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El dilema de la libertad religiosa en Marruecos

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María Angeles Corpas - publicado el 29/03/19
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Un país oficialmente musulmán, pero que trabaja intensamente por dar una imagen de moderación

35 millones de personas. 23 mil católicos. 2 circunscripciones eclesiásticas. 35 parroquias. 4 obispos, 15 sacerdotes diocesanos, 31 religiosos y 10 religiosos no sacerdotes. Estas son algunas de las cifras que dibujan la realidad de la Iglesia que visitará el Santo Padre en Marruecos. Un país donde el 99% es musulmán suní y el rey Mohamed VI, es la cabeza visible del poder civil y religioso.

Aquí aterrizará durante dos días el Papa Francisco como “peregrino de la paz y la fraternidad”. Una visita crucial para los cristianos del país.

El Islam, religión de Estado

Dibujar el perfil de la libertad religiosa en Marruecos es hacerlo de una paradoja. Pese a que el Parlamento Europeo ha reconocido que este derecho está garantizado, su Constitución no deja lugar a dudas: “el Islam es la religión del Estado”. Una confesionalidad que se refuerza con la prohibición de los partidos políticos y las enmiendas parlamentarias contrarias al Islam.

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Esta forma de Estado se apoya en la dinastía hereditaria suní, encabezada por el rey Mohamed VI. Los poderes que se le otorgan (art. 41), más que responder a una imagen moderna, responden a un sistema plenamente respetuoso con el ejercicio del poder en el mundo musulmán. Donde el rey es investido de una doble dignidad: Jefe de Estado (califa) y cabeza de los creyentes (emir).

Y, pese a ser descrito como “el garante del libre ejercicio de las creencias”, lo cierto es que este principio es exclusivamente aplicable al Islam. Del mismo modo, el código penal marroquí vela escrupulosamente por el respeto a Dios, los textos sagrados, las tradiciones y los lugares de culto (arts. 219 y 223, respectivamente).

Jurídicamente, para la mayoría musulmana, el estatuto personal y el derecho de familia están regulados por la ley islámica (sharía) y presenta una aplicación distinta según el sexo. Y, aunque los judíos cuentan con tribunales propios, no existe un estatuto jurídico que garantice los derechos de la minoría cristiana.

Un “Islam moderado”

Junto a esta radiografía de la legislación sobre libertad religiosa, hay que añadir que Marruecos ha introducido medidas que la acercan a la imagen de moderación que desea proyectar. No es un asunto menor que, a diferencia de otros países islámicos, el código penal marroquí no contemple la pena capital a los apóstatas. Junto a ello las autoridades han optado por rechazar y perseguir cualquier forma de extremismo, sumándose a los programas de “desradicalización”.

Politólogos como Abdeslam Maghraoui circunscriben estas medidas dentro de una tendencia oficialista y conservadora del Islam en Marruecos.

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Sin embargo, es interesante señalar que concebirlo como un “servicio público”, un bien social útil y no sólo una creencia religiosa puede valorarse también positivamente. Una visión crucial para garantizar la seguridad y desactivar su instrumentalización en discursos violentos. En este sentido, tanto mezquitas como imames son vigilados estrechamente. Esta deriva del gobierno ha sido muy criticada en círculos intelectuales del país.

Futuro frágil para la libertad religiosa

La Coordinadora Nacional de Marroquíes Cristianos vienen trabajando por conseguir un estatuto personal respetuoso con su fe. Pese a reconocer que los arrestos han disminuido de modo importante, aún se mantienen modos indirectos de discriminación social. Marruecos se presenta así en un equilibrio complejo respecto a la libertad religiosa.

En su informe de 2018, Ayuda a la Iglesia Necesita subraya esta realidad. Si bien se reconocen serias limitaciones a su ejercicio también es cierto que existen motivos para la esperanza. Es en este punto donde la visita del Santo Padre puede resultar crucial para los cristianos del país.

En plena sintonía con la valoración del Cardenal Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, “la libertad religiosa no es una idea, es una cuestión de supervivencia. No se trata de si uno se siente más o menos cómodo con las bases ideológicas que subyacen a la libertad religiosa; se trata de ¡cómo evitar un baño de sangre! (…) Porque la libertad religiosa plena elimina el riesgo de instrumentalización religiosa

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