará en inferioridad de condiciones en el nuevo marco del mercado laboral retado por la Inteligencia Artificial
Fijémonos bien en quién habla y qué nos dice: “ayudar a los niños a jugar más y mejor los capacitará para ser relevantes en su futuro profesional y su papel en la sociedad”. Lo dice John Goodwin, CEO de Lego Foundation y ex director financiero de The Lego Group. Es decir: un importante directivo de la primera empresa del planeta en juegos de construcciones.
Un niño, una niña, entre 0 y 9 años, tiene dos o tres cometidos fundamentales: crecer, aprender, madurar, empezar a prepararse para entrar en la sociedad. Pues bien, para llevar a cabo estos fines vitales su área de entrenamiento fundamental es el juego. En la escuela el juego es el eje de la Educación Infantil, y, de alguna manera, también está presente en algunas actividades de la Educación Primaria. En el tiempo libre de un niño menor de 9 años casi todo es juego.
Digámoslo de otra forma: el niño de estas edades está ensayando su modo de formarse para vivir en sociedad a través del juego. Un niño se adentra en lo propiamente humano en el juego en casa, en el juego en exteriores, a través de juguetes y a través de actividades en la naturaleza. En la playa y en el supermercado. Contando árboles y representando roles en un juego dramático. Cantando y circulando en bicicleta. Estos momentos de juego constituyen una serie limitada.
Pero hay más: cantando y bailando, en el baño con los patitos y con el Monopoly en la mesa. La serie es casi infinita. Y la responsabilidad de padres y escuela en proporcionarles estos marcos es inmensa.
En el juego el niño cognitivamente resuelve problemas, descubre mundos, explora la realidad y aprende pero también convive, comparte, se relaciona y crece en habilidades emocionales y amistad. Por ejemplo: respetar el turno, saber perder, saber ganar, ser paciente, esforzarse, ayudar a los amigos. Sí: también a esforzarse.
El juego tiene retos que requieren esfuerzo, tenacidad, ensayo-error, pactar con los compañeros (hermanos, amigos) en el juego colectivo o de reglas. Para alcanzar metas en el juego no todo ha de ser fácil. Hay que luchar deportivamente y superarse si acecha la derrota.
Es decir el juego es un ensayo de la vida adulta. Si un niño juega oportunamente, socialmente, en circunstancias desafiantes (dentro de la seguridad conveniente) está preparándose para la vida adulta. Y a corto plazo para las exigencias del estudio, a medio plazo para acabar la Educación Secundaria. A más largo para prosperar en sus estudios encaminados a prepararle para una profesión: universidad o formación profesional.
Cuanto más alta es la calidad del juego y más alta es la estimulación (no sobreestimulación) del entorno, de los participantes en el juego, más va a crecer el niño en autonomía, habilidades cognitivas y de la personalidad (paciencia, tesón, respeto, esfuerzo, etc). Más cerca va estar de convertirse en un ciudadano cívico y profesional del futuro. Sí, buen profesional del futuro dado que las máquinas, la robotización, la Inteligencia Artificial son un reto ya presente.
Y hay cuatro cosas que Inteligencia Artificial (IA) “no puede hacer tan bien como los humanos: creatividad, destreza, compasión y complejidad”. Y esta afirmación procede de Kai-Fu Lee, ex ejecutivo de Google. Kai-Fu Lee insiste en la necesidad de responder al desafío que tiene planteado el planeta: un futuro en el que ha de convivir el trabajo humano y el trabajo de las máquinas. O si se prefiere: en encontrar la respuesta al reto de la Inteligencia Artificial, de los algoritmos combinados con el Bid Data en la construcción de la presente y futura sociedad.
O bien un niño juega y juega, se reta a sí mismo, piensa y ensaya, resuelve problemas, lúdicamente, o estará en inferioridad de condiciones en el nuevo marco del mercado laboral retado por la Inteligencia Artificial. Se podría responder que eso dependerá más de los estudios escolares, de la carrera que elija.
La neurociencia y la ciencia pediátrica destacan que el cerebro empieza a construirse plásticamente desde los pocos días de vida, incluso meses antes en el seno materno, si su vida ha sido rica familiarmente, en la vida de amistades, en el ocio de los padres, de la escuela, en los veranos llenos de naturaleza. Una de las mejores revistas científicas en el campo de la salud infantil se llama Pediatrics.
En un informe de esta revista titulado El poder del juego: su papel pediátrico en la mejora del desarrollo en niños pequeños puntualiza:
“Las investigaciones demuestran que el juego de calidad, con padres y compañeros, tiene un importante papel para el desarrollo del niño. Es una oportunidad única para promover las habilidades socioemocionales, cognitivas, de lenguaje y de autorregulación que ponen las bases de unas funciones ejecutivas y un cerebro prosocial. Además, el juego apoya la formación de relaciones seguras, estables y enriquecedoras con todos los cuidadores (padres, hermanos, parientes, maestros) que los niños necesitan para prosperar”.
Este texto insiste tanto en el plano cognitivo como en el plano socioemocional. Es decir aquello que las máquinas no van a poder hacer: pensar humanamente, compasivamente, decidir éticamente. Para acabar: una cita sobre móviles y tabletas procedente de este informe: “[…] la inmersión en medios electrónicos le quita tiempo al juego real, ya sea al aire libre o en interiores”.